¿Por qué es tan incómodo leer el último cómic de Neil Gaiman?
La historia de 'Miracleman: la edad de plata' hace muy difícil separar la obra del autor, acusado de abuso por varias mujeres
BarcelonaHay series de cómic con mala suerte, otras que parecen malditas y después está Miracleman. La trayectoria editorial de este personaje es una pesadilla fascinante que, de algún modo, sirve como espejo de los problemas y disfunciones estructurales de la industria del cómic estadounidense y británica. Baste decir que el libro que documenta la tortuosa aventura editorial del personaje se titula Poisoned chalice. The extremely long and increible complejo story of Marvelman (and Miracleman) [Cáliz venenoso. La extremadamente larga e increíblemente compleja historia de Marvelman (y Miracleman)]. Se publicó en el 2018, cuando las batallas judiciales y los conflictos de autoría que paralizaron la publicación de la serie durante más de tres décadas parecían finalmente resueltos; lo que no sabía el autor del libro, el irlandés Pádraig Ó Méalóid, era que el capítulo más sórdido e inesperado de la historia acabaría escribiéndose en 2025, y lo protagonizaría Neil Gaiman.
Pero vamos por partes. En 1952, después de más de una década de litigio entre las editoriales National y Fawcet, un tribunal estadounidense sentenció que el personaje del Capitán Marvel –posteriormente rebautizado como Shazam para evitar conflictos con la editorial Marvel– era un plagio de Superman y la serie cerró. A raíz de ello, la editorial que publicaba los cómics del Capitán Marvel en Reino Unido encargó al dibujante inglés Mick Anglo que se inventara un personaje similar. Sin romperse demasiado la cabeza, Anglo creó Marvelman y Young Marvelman, variaciones en clave británica del Capitán Marvel y su socio juvenil, el Capitán Marvel Jr. Las aventuras semanales en blanco y negro de los nuevos personajes se convirtieron en un pequeño fenómeno de ventas, hasta que en 1960 el gobierno británico levantó la prohibición de importar cómics estadounidenses y la popularidad de Marvelman fue decayendo, por lo que la serie se acabó cancelando en 1963.
Este habría sido el final del personaje si no fuera porque uno de los niños que leía la serie era Alan Moore (Northampton, 1953), futuro guionista estrella del cómic, que en 1982 aceptó con entusiasmo la propuesta de revivir a Marvelman en la revista inglesa Warrior. Moore no se limitó a actualizar el personaje, sino que introdujo un concepto revolucionario: situar la figura del superhéroe en el mundo real y explorar la tensión y violencia extrema que esto generaría. La serie, rebautizada como Miracleman para el mercado norteamericano –de nuevo para evitar confusiones y conflictos con Marvel–, fue la primera piedra de la corriente revisionista del género superheroico que culminaría el propio Moore con Watchmen y que posteriormente abrazaron con mayor o menor fortuna innumerables cómics, pero también películas (Kick-ass) y series televisivas (The boys).
Aunque estuvo a punto de abandonar la serie varias veces por conflictos con el editor de Warrior y con la editorial estadounidense Eclipse, Moore completó su etapa en Miracleman de forma magistral y llevó la serie a su única conclusión lógica: el superhéroe todopoderoso se erigía en dictador benévolo de la Tierra y acababa con todas las guerras, el hambre y las injusticias. Esta inquietante utopía es lo que se encontró en 1988 un joven Neil Gaiman (Portchester, 1960) cuando Moore le ofreció continuar la serie. Un reto mayúsculo que el guionista de Sandman resolvió magníficamente con un puñado de historias que exploraban el lado oscuro y las contradicciones de un mundo perfecto gobernado por un panteón de seres casi divinos.
Miraclemán. The golden age [Miraclemán. La edad de oro] era el título de esta primera tanda de episodios dibujados por Mark Buckingham, que Gaiman quería continuar con otros dos arcos argumentales, Miraclemán. The silver age [Miracleman: la edad de plata] y Miraclemán. The dark age [Miracleman: la edad oscura], a través de los cuales mostrar la caída de esta sociedad utópica. Sin embargo, no pudo hacerlo por culpa de los problemas financieros de la editorial Eclipse, que quebró a principios de los 90. El conflicto legal que se abrió en este punto es retorcido y tortuoso, con muchas versiones y tumbos, pero el resumen es que Gaiman litigó durante dos décadas con el dibujante Todd McFarlane, que el 1996 había adquirido las marcas y propiedades intelectuales de Eclipse, y con quien Gaiman ya tenía un litigio en marcha por tres personajes que el guionista había creado en la serie Spawn en 1993.
Un milagro inesperado
La resolución del conflicto llegó de la forma más inesperada cuando en el 2013 se supo que, después de todo, la propiedad intelectual de Miracleman nunca había sido de Gaiman ni de Moore ni, por supuesto, de McFarlane, y tampoco de Eclipse o del editor de Warrior, sino del dibujante Mick Anglo, que todavía estaba vivo. Marvel adquirió sus derechos y anunció la primera reedición completa de la serie en más de dos décadas –pero sin incluir en ninguna parte el nombre de Alan Moore, que no quiere saber nada de Miracleman– y el regreso de Gaiman y Buckingham para cerrar la historia que habían dejado inacabada en 1993. Una noticia bomba, sobre todo por el estatus de culto que habían alcanzado tanto Miracleman como Gaiman, considerado un genio de la fantasía moderna y perseguido por todas las plataformas, deseosas de adaptar a la pantalla sus historias.
