Nos ha dejado Josep Massot i Muntaner (1941-2022), un monje sabio. Su muerte coincidiendo con la fiesta del libro no puede ser un simple azar. Siempre vivió rodeado y dedicado a la letra impresa. Su sonrisa tímida escondía una determinación de hierro, una capacidad incansable de trabajar, de quemarse las cejas encaladas en un mar de letras. Él solo simbolizaba la continuidad de Montserrat como cenáculo cultural milenario, como refugio libresco. Él y sus amigos Hilari Raguer -otro historiador erudito de primerísimo nivel, al que ha sobrevivido solo un año y medio- y el antropólogo y filósofo Lluís Duch, muerto en 2018.
Massot i Muntaner no habrá llegado a vivir el milenario del cenobio, pero ha sido clave para recuperar para el monasterio su potencia intelectual, es decir, para llegar a la efeméride con los deberes hechos. Desde la modestia, siempre sintió que tenía una misión y se dedicó a ello en cuerpo y alma: hacer historia. En un doble sentido. Escribir la historia de la guerra civil de las Islas y fortalecer las Publicacions de la Abadía de Montserrat, las PAM, que dirigía desde 1971, medio siglo al frente de un sello con más de quinientos años de trayectoria. Se dice pronto. Era plenamente consciente de esta dimensión secular del proyecto editorial que pilotaba con una pasión que iba por dentro, con una entrega total.
Con la desaparición de Massot i Muntaner, sumada a las de Raguer y Duch, Montserrat queda un poco huérfano de grandes referentes de sabiduría humanística. Eran tres intelectuales de solidez reconocida, admirable. Massot y Raguer, con su bonhomía y su rigor, supieron seducir al gran hispanista inglés Paul Preston, que gracias a ellos sumó a su mirada el bagaje de la historiografía catalana, a menudo tan ignorada en las Españas. Preston tuvo una gran relación personal e intelectual con los dos.
Massot i Muntaner deja un vacío y nos lega el testigo de una tarea incansable y ejemplar. Catalunya y las Islas pierden un referente. Descanse en paz.