¿Por qué cuando nos enamoramos crecen alas?
Elisabet Riera propone, en 'Els alats', un recorrido singular y revelador sobre la devoción literaria por pájaros, ángeles, dioses y otras criaturas voladoras
BarcelonaCupido ha pasado a la historia como un dios-niño con alas: seductor, trapasero y malévolo, dispara flechas envenenadas que tienen el poder de despertar el deseo y el amor al que las reciba, hasta que él mismo es herido por su propia arma y enloquece por la joven Psique. "A Cupido se le conoce también con el nombre de Eros, y el amor que representa tiene una doble connotación, la de la dulzura y la de la amargura: deseamos lo que no podemos atrapar, lo que aparece y desaparece, al igual que un pájaro que cruza el cielo volante", explica la escritora y editora Elisabet Riera (Barcelona, 1973), que acaba de publicar uno de los libros más singulares de este otoño, Los alados (Malas Hierbas / Siruela, 2025), donde sigue como se han representado, durante siglos de historia cultural, aves, ángeles, dioses, monstruos y otras criaturas voladoras.
Una manera de hacer evidente que alguien se ha enamorado es la ascensión que emprende gracias a un par de alas recién nacidas. "Cupido o Eros tiene alas para marcar esta posible ruta hacia el cielo del enamorado, pero también porque gracias a las alas puede bajar sigilosamente sobre el amante desprevenido para tomarle el control de su persona a través de la flecha que dispara", continúa Riera, antes de hacer una de las muchas revelaciones que espiga a lo largo de todo el libro: mujer, sino de un huevo, al igual que los pájaros". Los alados combina erudición y lirismo para contar historias como la del origen de Eros. "Los seres humanos eran originalmente esféricos –leemos–: unión feliz y perfecta de dos sexos y dos almas en una sola forma, una criatura redonda y completa, autosuficiente. Los seres esféricos rodaban por todas partes con alegría extrema, hasta que un día, su alegría les volvió a rodar con lo que eran el Olimpo. Zeus, como castigo, les partió en dos, y desde entonces los humanos son incompletos y buscan con ansia su otra mitad". El ansia humana por volver a ser esfera justifica Eros, que la poeta Anne Carson considera "aplazamiento, desafío, obstáculo, hambre, elevación en torno a una ausencia radiante".
El arte de la adivinación y los pájaros
"El símbolo de las alas está siempre presente en todo lo que nos constituye como humanos: en el amor, el anhelo de libertad, la muerte y el renacimiento", comenta Riera, quien en paralelo al interesantísimo proyecto editorial de Wunderkammer –donde ha reivindicado autoras como Unica Zürn, Valentine Penrose y Germaine Dulac– ha levantado una obra narrativa remarcable, con novelas como Luz (La Otra, 2017) y Una vez fue verano la noche entera (Malas Hierbas, 2023). Los alados comienza con la anécdota personal que, al cabo de los años, se convirtió en germen de la búsqueda de Riera, para la que obtuvo una beca Ventanas de ensayo. "Cuando era pequeña salía mucho a pasear con mi padre, sobre todo los sábados por la mañana, por cuestiones del trabajo de mi madre –recuerda la autora–. Al padre le gustaba bajar la Rambla, en una época en la que todavía estaba llena de paradas de animales y de flores. Cuando llegábamos abajo de la historia Uno con una larga de la colección: había una lata de Colón aún había una lata de Colom. hombre los tenía en una jaula y, si le dabas una moneda, el pájaro cogía uno de los muchos papelitos de colores que había y te lo daba.
Los pájaros que Riera observaba admirada en la Rambla eran la última reminiscencia de la larga historia que esta clase de vertebrados tienen en relación con la adivinación. "La ornitomancia arranca en la Grecia antigua. Al viejo Tiresias se le atribuye el origen de los auspicios, a través de los cuales se puede mirar, consultar y predecir gracias al vuelo de los pájaros", explica. Una de las evoluciones latinas de los auspicios fue la ciencia augural, que permitía "hacer predicciones según el canto de los pájaros, las ramas de los árboles donde se ponían, su forma de comer y beber, el vuelo e incluso la forma en que salían de la jaula". El futuro también podía encontrarse en las entrañas de bueyes, corderos y palomas blancas: éste era el trabajo de los arúspices, que estudiaban "las víctimas antes de desventrarlas, las entrañas una vez extraídas del animal y la llama que se formaba de las carnes quemadas".
Símbolos de un viaje interior
Una de las virtudes deLos alados es que no se centra sólo en examinar la presencia de criaturas voladoras en la tradición grecolatina. Entre las numerosas referencias orientales destaca La conversación de los pájaros, de Farid ud-Din Attar, texto persa del siglo XII que el poeta Carlos Duarte ha traducido este año por primera vez al catalán para la editorial Tres Portals y que narra el viaje físico y espiritual de las aves en busca del sentido de la existencia. "Como en otras muchas tradiciones, el pájaro es símbolo de un viaje interior", asegura Riera, quien en el libro recuerda que las tentadoras sirenas, en paralelo a ser representadas como peces, también han sido seres voladores, que santos como Francisco de Asís tenían una conexión especial con los pájaros y que si los ángeles son una baza dioses como Hermes bajan hasta el Hades para guiar a los muertos y los llevan de nuevo a la tierra para introducirlos en un cuerpo nuevo. "Este embajador y mensajero de las profundidades también tiene alas", comenta.
Errático e imprevisible como el vuelo de los pájaros, Los alados está lleno de chispas de información reveladoras: "En el neolítico, hace más de 10.000 años, y seguramente como la continuación de un culto aún más primitivo, se veneraba a la Diosa-pájaro, que era un ganso sagrado –resume Isabel Riera–. Esta vieja Europa matriarcal fue sustituida por la civilización indoeur. Si la pulsión de lucha masculina no se hubiera impuesto a la armonía femenina, el mundo sería un sitio muy diferente al que hemos heredado.