Teresa Colom: "De pequeña los veranos se me hacían eternos porque no podía salir de casa"
Escritora
Barcelona"Un hijo es una existencia extraña. Sabes que estará atado a ti para siempre. Como un padre y una madre", escribe Teresa Colom (La Seu d'Urgell, 1973) en Todo ocurrió a la vez (Comanegra). El primer libro de memorias de la escritora y poeta es un reencuentro con sus progenitores durante la infancia y, al mismo tiempo, un viaje por los tortuosos senderos de una familia llena de dolor. Colón relata la vida junto a cinco hermanos, de un padre mentiroso y celoso y de una madre enganchada a él y aislada del mundo. Construido a través de los recuerdos y lleno de imágenes evocadoras, Todo ocurrió a la vez es una historia familiar que refleja cómo las heridas más profundas se pueden transmitir de generación en generación.
Éste es tu libro más íntimo, en el que expones más directamente vivencias dolorosas de tu infancia. ¿Por qué aparece ahora, en medio de una carrera literaria que empezaste hace 25 años?
— Lo he escrito ahora, pero viene de mucho tiempo atrás. Primero intenté hablar de la familia a través de la ficción, pero no salía adelante. Entonces un día, muy frustrada, cogí el ordenador y me puse a escribir lo primero que se me pasó por la cabeza. Estuve tres días escribiendo, me salía de una forma muy fluida. Me empezó a preocupar de que no le interesara a nadie, hasta que se lo enseñé a un amigo y me dijo que no parara.
El relato no es cronológico, sino que va enlazando recuerdos que se encadenan en una especie de vaivén de la memoria. ¿Cómo lo estructuraste?
— Son capítulos cortos en los que se vincula una pieza con otra, como un espejo. Tiene esta forma caleidoscópica, el lector se encuentra con partes que ya ha visto antes. Yo lo tenía todo muy presente en la cabeza, tanto mis recuerdos como todo lo que mi madre me había contado. Las conexiones ya las tenía hechas, ya medida que escribía iba entendiendo todos los recuerdos a los que necesitaba llegar.
¿Qué temas querías tocar?
— Cuando lo terminé me di cuenta de que el libro habla de la necesidad que tenemos todos de reconciliarnos con los padres, estén vivos o muertos. Pero también de cómo el dinero destruye a las familias y, sobre todo, de cómo hay traumas que se gestan en una generación en silencio y que, si no se resuelven, pasan a la siguiente generación. A veces no sabes por qué eres de cierta manera, o por qué te comportas según cómo. Quizás no viene de ti. Heredamos una forma de hacer de los padres, y ellos lo heredan de los suyos.
Cuentas que el padre tenía a la madre aislada en casa y que esta claustrofobia también se trasladaba a vosotros, a los hijos. ¿Cómo te has reencontrado con estos recuerdos?
— Cuando me puse a escribir, enseguida me vino a la cabeza el calor en la terraza del piso. De pequeña los veranos me hacían eternos porque no podía salir de casa. Me acuerdo de llamar a papá para preguntarle si podía ir a dar una vuelta en bici con una amiga por Seo, que era un lugar muy seguro donde todo el mundo se conocía. Él me dijo que no, que tenía una terraza bastante grande y que diera vueltas por allí. Por muy grande que sea una terraza, te sientes prisionera. Muchos años después hice el poema Salir, que forma parte deEl cementerio de las matrices (Proa, 2021), en la que ya hablaba de esto pero, claro, desde la poesía. Cuando alguien me había dicho que este poema le gustaba mucho, sentía un escalofrío y al mismo tiempo una especie de alegría al ver que funcionaba, al margen de saber nada de eso.
El retrato que haces de tu padre es terrible: un hombre manipulador, controlador, que desvió dinero de su propia empresa y denunció al hijo por aliviarle el delito.
— El intento más fuerte que hice para mostrar a mi padre que vivía en un mundo de irrealidad fue cuando yo tenía 25 años. Pero de nada sirvió. Él me ponía en situaciones muy complicadas, siempre estaba con historias que eran como trampas. No le daba mi teléfono, pero me llamaba al banco en el que trabajaba y yo no quería decir a mis compañeros de trabajo que no quería tener contacto con él.
¿Y el de la madre?
— Mi padre murió, ya lo largo de todos estos años, he visto la evolución de mi madre. Antes siempre nos decía: "La madrina es mala". Mi abuela le dio malas pasadas grandes, tenía una debilidad para montar conflictos familiares. Consiguió que sus hijas no se hablaran. Cuando su hermana tenía 70 años le dijo que había sido envuelta con su marido, es decir, el cuñado. Pero con el tiempo he visto como ahora a mi madre lo que más le preocupa es entender por qué mi abuela no la amaba. Es mucho más duro, de hecho, pero en vez de la maldad busca ahora el amor.
¿Te has podido reconciliar con tu abuela?
— Ella perdió a su madre cuando tenía ocho años. Murió de alcoholismo. ¿Qué dolor arrastraba mi abuela, si quiero ser algo piadosa? ¿Esa satisfacción de ver cómo se partía la familia le viene de ver cómo se partió la suya? Estuvieron a punto de adoptarla, pero no quería perder a su padre; era el único vínculo que le quedaba. ¿Cómo impactó todo esto en ella? No sé.
¿Cómo ha influido todo ese legado en tu identidad?
— El libro ha sido la respuesta a la necesidad de ordenar lo que sentí de niña, las historias que me contó la madre de mi familia, la claustrofobia que sufrí de pequeña y que se daba la mano con el sufrimiento de mi madre. De alguna forma he recogido todas estas cosas y he cerrado la esfera. Cuando terminé el libro, me quedé en paz.
¿Y en tu literatura?
— En El cementerio de las matrices ya hay un poema sobre claustrofobia, en La señorita Keaton y otros cuentos (Empúries, 2015) salen muchas bestias, que eran mi universo de pequeña. Entrar en contacto con los animales me daba vitalidad. Y en el proyecto que hice de Pedrolo con Comanegra ya hablaba de mujeres muy vinculadas a las casas. De alguna manera, las obras anteriores ponen de esta última, porque el universo yo ya lo tenía dentro.