Crítica literaria

Ferran Torrent: Como una partida de cartas sentimental y geopolítica

'El yo que no muere' es una novela entretenidísima en el sentido más completo de la palabra

El yo que no muere Ferran Torrent

  • Columna
  • 290 páginas
  • 21,90 euros

Ferran Torrent (Sedaví, 1951), de haber nacido en Estados Unidos de Truman o Eisenhower y no en el País Valenciano aplastado por la bota castellanista y reaccionaria del franquismo, pudo tener, al igual que tantos escritores estadounidenses de su generación, una doble o una triple carrera literaria, con la película cargos de envergadura en el campo del periodismo. El hecho de formar parte de un sistema lingüístico-cultural colonialmente minorizado e interferido –sin una industria audiovisual digna de ese nombre y con un periodismo precario– ha hecho que Torrent haya tenido que dedicarse casi en exclusiva a hacer novelas. Lo que está bien, pero también es una lástima. Porque leyéndolo queda claro que tiene todas las virtudes de un cierto cine americano de factura clásica y resultado poderosamente eficiente: tramas envueltas pero plausibles, personajes carismáticos –también los más despreciables–, diálogos fuertes y rápidos, y, también, sentido de la aventura existencial, sentido del espectáculo y sentido del espectáculo.

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La referencia al cine no es gratuita ni forzada aquí. La nueva novela del escritor valenciano, El yo que no muere, supura cinefilia. O influencias cinematográficas, al menos. El argumento, poblado por todo tipo de personajes que para sobrevivir se han acostumbrado a no decir nunca qué piensan realmente ni mucho menos qué sienten (falsificadores de arte y espías del KGB y del Mossad, militantes comunistas clandestinos e informadores de pie de calle, famosos que quieren pasar desapercibidos y escondidos franquistas todopoderosos), funciona como una frondosa telaraña donde se mezclan los juegos de espías geopolíticos, los conflictos erótico-sentimentales y las trampas para ganar dinero. A esto hay que añadir que el protagonista, Regino, falsificador de arte y documentos, jugador de cartas y retratista de señoras de la alta sociedad, está cortado a partir del mismo patrón que tantos personajes interpretados por Humphrey Bogart, es decir, es un antihéroe individualista, escéptico, un fondo amoroso y muy heterodoxo. Por si fuera poco, la rutilante Ava Gardner –el animal más bello del mundo, según los publicistas del Hollywood de la época– es una de las secundarias de peso de la novela.

Un argumento imposible de resumir

Una de las virtudes narrativas de Torrent es la soltura con la que se atreve a envolver la madeja del argumento ya mover las piezas de los personajes por todo tipo de esferas, tanto de la realidad –desde los bajos fondos hasta la alta política– como de la literatura –desde la comedia vodevilesca hasta el thriller conspirativo. Ambientada en la Valencia de 1966, El yo que no muere tiene un argumento imposible de resumir. Regino, falsificador de arte que usa su virtuosismo para robar pinturas valiosas y sustituirlas por falsificaciones, prepara un golpe contra el general Moreno, casado con una mujer de pasado político turbulento. Además, el Regino también toma parte en una misión (de autoría incierta, pero con israelíes y soviéticos de por medio) que tiene que ver con el arte expoliado por los nazis a los judíos, con la caza de un nazi protegido por el franquismo y con un cargamento singular de droga. En medio de todo esto, Regino –un hombre versátil, ya lo he dicho– aún tiene tiempo de mantener un tórrido asunto amoroso con Ava Gardner. El lector podría pensar que este asunto entre un valenciano espabilado y una estrella de Hollywood es inverosímil, pero si tenemos en cuenta que la actriz de La condesa descalza se envolvió con todo tipo de toreros españoles primarios y vulgares, cuya verosimilitud se impone.

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Es cierto que hay pasajes en los que la prosa podría ser más musculosamente pulida y que hay subtramas que se resuelven de forma esquemática o precipitada, pero Torrent domina perfectamente el oficio de narrar. Además, conoce bien los mecanismos de la sociedad y de los hombres y mujeres, y nunca debe subestimarse la sabiduría mundana de un novelista. El resultado es una novela entretenidísima en el sentido más completo de la palabra.