Entrevista

Regina Rodríguez Sirvent: “Nunca he pasado tanto miedo como estos dos últimos meses”

Escritora

8 min
Regina Rodríguez Sirvent

Regina Rodríguez Sirvent (Puigcerdà, 1983) ha sido una de las sorpresas literarias del año con su primera novela –Les calces al sol–, número 1 en ventas durante muchas semanas y premio L'Illa dels Llibres por votación popular. Pero esta euforia la ha tenido que vivir en los últimos meses desde el Hospital Vall d'Hebron. Bruc, su segundo hijo, que debía nacer el 27 de agosto, lo hizo el 14 de junio. Una montaña rusa de emociones a partir de la cual empezamos la conversación con esta mujer que vive en la Barceloneta con Guillem y con su otro hijo, Nord, que tiene dos años.

¿Qué es lo mejor que te ha pasado el último año?

— ¡Madre mía! Es muy bestia. Me estás entrevistando quizás en el momento de mi vida que tengo más cosas a flor de piel. Porque hace un año que presenté la novela. Era un día que había soñado incluso antes de que escribiera la primera frase, pero nunca me había planteado qué pasaría después. Lo ocurrido después fueron fuegos artificiales. Aparte, es la misma semana que existe la posibilidad de que después de prácticamente tres meses mi hijo, el segundo, vea la luz del sol por primera vez, salga a la calle y yo lo vea por primera vez sin cables. O sea, como me lo preguntas ahora, lo mejor que me ha pasado el último año es que mi hijo, que yo parí con 29 semanas, no se haya infectado de listeria y, por tanto, no tenga meningitis y que yo ya me encuentre bien.

¿No ha salido del hospital desde el 14 de junio?

— Nunca, desde que ha nacido. Y, de hecho, ayer… –intentaré no emocionarme...– ayer le bañaron, que le montan una especie de jacuzzi, le ponen un tubo con aire y salen burbujas, y lo cogí y, por primera vez, pude alejarme más de un metro de la cuna, porque llevan tantos cables... Lo cogí, sólo llevaba la sonda y pude andar por dentro del box de la UCI. Me pareció una aventura trepidante.

¿Por qué has llorado la última vez?

— He llorado desayunando en el bar hoy, porque me ha dado pena dejar a mi hijo mayor. Me he dado cuenta de que hace tres meses que no paso un día entero con mi hijo, que se llama Nord y tiene dos años y siete meses. Llevo llorando de alegría todo el 2023. Y ahora he llorado de pánico, de pena y de frustración.

¿Has pensado alguna vez en esa moralina cristiana, que recuerdo de mi casa, que si te pasaba algo muy bueno tenías que prepararte, porque quizás te venía una mala? ¿Tú esto en algún momento lo has relacionado?

— Hace dos semanas le dije al psicólogo: “Pienso que me han pasado tantas cosas buenas que, de repente, tiene que pasarte una mala”. Él me miraba de manera muy seria, del palo: "Lo que me estás diciendo es muy irracional". Y lo sé, que es irracional, pero le debe pasar a más gente, supongo. Yo me he infectado de una bacteria que nada tiene que ver con un éxito. Es absurdo lo que estoy diciendo. No tiene nada que ver. Pero de alguna manera sí piensas en ello.

¿Cuál es la última explicación que has encontrado en el porqué del éxito que te hayas convertido en la número uno de ventas en Cataluña?

— Pues mira, la última sería que hace una semana pude ir a Das, en el festival literario de la Cerdanya. Había un abuelo de Alp, Agustí, que yo conozco de toda la vida, y vino –con boina, camisa de cuadros, pantalón largo, hacía un calor que te cagas– y me dijo: “Me lo estoy terminando por segunda vez”. Tiene 84 años, el hombre, y pensé: "Si este hombre, que a priori es elantitarget de lo que puede parecer la historia, la portada, el nombre..., se la está leyendo por segunda vez, es que me ha salido un libro transgeneracional, que el humor se entiende independientemente no sólo de la edad sino de la geografía". Yo siempre he pensado que quiero que esto se traduzca en todo el mundo.

Ahora se traduce al castellano, sale en noviembre, Las bragas al sol. ¿Cuál es la última estrategia de promoción que te has inventado?

— Y al portugués también. En castellano estoy haciendo una lista de toda la gente a la que creo que le podría gustar, que nada tiene que ver con que sea gente de la literatura, ni que lea libros, ni nada.

¿Por ejemplo?