Sin embargo, la llegada a las librerías de Miraclemán. La edad de plata, publicado en nuestro país por Panini en castellano el pasado mayo, no fue el evento que se preveía. Tampoco en Estados Unidos, donde los seis episodios se publicaron primero en forma de grapas y finalmente recopilados en un libro. Ni ventas estratosféricas ni críticas entusiastas, pese a los elogios generales para el dibujo elegante y preciosista de Buckingham. Hay que decir que no es un mal cómic de superhéroes ni una continuación decepcionante de la saga de Miracleman. Todo lo contrario: en la utopía creada por Moore, Gaiman reintroduce a Young Miracleman, personaje de la etapa original de Mick Anglo que es añadido al panteón superheroico de Miracleman y convertido en una divinidad adorada por las masas mientras él trata de adaptarse a este mundo extraño y de asumir que las inocentes aventuras en cuatricomía que recuerda no existieron jamás.
Pero la verdadera conmoción tiene lugar cuando su viejo amigo Miracleman decide aplicar una supuesta terapia de choque psicológica y, sin pedir permiso, le da un beso inequívocamente sexual a Young Miracleman, una agresión que provoca en el desconcertado joven una explosión defensiva de rabia y violencia. Aunque inesperado, el giro es coherente con el ADN de la serie, que en la etapa de Alan Moore ya mostró con un realismo inédito en los cómics de superhéroes la violación de un personaje, el adolescente Johnny Bates. La escena en cuestión desencadenaba el regreso de su alter ego malvado y poderoso, Kid Miracleman, y desembocaba en la destrucción absoluta de Londres, una masacre de una violencia y crueldad escalofriantes.
En La edad de plata, el beso no consentido de Miracleman provoca la fuga de Young Miracleman, que inicia una búsqueda de sus orígenes y acaba liberando el recuerdo reprimido de los abusos que sufrió de pequeño en el orfanato, donde fue violado por varios hombres. El guión de Gaiman explora con tacto y pudor el trauma del abuso sexual y las heridas que deja en la víctima. Cuando la chica con superpoderes que le acompaña le pregunta si le puede dar un beso, él responde con una fragilidad conmovedora: "Nadie me lo había pedido nunca".
Incómoda y perturbadora
El problema de La edad de plata es que esta trama, que es el corazón de la historia, resulta terriblemente incómoda y perturbadora de leer después de conocer las acusaciones de abuso sexual contra Neil Gaiman del último año. Varias mujeres han ofrecido su testimonio sobre prácticas de sexo duro y sadomasoquista llevadas a cabo sin pleno consentimiento, relatos que, sobre todo en el caso de la joven Scarlett Pavlovich, que trabajaba de niñera del hijo de Gaimán, alcanzan cotas de brutalidad estremecedoras. Primero fueron cuatro mujeres, las que acusaron al escritor en el podcast The Tortoise, y después el New York Magazine habló con ellas y con otras cuatro mujeres, que identificaron comportamientos abusivos en sus relaciones con el escritor, que ha negado las acusaciones y asegura que nunca ha practicado sexo no consensual con nadie.
Gaiman se ha presentado siempre como un activista de la causa feminista, y en su obra no faltan ejemplos. Tales como la Wanda de Sandman, uno de los primeros personajes trans retratados con respeto y dignidad en el cómic de superhéroes; o la importancia y abundancia de personajes femeninos realistas y complejos en sus obras, especialmente durante la época en que el cómic mainstream sexualizaba y estereotipaba a la mayoría de mujeres. ¿Cómo gestionar, pues, la contradicción flagrante –o el cinismo puro– entre el discurso y los actos de los que se acusa a Gaimán? ¿Es posible separar la obra de la autoría cuando el choque entre una y otra es, en apariencia, tan violento?
A raíz de las acusaciones, todos los proyectos audiovisuales relacionados con la obra de Gaiman han sido cancelados o finalizados antes de lo previsto; es el caso de las series Good omens y Dead boys detectives y la frustrada adaptación al cine de El libro del cementerio. También ha quedado cerrada Sandman, que ha concentrado sus tramas restantes en una intensa segunda temporada final que termina, como el cómic, con una muerte importante y su correspondiente funeral. No deja de ser apropiado: la carrera del escritor parece también tocada de muerte, incluso en el mundo del cómic. Aunque la conclusión del Miracleman de Gaiman era uno de los grandes proyectos de prestigio de Marvel, el responsable de la editorial, Tom Brevoort, declaró en febrero que no tenían previsto publicar The dark age. Parece difícil, por tanto, que algún día vea la luz el último acto de la historia que Neil Gaiman empezó a narrar en 1988. El último tropiezo en la historia editorial de Miracleman, el superhéroe con los mejores guionistas y la peor de las suertes.