Literatura

El vacío al que nos aboca la especulación y la depredación inmobiliaria

Cesc Martínez publica 'La ciudad errante', donde anota todo lo que ha hecho desbordar a la civilización, la obra de destrucción de un neoliberalismo depredador

En la esquina entre la calle Portaferrissa y la Rambla se pueden ver todavía cuatro placas: las de la Rambla y las que indican la Rambla dels Estudis y la de Sant Josep.
18/11/2025
3 min
  • Cesc Martínez
  • Anagrama
  • 112 páginas / 16,90 euros

Recogiendo trocitos de barro descolgados de tierras baldías, el narrador de este opúsculo tan recomendable afirma: "Me recuerdan que la esca de la narración es el vacío. No explican cómo se perdieron los viñedos, pero revelan la existencia de un pueblo que ya no está". El autor no tiene la ambición de recomponer, a partir de los fragmentos coleccionados, el plato entero, la jarra entera. De hecho, equipado con un cuaderno en el que va apuntando ideas, intuiciones, citas ajenas, va siguiendo trazas más o menos borradas. Se desplaza hasta Lleida, regresa a Barcelona, ​​se llega hasta la cuenca del Anoia, recala en su Bages natal. En el cuaderno anota todo lo que ha hecho desbordar a la civilización, la obra de destrucción de un neoliberalismo depredador. Su viaje tiene que ver con el sitio, claro, pero también con el tiempo. Quizás aún más con el tiempo. En los últimos cien años, pongamos por caso, el lugar –el país– ha cambiado sustancialmente: la fisonomía de Cataluña se ha convertido en eminentemente urbana. El cemento ha ganado la tierra por goleada. Antes, cuando nos llegábamos a una masía para hacer una calçotada con amigos, decíamos que íbamos a labrador. Esta expresión no sólo ha perdido pistonada, sino que el espíritu que pretende significar está amenazado.

La obra empieza empruntando a un personaje en WG Sebald, sir Raymond Quilter (un hombre ocioso que pilota su avioneta, y que, por tanto, está por encima del mundo). En muchas novelas del siglo XIX, los personajes solían llegar a una ciudad en tren: era una entrada progresiva, no repentina (los que, años venideros, llegarán en avión no se harán capaces del todo, porque el aterrizaje en un lugar no deja de ser una abstracción). El narrador de este libro tiene la necesidad de elevarse para contemplar la materia de la que debe tratarse. Los aeropuertos de Alguaire-Lleida y de la Seu d'Urgell-Andorra son no sólo decorados, sino también escenarios de la desolación ("dos aeropuertos y ninguna ciudad que se sirva verdaderamente"). Hay quien se hizo la barba de oro, pero, ¡con mucha especulación desatada! Más adelante, el narrador dará conocimiento de un señor del siglo de Maquiavelo, un italiano viajero con el que contrasta ideas. Antes, sin embargo, ha descrito en bellos pasajes la deserción del campo por parte de los propietarios del palacio de Palmerola, en la Portaferrissa barcelonesa: los inolvidables miembros de la estirpe Lloberola, convertida por Sagarra en materia novelesca de alta graduación: "Una misma historia encadenaba fatalmente la suerte de los haces y los polis de actividad económica con la imagen imperial de que las clases que habían sido las más adineradas (y las que hoy ocupan su sitio) tenían de sí mismas".

Vicenç Pagès Jordà y Toni Sala han sacado mucho rendimiento narrativo de los no lugares y de los espacios suburbanos, desérticos o no, de una formidable fealdad, que han crecido en los límites de nuestras ciudades. Cesc Martínez, sin embargo, ha hecho algo diferente: ha construido una narración más cerca de los libros de Mercedes Ibarz. Un ensayo literario muy sugerente en el que –insisto– el vacío es la escasa de la narración. El vacío de un campo que se vacía (valga la redundancia: el fascismo también tiene parte de responsabilidad), de unas ciudades que crecen mal. El vacío al que nos aboca la especulación y depredación inmobiliaria, la fiebre de oro, la falta absoluta de respeto hacia el planeta y de compromiso con la humanidad.

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