Loes álbumes de fotos de nuestra vida contienen sombras de antaño en blanco y negro o amarillentas. Rastros de amigos a los que hemos perdido la pista o de familiares que hemos dejado de frecuentar. La familia! Nos encadena y nos sirve de refugio. También recuerdos de pérdidas dolorosas. I sin solución de continuidad, sonrisas de juventud, viajes olvidados, Navidades y cumpleaños. Todo enlazado como un mar de fondo que siempre retorna y nos acolcha, donde pasado y presente se funden y nos confunden. "El tiempo pasado y el tiempo futuro, / o que podría haber sido y lo que ha sido / apuntan a un solo final que está siempre presente", escribía T.S. Eliot en Cuatro cuartetos, publicados entre 1936 y 1942. El final de Eliot llegó un 4 de enero de 1965, hace 60 años. Releer su obra completa de la mano de la edición bilingüe (inglés-catalán) de Josep M. Jaumà (Ed. 1984) es un lujo inmortal.
En 1917, un Eliot a las puertas de la treintena, cuando ya había cambiado Estados Unidos por Inglaterra, escribía a su madre: "El tiempo no es ni un antes ni un después, sino todo a la vez [...] Es como un álbum de fotos”. Eliot había dejado atrás las imágenes sepia del Misisipi y de Saint Louis de la infancia, su "aburrido destino" de alumno brillante de buena familia y el rigorismo moral de la Iglesia Unitaria impulsada por su abuelo. Quiso hacer un camino propio al otro lado del Atlántico. Cambió Harvard por Oxford y se casó sin avisar a la familia: a partir de entonces vive dos infiernos, el de su matrimonio y el de la Europa en guerra. Sale adelante trabajando en el Lloyds Bank y escribiendo poesía, su pasión desde adolescente.
Con La tierra yerma (1922) le llega el éxito, el primer álbum de fotos para detener el tiempo. Habla de una "tierra agrietada", de cómo cada uno vivimos en nuestra "cárcel", del sexo desolado, de los "crápulas herederos de los directores de la City". Arranca así: "Abril es el más cruel de los meses, engendra/lilás en la tierra muerta, mezcla/memoria y deseo, agita/las raíces mortecinas con lluvia primaveral". Unos años después, en 1928, en el poema Animula, confronta "el dolor de vivir y la droga de los sueños". Vida, sueños, fotos...
Pero su obra maestra son los Cuartetos, que al fin y al cabo le valdrían el Nobel (1948). El segundo cuarteto comienza (y termina) con Heráclito –"En mi inicio está mi final", "En mi final está mi inicio"– y con el Eclesiastés, con un tiempo para cada cosa. En el tercer cuarteto se adentra en un tiempo "más viejo que el tiempo de los cronómetros": "Entre la medianoche y la aurora, cuando el pasado es todo él engaño, / y el futuro no tiene futuro, antes del acecho de la mañana / cuando el tiempo se detiene y no termina nunca; / y el mar de fondo, que está ahí y estaba desde el principio, / hace sonar / la campana". El tiempo como un viaje fuera del tiempo. Así es un álbum de fotos: los años pasan, las instantáneas permanecen fijadas, inmóviles, eternas.
El cuarto cuarteto, que el propio Eliot consideraba el más exitoso, es el de la "dulzura voluptuosa", el de la esperanza escéptica ante la locura humana, el de las olorosas rosas que pinchan y, al final, el del "todo irá bien" cuando "el fuego y la rosa sean uno". Y como con el tiempo, escurridizo, lo mismo con la sabiduría. En el poema Miércoles de ceniza ya nos había recordado, de la mano de Sócrates, que "la única sabiduría que podemos esperar alcanzar / es la sabiduría de la humildad: la humildad no tiene fin".
Y como estamos en vísperas de la llegada de los Reyes Magos, seres fuera del tiempo, tan fotografiados como enigmáticos, acabo con su Viaje de los reyes magos, de 1927, publicado pocos meses antes de que Eliot fuera bautizado en la Iglesia anglicana. Después de describir el pesado periplo de los magos en pleno invierno, hace que uno de los Reyes nos hable desde el fondo de su corazón sabio: "Todo esto sucedió hace mucho tiempo, lo recuerdo / y lo volvería a hacer, pero fíjense / fíjense / en esto: ¿fuimos conducidos todo aquel camino hacia un / Nacimiento o una Muerte? Hubo un Nacimiento, ciertamente / Tuvimos la evidencia y ninguna duda. Yo había visto nacimiento y muerte, / [...] / Volvimos a nuestros sitios, a estos Reinos, / pero ya no estamos a gusto, aquí, en el viejo sistema, / con una gente extraña aferrándose a sus dioses. ¡Ojalá me llegara otra muerte!"