Flavita Banana: "Estallé y me di cuenta de que no quería ser conocida"
BarcelonaFlavita Banana (Oviedo, 1987) acaba de reeditar una nueva versión del libro que la dio a conocer, Las cosas del querer (Lumen), pero no hacen falta excusas para conversar con una de las mejores voces del humor gráfico actual. Rápida, cáustica y divertida, reflexiona sobre su obra con la misma agudeza que sus chistes señalan nuestras contradicciones y defectos. Y sí, es crítica y combativa, pero también implacable con ella misma.
Publicas una versión ampliada y corregida de Lascosas del querer, tu primer libro de 2016. ¿Qué has corregido?
— He sacado un par de viñetas porque... Meh. No sé qué hacían ahí. Y he añadido veinte chistes nuevos algo más penetrantes. Aquel libro era muy suave. Con el tiempo me he vuelto más guerrera y ácida y cuando miraba Las cosas del querer pensaba: “Uf, qué blanda era entonces”. No le tenía mucho aprecio, pero el libro no paraba de venderse, ya iba por la séptima edición. En Lumen cambiaron de editoras y me contactaron para remirarlo y para que me sintiera más cómoda con él. Y pensé: "¿Por qué no?" Además, la edición de ahora es más digna, con tapa dura y un fondo blanco, y el tono algo más combativo.
¿Te pasa a menudo, que miras atrás y ya no te sientes identificada con una viñeta tuya?
— Sí. A veces retrocedo en mi Instagram y voy borrando cosas. Lo más antiguo que tengo ahora es de hace tres años. No entiendo Instagram como la historia de mi vida, sino como una muestra de lo que hago. Y si veo algo que ya no hago, pues fuera. Hay dibujos antiguos que los miro y pienso: "Ay, alma de cántaro, ¡qué fe tenías en según qué cosas!" O qué miedo, quizás, porque el lenguaje era muy suave y el dibujo muy limpio. Cómo me esforcé para tener el famoso y deplorable trazo femenino, ¡tan delicado y limpio! Y suerte que ya está desapareciendo, porque es un invento de las editoriales para atraer a las lectoras. Como a los hombres ya les vendían superhéroes, pensaron que algo más pulcro gustaría a las mujeres.
Curiosamente, tu trazo es menos pulcro y limpio si lo comparas con otras autoras de humor gráfico.
— Sí, pero no había errores. El trazo era relativamente uniforme, pero ahora ya no. De hecho, en el último libro cada vez es más sucio. Y a mí son las viñetas que más me gustan.
Moderna de Pueblo explicaba que su evolución feminista la llevó a cuestionarse su estilo cuqui en colores pastel pero que después de reflexionar decidió reivindicarlo.
— Es que lo que tenemos que hacer desaparecer es la idea de trazo femenino como contraposición de un trazo masculino. ¿Por qué no puede haber hombres que dibujen digitalmente y con colores planos? Moderna de Pueblo fue una de las primeras autoras que llegó al gran público haciendo humor gráfico, y es a partir de su obra y de algunas de las primeras cosas de Paula Bonet que las editoriales configuraron su idea del trazo femenino. Pero tenemos que dejar de hablar de trazo femenino y hablar simplemente de trazo.
El mundo del cómic y del humor ha sido tradicionalmente muy masculino.
— ¡Y no hablemos del mundo de la viñeta de periódicos! Pero yo me he sentido bien. Cuando gané el premio Gat Perich, la noche antes hacían una cena con todo el personal de la viñeta catalana y española, y eran todo hombres. Pero tuvieron una actitud muy protectora conmigo, paternalista en el buen sentido. Si hubiera sido un chico de 30 años quizás no me habrían protegido tanto, pero a mí me fueron bien los consejos y que me felicitaran sin infantilizarme. Era como: “Qué bien, por fin hay gente joven aquí”. En realidad, más que el mundo de la viñeta el que da más miedo es el periodístico: directores, editores, redactores... Por suerte, a poco de llegar a El País entró Soledad [Gallego-Díaz] como directora y me sentí algo más en casa. A mí me pasa que, cuantas más mujeres hay, más a gusto me encuentro.
