Literatura

Colm Tóibín: "Un día encuentras en Facebook que alguien de quien te habías enamorado el verano de 1976 todavía está vivo"

Escritor. Publica la novela 'Long Island'

BarcelonaColmo Tóibín (Enniscorthy, 1955) se encuentra en un momento creativo intenso y pletórico. El autor irlandés, de 69 años, acaba de pasar por Barcelona por presentar no una ni dos, sino tres novedades. La más golosa quizá sea Long Island (Amsterdam/Lumen; con traducción al catalán de Ferran Ràfols Gesa), secuela de la celebrada Brooklyn, pero también ha recogido sus ensayos sobre arte a La mirada cautiva (Arcadia; traducida por Helena Lamuela) –que nunca había reunido en inglés– y ha publicado la novela corta Una casa en el Pallars (Salòria), ambientada en Burg, que el autor conoce muy bien porque desde hace años veranea en el Pallars.

Desde que debutó como novelista con El sur (1990) no ha dejado de probar cosas nuevas, dentro y fuera de los libros. En un par de semanas publica una primicia en catalán, Una casa en el Pallars.

— Estoy ilusionado. Saldré de gira durante la primera semana de agosto por varios pueblos del Pirineo. Es la novela que me convierte en escritor pallarés. ¡Pero no del Pallars Jussà, sino del Pallars Sobirà, que no es lo mismo! [Ríe] La historia se me ocurrió hace mucho tiempo, a finales de los 80, en la Barceloneta, un barrio donde pretendía comprar un apartamento...

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Su relación con Barcelona arrancó mucho antes, en 1975. Recuerdo un relato en el que contaba una orgía en la que aparecían Ocaña y muchos otros hombres.

— Barcelona ha sido una de las ciudades más importantes en mi vida, no es ningún secreto, y todavía vengo a menudo.

Estuvo a punto de escribir una obra de teatro para el TNC, ¿no?

— Estuvimos hablando de ello durante mucho tiempo. Volviendo a mi libro del Pallars, en 1988, el año que quería comprar el apartamento en la Barceloneta, paseando por ese barrio paré la oreja a la conversación que mantenían tres mujeres. Las tres se parecían, hablaban en catalán y se conocían tan bien que una terminaba la frase de la otra. Descubrí que eran hermanas y que habían vivido durante décadas en Argentina, porque sus padres se habían ido cuando sus hijas eran adolescentes. Ahora que habían vuelto se quejaban de los cambios en la ciudad y de cómo habían subido los precios. Hubo que pasar décadas y que mi vida hiciera muchas curvas antes de que me pusiera a escribir su historia, Una casa en el Pallars, que en inglés se llama The Catalan girls.

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La novela conecta con su debut como escritor, El sur, en la que Barcelona, ​​el Pallars y el franquismo –transcurre en los años 50– están muy presentes.

Una casa en el Pallars es una historia de regreso al Pallars. Aquella conversación de tres minutos que espí acabó convirtiéndose en una narración de 120 páginas que escribí durante el confinamiento a causa de la pandemia. Me encanta esta idea de construir todo un mundo a partir de un vistazo, de una impresión. El procedimiento tiene que ver con una anécdota relacionada con Henry James. Una amiga suya publicó una novela de éxito sobre los jóvenes protestantes franceses. Él le preguntó cómo lo había hecho y le contestó que no le había hecho falta ninguna búsqueda. Nada más coincidir de casualidad con unos jóvenes protestantes por las calles de París.

Long Island también nos habla de un doble retorno: primero, el de Eilis en Irlanda de su juventud; pero también es su regreso como escritor al personaje. Siempre había dicho que no escribiría ninguna secuela, pero ha cambiado de opinión.

— Lo he repetido tanto que al final tenía que intentar hacer lo contrario. La idea de escribir una secuela es una temeridad: puede perjudicar la imagen del libro anterior, pero también la tuya. Desde el siglo XIX, la novela realista describe un círculo, un arco narrativo que se cierra al final. No tendría ningún sentido hacer una segunda parte de Señora Bovary ni de otras muchas novelas. Proust es una de las pocas excepciones.

