Castigo ejemplar a los charlatanes de la medicina

James Wan se presentaba en sociedad hace veinte años con esta franquicia que llevaba hasta las últimas consecuencias la mezcla de sadismo y desolación moral del psychothriller de los años noventa. En breve delegaría el trabajo en sus colaboradores, y desde que Jigsaw murió en la séptima entrega, la saga ha ido creciendo con anexos a la historia principal. Saw X se sitúa entre los capítulos primero y segundo: abatido por el cáncer cerebral que le tiene enojado con el mundo, el abuelo cascarrabias interpretado por Tobin Bell viaja a México para someterse a un tratamiento experimental que podría, ay, devolverle el gusto por la vida. Cuando se da cuenta de que le han engatusado, afilará de nuevo su ingenio para hacerlo pasar mal a los trabajadores precarios que le han atendido y a la farsante que mueve los hilos de la operación.

Las manos temblorosas de Bell y su rostro demacrado aportan cierta vulnerabilidad a este híbrido de telefilme cutre de sobremesa y concierto de cámara de destripados y mutilaciones. Esto no es necesariamente malo, y ojalá llegaran más productos disonantes a un audiovisual cada vez más aséptico, pero tampoco es nada del otro mundo: Kevin Greutert ya se había encargado de un par de entregas de la saga y lo que nos ofrece son dos horas de espectáculo continuista, lo suficientemente retorcido para satisfacer a los incondicionales y lo suficientemente rutinario para quienes piensan que el cine de terror puede ser algo más.