Marta Soldado: "Mi caballo tiene derecho a la memoria de su propia especie"
Escritora, autora de 'En el bosque rojo, un caballo huye'
BarcelonaMarta Soldado (Terrassa, 1989) es una escritora inquieta. Después de publicar La felicidad de un pollo al ast (La Otra Editorial, 2018) fue a Saigón y Hanoi, donde trabajó y escribió La cabeza y la cola del dragón (Comanegra, 2022). En su último libro, En el bosque rojo, un caballo huye (Ángulo Editorial) –último premio Pin i Soler– aterriza en un lugar muy distinto: Chernobyl. Allí comienza el periplo de un caballo salvaje que cambiará la vida de distintos personajes.
Tu recorrido es interesante. De Asia a Europa del Este. ¿Por qué Chernobyl?
— Europa del Este hace mucho tiempo que me interesa. Me interesan las lenguas eslavas y había empezado a estudiar polaco. Lo que más me llama la atención son las fronteras y cómo separamos las dos Europas. Chernóbil genera una serie de imágenes: muerte, desolación, una tierra arrasada, negra... En cambio, cuando empecé a investigar, vi que allí había devuelto muchísima fauna. En los lugares donde no hay personas, los animales viven muy bien.
¿Cómo descubriste los caballos de Przewalski?
— Es muy curioso porque es una especie salvaje, y no es que hayan vuelto a Chernobyl, porque no son originarios, sino que se les introdujo para intentar salvarlos. Me llamaron mucha atención las imágenes de los caballos durmiendo en las estructuras que habían abandonado a las personas. Es una gran metáfora visual.
Tu caballo tiene memoria, como el caballo deHistoria de un caballo de Tolstoi, pero la va perdiendo cuando le domestican.
— Sí, en Historia de un caballo es el caballo quien recuerda, quien cuenta su historia. Quería también reflexionar sobre hasta qué punto podemos olvidar el lugar del que venimos cuando cambian las condiciones y nos habituamos al nuevo estado de domesticación. Es el caso, por ejemplo, de un hombre que cae en la esclavitud y se le priva de la libertad. El mundo laboral también puede comportar un importante grado de esclavitud. A nosotros, por ejemplo, nos cuesta pensar en una vida sin la parte laboral, sobre lo que podríamos ser si tuviéramos todo el tiempo para administrar. Hemos construido también un relato sobre la necesidad de depender de los demás y sobre lo fácil que es quitar la libertad a alguien y también que nos la tomen.
Esta pérdida de libertad puede darse en muchos...
— La domesticación es siempre un proceso violento. Lo es domesticar a los animales, pero también domesticarnos a nosotros mismos. Sólo hace falta pensar en los inicios en las fábricas y que fácilmente naturalizamos estar cerrados tantas horas en una fábrica. Son condiciones que creamos nosotros mismos.
En el libro hay una reivindicación de nuestra parte más intuitiva, más sensorial y menos domesticada, como cuando Elena observa cómo Constantino se relaciona con los caballos. Reivindiques pudo comprender de modo diferente. ¿Cómo se hace esto?
— Vivimos encerrados en la razón y en lo que supone la racionalidad de una forma demasiado absoluta. Yo no menosprecio la racionalidad, pero creo que hay también una renuncia a los sentidos, a una forma de aprender, de conectar con el cuerpo, y algunos animales nos lo recuerdan. Cuando perdemos ciertos vínculos es también una forma de desarraigo, porque nos desvinculamos también de otros seres y otras formas de sentir.
¿Es más fácil que las mujeres convivan con los caballos que los hombres?
— El hombre es más destructivo o quizás las mujeres no hemos tenido la oportunidad de demostrar que destructivas podemos llegar a ser, porque los lugares de poder hasta ahora no han sido accesibles. Sí podemos observar que existe un sistema político que lleva al desastre: las fronteras, las guerras, los refugiados... Es una forma de enfrentamiento y destrucción.
Las fronteras son una parte importante del relato. Hablas de quienes las sufren, pero también de quienes las vigilan.
— He vivido las fronteras desde el privilegio. Me han interesado siempre, es prácticamente imposible pensar en un mapa sin estas fronteras y sin la gestión de estas fronteras. Las fronteras son una manera de excluir, de decir a alguien que no tiene derecho a estar ahí. Las fronteras también pueden ser la propia piel. Hay muchas especies migradoras a las que no les importan las fronteras. Sin embargo, nosotros nos hemos hecho fanáticos de unas fronteras que no dejan de ser divisiones creadas de forma muy interesada.
¿El estado y la familia son ficciones?
— Son ficciones de las que podríamos desprendernos, pero generan muchas adhesiones, mucho odio y mucho amor. Son ficciones porque las hemos creado y no dejan de ser símbolos, formas de organizarnos.
¿Ser humano es un prejuicio?
— Lo dice el filósofo Friedrich Nietzsche, quien habla de las ficciones que hemos construido y también del desarraigo. Habríamos podido construir otras ficciones, pero hemos construido estas y las hemos vestido de toda una teoría con las herramientas que tenemos a nuestro alcance. Es desde el prejuicio que hemos construido el privilegio de ser humanos con respecto a las demás especies.
¿Qué tenemos en común con los caballos?
— Con los caballos tenemos en común cosas muy básicas que a menudo olvidamos. Para nosotros a veces es un símbolo de libertad y lo imaginamos corriente libre, pero es más frecuente que el caballo vaya montado por un jinete. Desde la altivez les hemos simplificado e imaginamos que para vivir bien sólo necesitan comer y dormir bien. ¿Pero cómo podemos saberlo? No podemos entrar en la alteridad de otro ser que es radicalmente distinto. Cada ser tiene su mundo. Nosotros tenemos toda la parte sensorial atrofiada, no tenemos su memoria olfativa. No envidio la incomodidad de los caballos, pero sí creo que pueden conectar con muchas otras cosas. Mi caballo tiene derecho a la memoria de su propia especie, de la libertad y la esclavitud, de la manada y la soledad, de la esclavitud y la violencia, de la caricia y el cuidado. No le he vaciado de razón ni tampoco le he superpuesto la propiamente humana, pero le he puesto en contacto con humanos que con él pueden ver que se puede ser de otra forma.
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