La auténtica fealdad se encuentra en el interior
Protagonizada por Sebastian Stan, 'A different man' arranca bajo la influencia de Cronenberg pero deriva hacia el tono de una comedia woodyallenesca
- Dirección y guión: Aaron Schimberg
- 112 minutos. Estados Unidos (2024)
- Con Sebastian Stan, Renate Reinsve y Adam Pearson
Al leer la sinopsis deA different man –un hombre con una severa deformidad facial se somete a un tratamiento experimental para cambiar su rostro– lo más probable es que pensemos que estamos ante un filme en la estela de Cronenberg (padre o hijo). Y, efectivamente, parte del metraje responde a esta expectativa con imágenes de horror físico en las que el protagonista se arranca literalmente la piel. Pero la auténtica estrategia de la película de Aaron Schimberg es emular la metamorfosis que experimenta el personaje central, encarnado por Sebastian Stan: una vez que empieza a pasearse con unas facciones nuevas, el tono se modula para acercarse progresivamente al de una comedia urbana (novayorquesa, para ser más precisos) y neurótica, centrada en la relación con la dramaturga que interpreta Renate Reinsve , que vampiriza sin saberlo la experiencia de su amante, que se coloca una máscara y recrea su antigua existencia en una tipo de maniobra disfuncional de seducción.
En el momento en que hace su entrada el carismático Adam Pearson (actor con el rostro cubierto de tumores a quien descubrimos en Under the skin), las granulosas imágenes en 16 mm ya no pueden disimular que, en realidad, el horizonte hacia el que se dirige la mirada de Schimberg es el de Woody Allen. Al fin y al cabo, nos encontramos ante un proceso de hacer entrar en crisis una masculinidad ridícula e insegura que emprende una huida hacia la nada para abismar al protagonista y la película sobre sí mismos, hasta la inevitable col ·lapso. Un proceso retorcido que amenaza con hundir el filme bajo su propio peso, pero que Schimberg narra con gracia cáustica, como una fábula que amarga la más clásica de las moralinas de los cuentos para decirnos que en el interior –en el nuestro y en el de los demás– no hay belleza, sólo diferentes formas de fealdad y vileza.