La precisión creativa de Colm Tóibín
Los escritos sobre arte recogidos en el volumen 'La mirada cautiva' nunca caen ni en la vaguedad liricoide ni en el espesor pedante e impenetrable
'La mirada cautiva'
- Colmo Tóibín
- Traducción de Helena Lamuela
- 320 páginas / 25 euros
Hay muchas formas de escribir bien sobre arte, de la misma manera que hay muchas de escribir buenas novelas y buenos poemas (sea lo que sea que esto quiera decir), pero hay una habilidad o una calidad que me parece imprescindible. Escribir bien sobre arte requiere una, digamos, precisión creativa, es decir, la capacidad para recurrir a adjetivos inopinados, metáforas audaces y comparaciones imaginativas y, al mismo tiempo, tener la capacidad de hacerlas aterrizar en descripciones ajustadas y en interpretaciones intel ligibles. El narrador irlandés Colm Tóibín (Enniscorthy, 1955) tiene esa calidad, y esto es lo que hace que sus escritos sobre arte recogidos en el volumen La mirada cautiva nunca caigan ni en la vaguedad liricoide ni en la espesura pedante e impenetrable, los dos defectos o vicios más insoportables en los que suelen incurrir los que no escriben bien sobre arte y sobre artistas.
Los dieciséis textos recopilados en el presente volumen fueron publicados originariamente en catálogos de exposiciones o bien en periódicos y revistas, y en la práctica funcionan como breves ensayos sobre un tema (como la presencia del color azul a lo largo de la historia) o sobre el obra de un artista. Los artistas de los que habla Tóibín son muy diferentes entre ellos, y cualquier intento de encontrar una conexión que los vinculara sería forzada. Es cierto que la presencia de Joan Miró, Miquel Barceló y Antoni Tàpies, más allá de que se explique por la familiaridad de décadas de Tóibín con Cataluña, confiere una cierta homogeneidad parcial al conjunto, pero al fin la variedad y la versatilidad se imponen. Mejor para el lector. Es muy instructivo leer a un escritor mirando y escribiendo sobre artistas, obras y estilos tan diferentes como la magnificencia dramática del Tintoretto, la carnalidad herida y bestializada de Francis Bacon, la meticulosidad cruda de Lucian Freud, el humanismo estrafalario de la fotógrafa Diane Arbus, el colorismo sensual y turbulento de Howard Hodgkin y el virtuosismo refinado de John Singer Sargent.
Entre el ensayo, el reportaje y el relato autobiográfico
Un aspecto interesante de algunos de estos textos es que van más allá de la pura dimensión contemplativa, especulativa y libresca. Quiero decir que Tóibín tiene relación con los artistas sobre los que escribe, y habla, y los visita al taller, y los ve trabajar en directo, o, al menos, puede imaginarlos trabajando porque ve el espacio, los utensilios, la disposición de las telas, los objetos que les inspiran. Es el caso de Barceló y Hodgkin, y los textos acaban siendo una mezcla de ensayo interpretativo y de reportaje. En los casos en que los artistas ya están muertos, Tóibín recurre a lo que tiene a su alcance: las obras de los artistas y la bibliografía sobre los artistas. Siempre eficaz, diría que Tóibín no tiene la perspicacia erudita y opulenta de Robert Hughes, ni el ojo clínico de David Sylvester, ni la gracia explicativa de Julian Barnespero de vez en cuando se saca de la manga apuntes brillantes, informaciones cruciales, observaciones que ayudan a mirar mejor. Como cuando dice sobre Bacon que "incluso cuando pinta papas, el miedo y la avidez de las figuras parecen de carácter visceral, más que espiritual". O, también, cuando señala que el arte geométrico de Josef Albers nace del cruce entre "la poética y la óptica". O cuando resume las obras hermanas de Miró y Calder diciendo que rezuman “libertad, la mente onírica en la cima de la exaltación, las imágenes en la cima de la pureza”.
Curiosamente, el texto que más me ha gustado del libro es el primero, cuyo tema no es un artista sino un color, el azul. Entre el relato autobiográfico y la búsqueda erudita, Tóibín reconstruye la genealogía y sigue la evolución, desde la Antigüedad hasta ahora, de un color que para nosotros es central pero que, chocantemente, no existe ni en la Biblia (el Paraíso) ni en Homer (el mar), dos libros que a nosotros, hoy, nos parecen azulísimos. Cuando un escritor escribe bien sobre pintura, nos recuerda que la pintura y la literatura no terminan nunca.