Los buenos talleres de escritura son bandadas de leones en torno a una balsa

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Dos leones en plena comida en Suráfrica.

BarcelonaHace unas semanas presenté la última novela de Claire Fuller, La memoria de los animales (traducida al catalán por Josefina Caball para la editorial Les Hores), en la librería Finestres. Fuller empezó a escribir con 40 años, cuando cursó un master de escritura creativa. Diecisiete años después, es autora de cinco novelas.

Pasar por una escuela de escritura puede ayudarte a descubrir o potenciar un talento, como es el caso de Fuller, o bloquearlo. Porque el objetivo de un taller de escritura creativa, cómo defiende la admirada Ursula K. Le Guin a La ola en la mente (ya he hablado de este libro; es una fuente de sabiduría inagotable y la ha traducido al catalán Elena Ordeig Vila, para Raig Verd), no es "aprender a escribir", sino aprender qué es escribir.

El primer fundamento sería encontrar a un profesor que no se enfade de ego, es decir, alguien que entienda que su función no es brillar sino enfocarse en los proyectos de los alumnos y ayudarles a tener unas expectativas realistas, adquirir unos hábitos que les sean útiles, respetar la propia labor y la de los demás y, sobre todo, acabarse de percibir como escritores. Le Guin defiende, y estoy de acuerdo, que el profesor debe ser un escritor y no un "enseñante" de escritura, es decir, alguien que pueda compartir su experiencia y realidad como escritor publicado y en activo, con todo lo que esto conlleva.

No confundir honestidad y psicopatía

El segundo fundamento sería, en la misma línea, encontrar a unos compañeros que dejen el ego aparcado en casa y que compartan los propios textos y lean los de los compañeros con humildad, respeto y responsabilidad. Dejar leer a otro lo que has escrito es una de las cosas más difíciles que hay y saber estar a la altura de esa confianza ofreciendo críticas constructivas, y no confundiendo la honestidad con la psicopatía.

Le Guin cree que la esencia de un taller de escritura creativa es el grupo en sí, en el que el profesor facilita la dinámica, pero los propios integrantes son la fuente de energía. Por este motivo, cuando el grupo es bueno y funciona, todos, alumnos y profesor, salen fortalecidos a través de la energía creativa y el sentido de comunidad que se crea y, por eso mismo, es común que se acaben generando subgrupos que siguen trabajando juntos durante años.

Ésta es mi experiencia y, por lo que explicó Claire Fuller, también la suya. Cursé el itinerario para narradores de la Escuela de Escritura del Ateneu Barcelonès hace más de diez años. Llegué al último curso bloqueada y con un proyecto literario que no salía adelante. Pero un buen profesor y escritor como Ramon Erra y unos compañeros generosos, alegres y estimulantes me ablandaron y me ayudaron a acabar de escucharme escritora. De ahí salí con un grupo de amigas escritoras, Elisenda Solsona, Laura Tejada y Gemma Sardà, que todavía hoy son uno de los pilares más sólidos de mi vida literaria y personal.

Para Le Guin, un buen taller de escritura sería como una bandada de leones alrededor de una balsa, después de haber cazado una cebra juntos y de habérsela comido: "A continuación se tumban bajo la calor del día y hacen ruidos y asustan a las moscas con expresión de bonhomía. Es toda una experiencia haber formado parte, aunque sólo sea durante una semana, de una bandada de leones".

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