Crítica de cine

La inesperada amistad entre un ladrón y su víctima

En el documental 'La pintora y el ladrón', el robo de un cuadro desencadena una historia increíble pero real

4 min
Fotograma del documental 'La pintora y lo ladrón'

BarcelonaEn 1973 cuatro empleados de un banco de Estocolmo desarrollaron una extraña relación de complicidad hacia el atracador que les había convertido en rehenes y acuñaron el famoso síndrome de Estocolmo. Quizás a partir de ahora también se podría hablar de síndrome de Oslo para definir la increíble historia que describe el documental La pintora y el ladrón –que este viernes llega a los cines– sobre una artista checa poco conocida y el ladrón que le robó dos cuadros de una galería de la capital noruega. Barbura y Karl-Bertil se conocieron en el juicio de aquel robo y allá mismo ella le hizo una propuesta poco habitual: que le hiciera de modelo para un retrato.

Fue más o menos en este punto que el director Benjamin Ree se interesó por la historia de esta extraña pareja. “Estaba investigando los robos de arte porque me fascinan, supongo que por el contraste entre la alta cultura del arte y el mundo criminal de los ladrones –explica por Zoom–. Este caso, además, me generaba todo tipo de preguntas: ¿por qué robar los cuadros de una artista desconocida? ¿Qué pensaba hacer con las pinturas?” Aun así, Ree no consiguió respuestas para ninguna de estas preguntas, porque Bertil asegura no recordar nada sobre los hechos por culpa de las drogas.

Pero después de filmar algunas sesiones de trabajo entre Barbura y su peculiar modelo, el director grabó una escena que cambiaría el objetivo del documental: el momento en el que Bertil descubre el retrato que le han hecho y, de repente, lo atraviesa un alud de lágrimas y emociones que transforman la dureza de un rostro marcado por una vida de crimen y adicciones. “Fue una reacción que no me esperaba nada –reconoce el director–. Yo quería hacer un corto documental pero entonces me di cuenta que tenía que ser un proyecto más largo”. La reacción del Bertil es el punto de inflexión que transforma una relación de interés mutuo e inspiración artística en una amistad profunda. ¿Pero qué sintió él al ver el cuadro, que lo captura en un gesto íntimo y cercano, casi melancòlic? Posiblemente, intuimos, la sensación de sentirse reconocido por otra persona, de reconocer en la obra una parte de él mismo que él sentía invisible para la mayoría de la gente. “Nadie me ha visto tan vulnerable como tú”, resumía después en una carta de agradecimiento.

Más iguales de lo que parece

El documental explora la fragilidad de Bertil, marcado por una infancia solitaria y desgraciada, un hombre autodestructivo pero a la vez tierno y empático. “Ella me observa mucho, pero se olvida que yo también la puedo ver”, comenta en el film sobre Barbura, que también se acaba revelando como un personaje complejo, una víctima de violencia sexual que se siente atraída por el lado oscuro de Bertil y se confiesa “adicta” a la pintura, tanto que su novio le recrimina que se expone a situaciones poco saludables solo para poder seguir pintando. “Cuando empecé la película estaba fascinado por el contraste entre Bertil y Barbura, pero después de filmarlos durante tres años y medio comprendí que eran dos personas muy parecidas –apunta Ree–. Es difícil traducir en palabras su relación, pero quizás las imágenes y los gestos la pueden explicarlo mejor que nada”.

Fotograma de 'La pintora y el ladrón'

Con una historia tan retorcida e inverosímil no es extraño que algunos espectadores se pregunten si hay algo de orquestado en el documental, sobre todo porque hay escenas desde el principio de la historia, cuando Ree en teoría ni siquiera había oido a hablar del caso, y un audio del momento en el que Barbura y Bertil hablan en el descanso del juicio. Según Ree, las imágenes pertenecen a un amigo del artista que la filmaba a menudo y el audio lo grabó la misma Barbura en el juicio porque no entiende el noruego y se olvidó de apagarlo durante el descanso. “Tuvimos tanta suerte con el material de archivo que hay gente que se piensa que algunas escenas están grabadas a posteriori”, dice el director.

También está la cuestión de la naturalidad ante las cámaras de los protagonistas, que se abren en canal y comparten todas las cosas que les van pasando, que en el caso del Bertil no son pocas ni agradables. “Él accedió porque se sentía culpable por haber robado el cuadro y quería compensar a Barbura. Y ella lo hizo porque le parecía que Bertil era un personaje fascinante y el mundo tenía que conocer su historia. De alguna manera, los dos señalaban al otro”. La ironía es que el éxito de La pintora y el artista ha catapultado la carrera de la artista disparando las ventas de sus cuadros. “Cuando la conocimos tenía problemas para pagar el alquiler y a veces la comida –recuerda el director–. Si tuvimos tanto acceso a los personajes en el rodaje fue en parte porque teníamos un buen presupuesto de dietas y podíamos invitar a Bertil y a Barbuda, que entonces estaban pelados”.

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