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Brooklyn (2009) explicaba cómo la joven Eilis dejaba Irlanda de la década de los 50, encontraba trabajo en Nueva York y se enamoraba de un italiano trasplantado en América, Tony. En Long Island hemos avanzado hasta los 70.

— Al igual que artistas como Joan Miró, que siempre hacían lo que les convenía y no lo que les pedían, no tenía ninguna intención de reanudar el personaje de Eilis. La imaginaba casada y con hijos, y pensaba que aquí no había tensión narrativa alguna. Pero un día se me ocurrió que un hombre irlandés llamaba a la puerta de casa de Eilis y Tony muy enfadado, y que tenía una noticia importante para ellos dos: Tony había ido a hacer de fontanero a su casa y, además de reparar el problema, había dejado embarazada a su mujer.

El irlandés dice que cuando nazca la criatura se la llevará para que la cuiden ellos. No quiere saber nada. Eilis tampoco, y eso provoca una crisis de pareja con Tony importante.

— Diría que esta premisa argumental tan bestia me vino de haber estado enseñando a Thomas Hardy en la universidad. Novelas como El alcalde de Casterbridge y Jude el oscuro están llenas de escenas góticas y melodramáticas.

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Por eso Long Island Qué es una novela de ritmo picado y llena de diálogos?

— Cuando la tuve escrita me dediqué a eliminar todas las escenas prescindibles desde el punto de vista de la acción. Pensé la novela teniendo en mente unas palabras de William Maxwell, escritor y editor de ficción del New Yorker [de 1936 a 1975], que decía en una carta: "ploto schmot", es decir, "el argumento no importa". Maxwell era un gran detractor del argumento en la ficción, creía que la hacía trivial, y se puede comprobar leyendo sus novelas, donde todo es sutil y delicado [como Vinieron como golondrinas].

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Su novela reivindica el argumento, ¿no?

— El argumento es una acción que lleva a otra, que tiene consecuencias, ya menudo éstas no son previsibles. Me encanta que me rompan las expectativas como lector. Y como autor intento hacer lo mismo. No podemos permitir que las únicas novelas guiadas por el argumento sean las de intriga.

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Aquí la intriga es seguir la crisis de pareja de Eilis y Tony. Ella no tarda en marcharse una temporada en Enniscorthy, el pueblo de Irlanda donde creció, y allí se encuentra con Jimmy, con quien tuvo una historia décadas atrás. ¿Retomarán la relación o dejarán pasar la oportunidad?

— Yo también crecí en Enniscorthy, y en los años 70, el momento en que pasa la novela, todavía iba volviendo con regularidad. Enniscorthy sale en la mayoría de mis libros. No tengo la sensación de haber marchado nunca y procuro no hablar nunca con nostalgia. La historia de Eilis y Jimmy tiene una raíz personal. Antes no había tenido una relación de pareja tan larga como la de ahora: llevamos 12 años juntos. Todo el mundo que ha vivido con alguien tanto tiempo sabe los dramas que se cuecen. Uno de ellos es la extraña convivencia con el pasado. Un día, por azar, encuentras en Facebook que alguien de quien te habías enamorado el verano de 1976 todavía está vivo. Entonces te pasas el fin de semana siguiente pensando en ello. Te pides "¿Cómo nos habría ido juntos?", "¿Qué se habría hecho de nuestras vidas?" Seguro que todo el mundo que ha tenido una relación larga alguna vez ha dicho "te quiero" a la pareja mientras pensaba en aquella otra persona que había amado tiempo atrás, aunque fuera sólo durante unos días o unas semanas.

El deseo de sus personajes masculinos es igual de complejo que el de los femeninos.

— No tengo intención de mostrar sólo el lado desagradable de los hombres. No me parece buena idea, ni a la hora de escribir ficción ni a la hora de juzgar a un personaje histórico. Incluso alguien como el rey Enrique VIII debía amar a alguien, alguna vez.

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¿Cree que su mirada hacia los personajes es compasiva?

— No, compasión es una palabra demasiado fuerte. El novelista debe mostrar los matices de los personajes, sus ambigüedades y rarezas. Cuanto más matices seas capaz de transmitir, más densos y profundos serán.