En tu último libro hay una viñeta en la que alguien te pregunta si has tardado un minuto en hacer un chiste y tú le sueltas “¡He tardado 32 años!". ¿Cuál es tu proceso? ¿Cuánto tiempo dedicas a pensar cada viñeta y dibujarla?
— Ahora he acabado una viñeta para La Maleta de Portbou que he tardado dos semanas en hacer. La directora me envió el texto, me lo leí y desde entonces siempre tengo la idea de fondo, tanto si voy al mercado como si hablo con gente. Yo los esbozos los tengo en la cabeza, no pruebo mil cosas en papel. Voy pensando hasta que... ¡Pam! En este caso, el texto hablaba de vegetarianismo y de cómo tratamos a los animales. Y se me ocurrió dibujar a una sirena sentada en una mesa mirando un plato de pescado y dudando si comérselo o no. Pero el método puede variar, claro. Cuando hago una viñeta diaria no trabajo igual.
¿Te han plagiado mucho?
— Sí, a saco. A veces me veo etiquetada en cosas y tengo que escribir: “Ey, que no soy yo”. Hay dos tipos: copias de ideas o de trazo y estilo. De esto último cada vez hay más, sobre todo chicas feministas que empiezan y usan el mismo pincel que yo y dibujan mujeres con pelo que es como una masa uniforme... Es clavado. Si la intención final es ayudar al feminismo, mira, que me copien es un daño colateral. Lo que sabe mal es que a menudo optan por tu estilo porque ven que funciona y quieren tener muchos seguidores rápidamente. Me imagino que ya les pasará. Cualquier persona que copia un estilo no se aguanta.
¿Y tú cómo encontraste tu estilo?
— Fue un proceso de ir destilando, de ir sacando detalles. Pero lo encontré cuando probé mi pincel, el Pentel Brush, que es como un boli con un pincel de punta. La tinta está dentro y el trazo es muy rotundo y muy sucio. Y me gusta que sea un poco sucio, porque no soy nada delicada. Cuando empecé usaba plumilla con tinta china y, además de la pereza de ir mojando tinta y de que enseguida se acabara, el trazo era demasiado fino. Con el digital, el ojo no capta bien una pantalla que tenga más blanco que línea. Tiene que haber una proporción más grande de negro.
Siempre has trabajado en un formato muy depurado de viñeta o doble viñeta. ¿No te atrae la idea de hacer alguna historia más narrativa?
— Me lo he planteado pero soy muy poco constante y me canso de todo muy rápido. Mantener un personaje durante meses me frustraría y entonces me pondría triste porque no soy capaz de acabar nada. Por eso tiro con el formato viñeta, porque cada día es nuevo.
Juegas mucho con la ambigüedad. ¿Te han malinterpretado alguna vez?
— Sí, muchas. Hace poco con una viñeta publicada en Lardín de una pareja teniendo sexo en la cama a cuatro patas y dos perros mirándoles y diciendo: “Esto se llama apropiación cultural”. Yo quería decir que hoy se usa muy a la ligera esta expresión y que se le tendría que tener más respeto. Hoy hay tres o cuatro temas que no puedes tocar si no eres del colectivo afectado, ni que sea para defenderlo. Pero creo que la función del humor es poner un tema encima de la mesa. Al final, lo que hago no es burlarme, sino un comentario de opinión. Y tengo el defecto de confiar demasiado en el público. Pero es que no hay nada que me dé más rabia que algunas cuentas que hacen unas viñetas tan sencillas y de un humor tan masticado que no tienes que pensar nada, se limitan a plasmar lo que pasa en el mundo tal cual.
¿Y qué viñeta te ha traído más problemas? ¿Cuál sería tu equivalente a la portada de los reyes follando de Manel Fontdevila?