— Ahora estaba pensando en Cristina Pedroche, porque hay una chica que conozco de Vilafranca que fue a chasquear con ella en un restaurante de Nueva York y se han hecho amigas. Como Pedroche lo estará pasando mal por el posparto, que es durísimo, creo que le puede gustar.

¿Cuál es la última vez que te han dicho escritora y tú no te has sentido identificada con ella?

— Quizás te diría hace un año, cuando lo publiqué. Yo me siento escritora, hace mucho tiempo que me siento. Incluso antes de publicar. Pero decirlo en voz alta, no. Son dos cosas distintas. Yo miro este libro y pienso: “¿Pero qué has hecho? Tanto que te gusta a ti estar en un bar con gente, y no has estado porque estabas escribiendo y has invertido miles de horas”. La única explicación es que me flipe. Hay unos niveles de felicidad a los que sólo llego escribiendo.

Completa la frase: "Últimamente…"

— Voy de culo. Últimamente he oído cosas que nunca he oído en mi vida. Últimamente me sorprende mucho cómo puedo pasar de rápido de un estado de ánimo a otro. Cómo puedo pasar de una UCI del Vall d'Hebron al backstage de Luz de Gas y no sentir que me estoy mintiendo, sino sentir que yo puedo transitar a esa velocidad. Y esto me hace profundamente feliz, ver que puedo volver a ser quien era antes.

¿Cómo has dormido esta última noche?

— Bien, porque he dormido en una cama sola. Ayer dormí una hora y veinticinco en una silla del Vall d'Hebron.

¿Cuándo fumaste el último puerro?

— Hace mucho, hace mucho. En Palamós, en abril de 2018.

Cuéntame la última fiesta a la que hayas ido.

— Mira, un pedazo de fiesta. Es muy exótica, ésta, ¿eh? En diciembre, unos clientes míos me invitan a una fiesta en Estados Unidos, que es una fiesta para presentar a las chicas en sociedad, cuando tienen 21 años, superretrógrado, del sur de Estados Unidos y tal. Pero esa gente, que nos hicimos íntimos, lo hace para celebrar la vida. Y voy a Charleston, donde tienes que vestirte, que a mí me encanta eso; tengo muchos vestidos por estrenar, yo estoy preparada para los Oscars, quiero decir, tengo cada semana outfits para ir a los Oscar. La presentación es sólo de chicas, que además van vestidas como de novia. Es que es muy creepy la cosa. Allí todas de blanco, las lleva su padre, todo el mundo allí con esmoquin, y había como seis chicas. Y yo era muy exótica, claro. "Han traído a la amiga de Barcelona". Era muy yanqui, había banderas yanquis por todas partes, había pirámides de donuts, una banda de Atlanta superguay, y yo, que pillé una taja moderada. Pero es algo que se prolongó durante 24 horas. Y cuando ya me llevaban al aeropuerto después de esta larga fiesta, me dicen: "¿Tú sabes quién vive en Charleston?" Te lo pregunto a ti ahora.

Ni idea.

— Es un actor muy famoso, de los más famosos del mundo, que además es conocido porque se presenta de forma aleatoria y por sorpresa en fiestas: Bill Murray. Yo estuve en una fiesta con Bill Murray y no lo supe. Y no le vi. Como una inútil, haciéndome fotos con las pirámides de donuts y las banderas americanas. A mí que me gusta mucho el cine y que soy tan fan de este hombre…

¿Te gustaría haber sido americana en vez de catalana?

— No, ni de cachondeo. Pero con la energía que tienen empaticé mucho, la reconozco y me gusta.

¿Es la energía americana superior a la catalana?

— No diría que sea mayor, diría que es más entusiasta. Un gran ejemplo es ir a misa. Si vas aquí a misa, a priori tienes un dinosaurio que quizás te habla en catalán y no lo entiendes. Con perdón, ¿eh? Y allí tienes rock'n'roll, la gente de aquí para allá dándolo todo. Y mira que yo no soy creyente, ¿eh? Pero es una comparación que funciona.

¿Cuál es la última vez que has rezado?

— Seguramente en el cole.

¿Ni este último año has hablado con Dios?

— No. Lo que me hacía no perder la cordura han sido los mensajes de mis amigos y de mi familia. No he pensado en ello. Necesitaba cosas tangibles porque he pasado mucho miedo cuando no sabíamos si yo tenía meningitis, si él tenía meningitis. Una enfermera me dijo que su hija había fallecido de meningitis. Yo nunca he pasado tanto miedo como estos dos meses y medio. Nunca en mi vida.

¿De qué?

