Mercè Ibarz mira atrás para salir adelante
En 'Una chica de ciudad', pesan tanto los orígenes rurales de la autora como la relación con la ciudad adoptiva, Barcelona, que sueña "con los ojos abiertos y con los ojos cerrados"
- Mercedes Ibarz
- Anagrama
- 184 páginas / 17,90 euros
A menudo, aquellos y aquellas que practicamos la crítica literaria nos freímos el cerebro buscando una buena descripción del lugar desde el que escriben los artífices de las obras que comentamos. En Una chica en la ciudad, el último libro de Mercè Ibarz (Saidí, 1954), la misma autora nos lo ofrece: "Escribir desde mi experiencia, en primera persona, gracias al arte y al documental contemporáneos". Y así lo ha hecho desde La tierra retirada (Cuadernos Crema, 1993) hasta el reciente ensayo No pienses, mira (Anagrama, 2024) pasando por En la ciudad en obras (Cuadernos Crema, 2002) y Fiebre de calle (Cuadernos Crema, 2005), rebautizados juntos como Cuentos urbanos en la edición que Anagrama puso en circulación hace tres años.
Una chica de ciudad es la continuación natural de los anteriores libros autobiográficos de Ibarz, donde pesan tanto sus orígenes rurales como la relación con la ciudad adoptiva, esta Barcelona hoy trastornada y en la que resulta casi imposible disfrutar del paseo, actividad que la autora aprecia y ha cultivado tanto. Barcelona es una ciudad que, poco a poco, fue haciendo suya y que ha decidido no abandonar nunca: "Y no dejaría por nada del mundo la ciudad ni sus paisajes; por más loca que le debo todo: el amor, la amistad, el oficio, la escritura".
La muerte del compañero de toda una vida
El detonante de la escritura está aquí la muerte de L, el compañero de toda una vida. Este hecho luctuoso invita a la autora a buscarse en la joven que con diecisiete años llegó a la Barcelona del tardofranquismo en un coche de línea de Alsina Graells. Ante aquella chica –a la que durante la narración Ibarz se refiere a menudo en tercera persona, en un sano ejercicio de distanciamiento–, se extendía entonces un futuro inconecido que se tradujo en una carrera periodística y literaria más que solvente.
En los primeros años barceloneses, aquella chica estrenó la libertad en la incipiente Facultad de Periodismo, donde se politizó, y en varios pisos de estudiantes situados en barrios como Sant Antoni o la Meridiana, mientras soñaba la ciudad "con los ojos despiertos y con los ojos cerrados". Con el hilo conductor de la relación de pareja, construida sin modelos previos, le acompañamos en sus descubrimientos y recurrimos su vida laboral a las redacciones –como las delHoy o el Diario de Barcelona–, donde canjeó el periodismo político por el cultural y donde, en un determinado momento, la literatura se impuso gracias a la lectura de la traducción que Helena Valentí hizo deEl cuaderno dorado de Doris Lessing. Hasta que un estudio en la calle Rosselló donde podía escribir sin distracciones bendijo su vocación.
Ibarz es de la generación de los jóvenes que frecuentaban la plaza Reial, el bar Marsella y leían El Víbora. Me gusta esto que dice que en los años de la contracultura -tan masculina- el feminismo fue "la contracultura de la contracultura". Y también envidio los encuentros que tuvo con Anna Murià, la escritora instalada en Terrassa después de un largo exilio que antes de comer se tomaba un whisky.
Cuando era joven, Ibarz se enamoró de Londres, una ciudad que para ella es una extensión de Barcelona. Volvió poco después de la muerte del compañero, sola. Porque vencer la muerte es continuar con la vida. Una chica en la ciudad –entre sus libros es donde más se desnuda– incluye fotografías tomadas mayoritariamente por la propia autora en sus recorridos urbanos y abunda en referencias culturales donde la literatura, el cine y la música son protagonistas. Una fiesta de recuerdos y conexiones escrita desde la convicción de que la cultura nos enriquece, y que por eso es doblemente valiosa. Si te gusta la literatura testimonial de Vivian Gornick, este ejercicio introspectivo no le decepcionará.