— La de la familia numerosa, que está en Archivos Cósmicos. Se ve a una familia con seis hijos y un aspecto como de derechas. Y el padre dice: “Estos son nuestros hijos: Tradición, Patriarcado, Pasado, Iglesia, Machismo y la pequeña Monogamia... Por supuesto, de mayores podrán ser lo que quieran”. La Asociación de Familias Numerosas de España hizo una petición en Change.org que consiguió 5.000 firmas para que se retirara la viñeta, porque no representaba correctamente a las familias numerosas. Pero no sirvió de nada. Change.org no funciona, ¡ya lo sabéis! En El País se dudó de si había que publicarlo en la sección de cartas y yo responder después. Al final respondieron ellos en el editorial del domingo siguiente, sin aludir expresamente a mí pero defendiendo que los opinadores del diario puedan decir la suya, que para eso los contratan. Aquella misma semana El Roto también estaba en el punto de mira por una viñeta contra el Procés y me pareció bonito que el diario saliera en defensa de los dos, que en realidad teníamos posiciones casi opuestas.
Con las redes sociales sabes enseguida qué viñetas funcionan mejor y cuáles gustan menos. ¿Cómo te afecta este feedback?
— Pues mira, las viñetas mías que más gustan son las que hablan de amor y de la pareja, y he decidido dejar de hacerlas. Ya no me gustan. Y esto que es lo que se vendía mejor en mi tienda online, me forraba. Pero da igual, las he dejado de vender todas menos una porque el socio que lleva la tienda me dijo: “Por favor, esta no la quites que tenemos que comer”. Quizás me saboteo comercialmente, pero prefiero ser coherente que rica.
Publicas en un pequeño sello de cómic de humor, Caramba, que pertenece a una editorial independiente, Astiberri. Pero seguro que recibes muchas ofertas de editoriales grandes.
— Sí, pero los libros se venderán igual. Y si los libros se venden igual, quiero estar con quien me trate mejor. Y en Astiberri, por ser más pequeños, te tratan muy bien. Y si tienes una época en la que no tienes ganas de hacer charlas o firmas, lo entienden y te defienden. No es una fábrica de imprimir dinero. En otras editoriales, todo va bien hasta que no vendes. Pero en Astiberri, si tardas dos años en entregar el libro no pasa nada, te quieren igual. Mi agente me dice que si alguna vez quiero publicar con otra editorial, que adelante. ¿Pero por qué? Si me encuentro bien. No me gusta la presión mercantil, que me consideren una gallina ponedora.
¿Cómo llevas la presión de haberte convertido en una persona conocida?
— Intento no ser muy mediática. De hecho, no hago nada de televisión. Al principio hace ilusión que te conozcan, pero hace unos cuatro años me dio un parraque. Estaba fatal: tenía ansiedad, no podía ir a ninguna parte ni dar charlas y no sabía qué me pasaba. Creo que me cagué, no supe gestionar el éxito. Y me di cuenta de que no quería ser conocida. Me gusta que se conozca mi trabajo, pero no a mí. Quiero ir por la calle tranquila y poder estar de fiesta borrachísima y por el suelo sin que la peña me diga: "Uy, mira, es ella". Quiero seguir siendo una persona normal, con colegas normales. Y en esto soy muy clara.
Estamos a punto de acabar una entrevista con Flavita Banana sin haber hablado de feminismo.
— Ay, sí, por favor.
No, no te escapas. En tus libros hay mil temas diferentes, pero muchos te siguen viendo como “la humorista feminista”. ¿Ha acabado siendo una carga, la etiqueta?
— Sí, porque es reduccionista. Hay mucha gente que es feminista y no por eso son “el frutero feminista” o “la carnicera feminista”. No hablo siempre de feminismo, hablo de todo. ¿Por qué se me encasilla así? A mí me cierra puertas. Las que se me abren, me encantan, y nunca renegaré del feminismo, me encanta echar una mano, ser un referente para alguien y ayudar a pasar mejor esta vida de mujer. Pero hay más cosas. Reducirme a la humorista feminista es un clickbait de la prensa y las editoriales, una técnica para vender. Y no quiero decir que no sea una humorista feminista, sino que soy otras muchas cosas.