— De morirme. Y de que muriera mi hijo. Sentía que estaba caminando por una cuerda muy fina y que si yo caía en ese pozo, perdía la cordura.

La última vez que pensé en ti fue el día de la final del Mundial femenino, cuando la chica que marca el gol, Olga Carmona, sabe al terminar el partido que ha muerto su padre. Pienso que es multiplicado por 50 lo que te ha pasado a ti: lo mejor y lo peor de una vida concentrado.

— Sí, sí... Mira, mientras yo estaba pariendo, en la sala de partos, me llegaron dos mensajes que recuerdo mucho. Uno, que llegaba una nueva edición del libro, la decimotercera, y me sonaba como un eco lejano; y dos, que a un cliente mío de las rutas gastronómicas por Barcelona le habían robado el Rolex de oro mientras hacían un tour. No podía importarme menos. ¡Estoy pariendo un niño!

¿Cuándo fue la última vez que dijiste "Te quiero" ya quién?

— Esta mañana, a mi marido ya mi hijo.

¿A ambos?

— Sí.

¿Ha sido casualidad hoy o es algo diario?

— No, no es a diario, pero últimamente es más frecuente.

Últimamente...

— Sí, con todo esto que me ha pasado es increíble la cantidad de “Te quiero” que han aflorado por todas partes.

¿Cuál es la última noticia que te ha impactado?

— El último hijo de Robert De Niro.

¿Qué le ha pasado?

— Que tuvo otro con 83 años. La semana pasada estaba sentada en un bar. Yo hablo mucho con la gente desconocida del bar. Éramos yo, que escribía un texto; Albert, que es un hombre de 92 años que estaba a mi lado, y Xavier, que ojalá vea esto, que estaba leyendo la revista ¡Hola! Y le digo: “¿A ver, qué dice el '¡Hola!?” Hablaba de eso de Robert De Niro, y aquel hombre se lo estaba leyendo con una fruición... Y acabamos hablando de Papuchi, el padre de Julio Iglesias, en paz descanse, y de todos los hombres que han seguido teniendo hijos con más de ochenta años.

¿El último día sin reír, lo recuerdas?

— Felizmente te diré que no lo recuerdo, porque incluso estos días –que redundante que soy, los peores días de mi vida– me ha salvado reír, por supuesto. Y, de hecho, con una de mis mejores amigas; a ella se le murió su madre 15 días antes de que yo pariera. También absolutamente de repente. Estaba desayunando, superjoven. Hemos reído mucho las dos juntas. De decir: "Bueno, ¿qué tal?" Y en ningún momento me siento culpable, todo lo contrario. Tengo un umbral muy bajo de la risa, por suerte.

¿Te sabes alguna canción de El Último de la Fila?

— Seguramente. ¿Cuál es la más famosa?

...

— Ahora voy a quedar fatal. Sí, porque las he cantado un montón de veces, pero no sé… Dime un título.

...

— La respuesta es sí, me la sé, pero no sé cuál ahora. Fatal.

Las últimas palabras de esta entrevista son las tuyas.

— [Se siente un aplauso en el vestíbulo del Palau de la Música Catalana, donde hacemos la entrevista, después de la interpretación de una cantante de fondo.] Un aplauso ajeno. Ya está, no hace falta decir más. El universo me aplaude cuando toca. Mira, venía hacia aquí escribiendo un whatsapp: “Me voy al Palau de la Música, que me entrevistará Albert Om, que me hace mucha ilusión”. Y la respuesta de la persona es: “Disfrútalo mucho porque esto no puede decirlo todo el mundo”. Y lo siento de verdad.

Albert Om y Regina Rodríguez Sirvent
Una entrevista con final feliz

Llega acalorada al Palau de la Música Catalana –donde la hemos citado– y nos pregunta si puede hacer un time-lapse de la conversación. Apoya el móvil en una columna, por lo que sus seguidores, al cabo de unas horas, ya verán a cámara rápida nuestro encuentro. Tiene una generosidad desbordante, como si quisiera decírtelo todo, como si le gustara más la guarnición que la carne. Cuando se lo comento, hace que sí con la cabeza: “Mis amigos me dicen la ramas, porque siempre me voy por las ramas”. La entrevista tendrá un final feliz al cabo de unos días, cuando Alba Om, la jefa de Ara Vídeos, reciba un whatsapp de Regina: “ESTAMOS FUERA”, y una foto de toda la familia en la puerta del Vall d'Hebron, ahora sí, camino de casa. Bruc ha podido ver el sol por primera vez, la víspera del día que hacía tres meses de aquel parto inesperado.

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