Hoy hablamos de
Crítica de Cómic

El peligro de convertir los traumas en ficción

Tessa Hulls recorre su historia familiar en la novela gráfica 'Alimentar a los fantasmas'

Detalle de una página de 'Alimentar los fantasmas'
Gerardo Vilches
01/04/2025
3 min
Regala este articulo

'Alimentar a los fantasmas'

  • Tessa Hulls
  • Reservoir Books
  • 400 páginas / 32,90 euros
  • Traducción: Juan Naranjo

Alimentar a los fantasmas (Reservoir Books) es una de las grandes apuestas editoriales de los primeros meses del año. Finalista del Premi Kirkus de no-ficció i de la medalla Andrew Carnegie, aquesta "memòria gràfica" –segons el subtítol original, canviat de manera desconcertant per "autobiografia en vinyetes" a l'edició en castellà– resulta molt ambiciosa: la nord-americana d'origen xinès Tessa Hulls (Califòrnia, 1984) no s'havia enfrontat mai a una obra tan llarga com aquesta. Se trata de una novela gráfica de cerca de cuatrocientas densas páginas –y esforzada traducción de Juan Naranjo– fruto de casi una década de intensa investigación de Hulls, que recorre la historia familiar de tres generaciones de mujeres: su abuela, Sun Yi, que tuvo que huir de China cuando Mao Tse-Tung logró el poder; Rose, su madre, atravesada por la condición de mestiza y marcada por la enfermedad mental de su progenitora; y la propia Tessa Hulls, en quien recae de algún modo el trauma acumulado, los fantasmas que dan título a la obra y que le han acompañado toda su vida.

Lo que explica Alimentar a los fantasmas tiene un indudable interés, y en la obra interseccionan cuestiones culturales, de género y de etnia con una obvia relevancia. Pero la obra arrastra un problema de ritmo, y el relato se atasca en muchos momentos en los que Hulls no parece saber cómo salir del bucle, y en los que da vueltas una y otra vez a sentimientos y conflictos que reitera de una forma que la perjudica. Un libro denso como éste no puede permitirse que la lectura espese tanto como ocurre en algunos pasajes, algo que tiene su correlato en el apartado gráfico: Hulls trabaja con masas de negro que provocan una sensación claustrofóbica que no ayuda a digerir los grandes bloques de texto.

Doble página de 'Alimentar a los fantasmas'

Es de agradecer, eso sí, un esfuerzo notable por trabajar visualmente la narración, pero nunca consigue ser original. Más bien lo contrario: los préstamos son a menudo evidentes. Las metáforas visuales llevan la marca delEpiléptico. La ascensión del gran mal (Salamandra Graphic, 2019) de David B., otro intento de sanación familiar por la vía de la imagen y la palabra, mientras que el dibujo con toques naif remite, irremediablemente, al Persépolis (Norma, 2000) de Marjane Satrapi. Y si Karen Reyes, elalter ego de Emil Ferris en Lo que más me gusta son los monstruos(Ventanas / Reservoir Books, 2018-2024), se revestía del aspecto de un detective de género negro, aquí Hulls recurre al estereotipo del cowboy.

Página en inglés de 'Alimentar a los fantasmas'.

Es en los capítulos finales cuando entendemos que el libro tiene dos motores: uno es la culpa y el otro la búsqueda de la identidad por parte de la autora. Porque, como prácticamente cualquier intento de reconstruir la memoria familiar, este cómic trata, sobre todo, de Tessa Hulls. Lo cual, por supuesto, en sí no tiene nada malo, pero en este caso genera una desconexión entre la vida de Sun Yi y la lección de historia de China de los primeros capítulos y la sesión de psicoanálisis de los últimos que quiere profundizar en la relación madre-hija. Es inevitable la sensación de que se están forzando demasiado las piezas para encajar en una narrativa. Y esa es la clave: Tessa Hulls, desde su necesidad de ser entendida, quizá perdonada, sólo comprende las cosas al convertirlas en una historia con capítulos, arcos de personaje y un final convenientemente reconciliador. Pero eso, claro, no deja de ser una forma de ficción –¿de mentira?– en la que dota artificiosamente de coherencia a lo que no suele tener: la vida.

stats