Literatura

Imma Monsó: "La realidad supera la ficción, pero la ficción es infinitamente más creíble"

La escritora ha hecho el pregón de la lectura en el Saló de Cent del Ayuntamiento de Barcelona

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La escritora Imma Monsó firma el libro de Sant Jordi del Ayuntamiento  de Barcelona antes del pregón

BarcelonaImma Monsó confiaba en que el encargo de pronunciar el pregón de este Sant Jordi se acabaría cancelando. "Pensaba: seguro que pasará algo importante y no se hará", ha admitido esta tarde en el Saló de Cent del Ayuntamiento de Barcelona durante la conversación posterior al pregón, acompañada de la periodista Anna Guitart. "Lo que me gustaría es ver este acto desde casa, en pijama", aseguraba minutos antes.

Aun así, la autora de Todo un carácter (2001) y Un hombre de palabra (2006) ha conseguido, en solo un cuarto de hora, encomendar la pasión por la literatura que la acompaña desde hace décadas. El primer recuerdo ha estado para su padre, a quien un día encontró "leyendo un libro sin imágenes". Monsó, que entonces tenía cinco años, lo quiso imitar, pero, a pesar de mirar "la página fijamente, aquellas líneas" no le decían nada. Más adelante, en la Mequinenza de la década de los 60 en la que aprendió a leer, no había biblioteca donde encontrar libros. "En Lleida, en cambio, sí, pero mis padres creían que me podían llevar al circo, al cine o a la feria, pero a la biblioteca no", ha dicho.

El paraíso de las librerías

El verano de los 12 años la marcaron tres libros, El camino, de Miguel Delibes; El Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio, y Nada, de Carmen Laforet. "La novela de Delibes la entendí. La de Sánchez Ferlosio, no. Y Nada me dejó un vacío en el corazón que todavía siento cuando voy por la calle Aribau", ha explicado. Ya en Barcelona, la biblioteca del instituto le permitió descubrir a autores catalanes como Josep Carner y Mercè Rodoreda, y la de la Alianza Francesa, Zola, Balzac, Beckett o Ionesco. "Pero enseguida me di cuenta de que no tenía suficiente con las bibliotecas, porque quería marcar, anotar y estrujar los libros. Hacerlos míos –ha admitido–. Librerías barcelonesas como la Herder o la Catalonia se convirtieron en mi paraíso. Compraba los libros eligiéndolos al azar. No me guiaba por el argumento, sino por el que leía adentro, hojeándolos". Monsó todavía tiene presente que se gastaba la paga en las librerías, pero en cambio no recuerda que quisiera ser escritora.

"Es verdad que tenía libretas donde empezaba historias, pero nunca las acababa –ha dicho–. Mi voz interior hablaba demasiado deprisa. Cuando, más tarde, descubrí el teclado del ordenador, fue una bendición". Fue en este formato que la escritora empezó la que acabaría siendo su primera novela, Nunca se sabe (1996). "El impulso de escribirla lo tuve volviendo de Alsacia, compartiendo una botella de un vino gewürztraminer con amigos y mi pareja –ha hecho memoria–. Pensé que quería habitar la cabeza de alguno de ellos, para saber si sus emociones se asemejaban a las mías o no tenían nada que ver".

Escribir para no hablar

En tres años tuvo el libro a punto, que publicó Edicions 62. "Siempre he procurado no ser feliz mucho rato –ha admitido–, porque cuando la novela llegó a las librerías me di cuenta de que tendría que hablar en público. Escribo precisamente para no tener que explicar hablando lo que escribo". En el libro, un joven encontraba una botella del mismo vino que había compartido Monsó, pero en la etiqueta decía que permitía experimentar las sensaciones de los otros. Decidía intercambiarse la vida con un amigo. "Me sorprendió que los periodistas me preguntaran que por qué elegía un tema fantástico", ha dicho.

Todavía la descolocó más el día que recibió una carta de un hombre que, después de comprar una botella de jerez donde había un mensaje idéntico al que la autora había inventado para la novela, se decidió a ponerlo en práctica. El hombre intercambió la mente unas horas con un compañero de trabajo. "Al día siguiente volvía a ser el de siempre, pero mi mujer, que es muy lista, decía que no era el mismo –ha dicho, y con una sonrisa ha añadido–: después de leer su libro me he dado cuenta de que no soy un bicho raro, porque usted explica lo mismo que viví con naturalidad y rigor". Llegado a este punto, Imma Monsó ha hecho una pausa antes de cerrar un pregón memorable: "La realidad supera la ficción, pero la ficción es infinitamente más creíble".

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