BarcelonaHoy hablaremos de un libro raro entre nosotros, pero que trata una cuestión muy divulgada en el siglo XVIII: El hombre de lettras, de Jean-Jacques Garnier. Según la portada, Garnier fue profesor real de hebreo y de la Academia Real de Inscripciones y Bellas Letras –la institución ya no lleva el “real”–. El libro fue publicado por uno de los editores de Voltaire, Panckoucke, en París en 1764.
ElEnciclopedia veía la luz a pasos contados, y los hombres y mujeres que se dedicaban a esta profesión eran considerados respetables, admirados por la sociedad culta de su momento y confortados con un apoyo económico en forma de rentas vitalicias que Luis XIV, él en especial, otorgaba a las personas que se dedicaban al estudio de las humanidades. Hoy se dedica muy poca gente y éstos no reciben, que se sepa, ninguna beca permanente de los poderes públicos, menos aún de la monarquía.
Influido sin duda por el valor universal de la palabra “saber”, Garnier habla en este libro de la gente que se dedica a cualquier ámbito de las ciencias, incluidas las humanas, a las que rinde un homenaje muy bien fundamentado. No se está de aceptar –en tanto que “moderno” cuando ya lo era casi todo el mundo después de terminada la querelle des Anciens et des Modernes– que los escritores que han rechazado los modelos de la tradición clásica, es decir, la grecolatina, han hecho muy santamente: el siglo lo fue de un progreso del saber y de la literatura que tumba.
Alaba a los bibliófilos, de los que dice que son felices de poseer una biblioteca abundante, parada cerca del comedor, para retirarse y leer en cuanto se ha acabado la comida, evitando triviales conversaciones. Habla de lo importante que resulta que una sociedad posea cenáculos de hombres y mujeres de gran cultura, y de cómo este saber, por una ley muy especial, llega a todas las capas de la sociedad. Es una afirmación ligeramente idealista, pero bienintencionada.
Y dice esto en la página 144: "Las personas que no conocen otros bienes que los que tocan los sentidos o aquellos que se guardan en una caja fuerte, tienen dificultades en concebir la utilidad de la gente de letras en un estado. No se preguntan nunca para qué sirve un sastre o un albañil, porque sienten la necesidad de un vestido y de una vivienda, pero a menudo se siente que preguntan: «¿Para qué sirve la gente de letras?».
Nuestro lector seguro que lo sabe.