Por qué la palabra clave del discurso de Salvador Illa era 'fraternidad' y no 'amistad'
BarcelonaLa referencia a la "fraternidad" mencionada por el presidente Isla en su discurso de Sant Esteve no gustó a todo el mundo. Una sociedad democrática como la nuestra permite, si no fomenta, ese disentimiento. Sin embargo, no podemos olvidar que, en el orden moral, Cataluña posee un poso que no es ni budista, ni judío ni musulmán, sino cristiano. No importa si la ciudadanía practica o no los rituales de esta religión: como todas las creencias, el poso que deja una religión ancestral deja una huella que no desaparece fácilmente en el seno de una sociedad.
Por eso en plenas fiestas navideñas la palabra más lógica en el discurso del presidente, gustara o no, era fraternidad y no amistad. La amistad, que fue una palabra de enorme valor en la Grecia clásica (philia), fue sustituida, en la religión cristiana, por la hermandad (del griego adelphos): en Grecia designaba más bien a los miembros de una misma comunidad, pero el cristianismo la transformó en palabra de carácter universal. Los curas no se dirigen a los fieles con la expresión "queridos amigos", sino "queridos hermanos". La fraternidad se convirtió en un elemento fundamental de la moral cristiana, y más aún de la católica, religión que toma el nombre de la voz griega katholikos, que tiene que ver con la universalidad, no con la tribu.
Cuando Torras i Bages, hombre fiel al país y admirado por muchos catalanes, acuñó la expresión "Catalunya será cristiana o no será" –lema grabado en la fachada del monasterio de Montserrat–, no presuponía que todo el mundo iría a misa cada domingo: sólo quería decir que los cimientos de nuestra sociedad eran cristianos, y que sobre esos cimientos debía inspirarse todo orden social y político en el país.
Es legítimo pensar que con el enemigo (real o imaginario) no es necesario practicar la fraternidad –que en política significa pacto, diálogo, contratos, entendimiento, convergencia o divergencia–, sino todo lo contrario; pero como lo contrario de la fraternidad es el odio y, en última instancia, la guerra, llegaríamos a la conclusión de que con aquellos con los que no queremos practicar la fraternidad –o no podemos porque ellos tampoco quieren practicarla– no se puede hacer otra cosa que blandir las armas. No es ninguna utopía. En Cataluña, los diversos empleos franceses, y otros, se resolvieron con guerras de independencia. Pero para ello es necesario tener un ejército tanto o más poderoso que el del enemigo.