Las primeras veces

¿Quién prepara los platos de macarrones en Murakami?

Haruki Murakami
22/04/2025
2 min

BarcelonaLa Maria Nicolau escribió hace unos meses un fantástico artículo en el que nos trasladaba la jornada laboral que Haruki Murakami había descrito en una entrevista para la revista literaria The Paris Review. Murakami se levanta de madrugada, trabaja unas cinco o seis horas y, por la tarde, corre o nada, lee, escucha música y, finalmente, se acuesta a las nueve de la noche. Nicolau se pregunta, con santa razón, cómo el autor se mantiene vivo sin macarrones, es decir, sin alguien que le cocine, le lave los calzoncillos, le pague las facturas, le compre las viandas y el largo etcétera de la logística vital que un escritor necesitaría para poder trabajar en su narrativa o no morir de frío, inani. Sabemos que Harry Potter podía dedicarse exclusivamente a la magia gracias a Dobby y el resto de elfos domésticos. Nicolau nos revela que Murakami puede hacerlo, salta la sorpresa, gracias a su esposa, Yoko Murakami.

La investigadora Maren Hoff, de la Universidad de Columbia, y colaboradores han demostrado la existencia del "ciclo vicioso de la inseguridad de estatus": cuando alguien se siente poco seguro sobre el respeto y la admiración que recibe, tiende a ver el estatus como un recurso limitado y evita reconocer. Pero lo que parece una protección de la propia reputación resulta ser autodestructivo, puesto que compartir crédito o agradecer la ayuda suele fortalecer nuestra imagen y la de quienes nos rodean. Así, la carencia de agradecimiento acaba alimentando la inseguridad inicial y crea un círculo vicioso.

Mario Vargas Llosa y su esposa

Un escritor que parece que sí agradeció la logística invisible fue el recientemente fallecido Mario Vargas Llosa. En el discurso de recogida del Nobel reconoció que era su mujer quien lo hacía todo, y que lo hacía bien: resolvía los problemas, administraba la economía, ponía orden en el caos, mantenía a raya a periodistas e intrusos, defendía su tiempo, decidía las citas y los viajes, hacía y deshacía maletas. También le agradeció que le soportara las manías y las neurosis, y los tres hijos que tuvieron. Hasta aquí, parece ideal, si no fuera porque, en el mismo discurso, aprovecha para colar varias de sus ideas políticas como una Barcelona "cosmopolita y universal", es decir, descatalanizada, y como los nacionalismos que no son lo suyo son poco menos que la semilla del diablo. El autor se enorgullece de defender la libertad pero sabemos que siempre mostró apoyo a figuras políticas fervorosas de las dictaduras. Pocos años después del discurso, y siguiendo esa misma línea de poca coherencia entre los hechos y las palabras, dejó a su esposa por carta, después de medio siglo de matrimonio (y secretariado), para irse con otra mujer.

Quien no es agradecido, es un malparido, dice el dicho. Pero el agradecimiento siempre, siempre, debe ser sincero (y no un intento torpe de disimular el blanqueo del fascismo o una infidelidad). Si no, ya nos lo avisan los estudios; nuestra reputación terminará como los macarrones de Murakami: invisible.

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