Vida polifónica de un hombre desclasado
Julià de Jòdar amplía en 'La casa tapiada' la panorámica de 'El azar y las sombras' sobre un tiempo y un país –la Catalunya que va de la República hasta el Proceso y la pandemia–, pero sobre todo da al conjunto un aire epilogal, incluso testamentario
'La casa tapiada'
- Julián de Jódar
- Comanegra
- 492 páginas / 24,95 euros
Años después de haber dado por terminada la trilogía de El azar y las sombras, formada por El ángel de la segunda muerte (1997), El tráfico de las hadas (2001) y El metal impuro (2005), Julià de Jòdar vuelve y la convierte en una tetralogía, aunque así decirlo es bastante inexacto. Con la publicación de La casa tapiada, que reanuda al personaje del protagonista y narrador Gabriel Caballero, un trasunto distorsionado pero clarísimo del propio autor, Jòdar amplía la panorámica sobre un tiempo y un país –la Catalunya que va de la República hasta el Proceso y la pandemia–, pero sobre todo mujer en el conjunto un aire epilogal, incluso testamentario.
No es casualidad, ni una cuestión menor, que aquí Caballero ya no sea un narrador más o menos vigilante u omnipresente, ni un protagonista más o menos atento y activo, sino todo lo contrario. Como ya está muerto y no puede seguir proyectando la imagen de sí mismo que le interesa, ni puede seguir dando su versión de los hechos y de las cosas, Caballero pasa a ser el tema abordado, el material narrado, por una miríada de personajes: amigos, amantes, conocidos, enemigos, lectores entusiastas y detractores, excompañeros de militancia... Como es lógico, estos testigos no tienen una opinión nada consensuada sobre Caballero, ni una visión homogénea o unívoca de quién era, de lo que hizo y del valor de su literatura. El hilo que cose esta polifonía, a ratos confusa y dispersa, casi siempre magmáticamente viva, es el señor Lotari, un personaje secundario de El azar que aquí reaparece para recopilar todo tipo de materiales en bruto para escribir la biografía de Gabriel.
Si los tres volúmenes de El azar tenían como escenario principal el barrio badalonés de Guifré y Cervantes, una reconstrucción fiel pero ficticia del barrio del Gorg, durante los años de la posguerra y, sobre todo, durante la década de los 50 y principios de los 60, La casa tapiada pone el punto de mira particularmente en la Barcelona del tardofranquismo y de la primera fase de la Transición. La efervescencia y las contradicciones y los volantazos y las heroicidades y los ridículos de la izquierda antifranquista (con todos los tonos y todos los matices, desde el rosa suave posibilista hasta el rojo encendido dogmático y maximalista); la represión feroz del Estado represor (torturas, asesinatos policiales, censura); el estallido contracultural; la competitividad entre egos del mundo literario (con la emergencia de Terenci Moix y otros, que el personaje de Caballero, novelista, veía con admiración y recelo); los experimentos apasionados del nuevo teatro (Espriu, Brecht); el amor libre y los melodramas sentimentales de siempre; la relación complicada y con frecuencia contranatura entre los intelectuales comprometidos y el mundo obrero; el papel de la lengua catalana en el antifranquismo izquierdista; la relación con la catalanidad de los hijos de la inmigración castellana y andaluza: todo esto, y mucho más, aparece en la novela.
Y todo esto, también, forma parte de la vida de Jódar. Aquel mundo, todos aquellos acontecimientos, Jodar los vivió muy intensamente y en primera persona. Y, además, los vivió tanto desde el frente cultural como desde la militancia política. Es en parte por eso que, en muchos pasajes, La casa tapiada funciona, a la vez, como una autobiografía objetivada y disfrazada pero veraz, como un autorretrato que oscila entre la autocrítica disolvente y el orgullo autoafirmativo y celebratorio, y como un libro de historia con un pie en el ensayo y l otro en la narrativa. También es una novela, por supuesto, pero los diversos narradores opinan, comentan, reflexionan, critican, explican y pontifican tanto como cuentan, o más. Pero al final, sobre todo, es una novela porque Jòdar no pretende ofrecer una verdad única y presuntamente objetiva, sino una sopa hirviendo de medias verdades, de verdades oficiales que mienten y de mentiras imaginativas (la ficción) que se acercan a la verdad.
Una virtud de La casa tapiada es que da muchas claves para entender la figura, la obra y la trayectoria de Jòdar. Particularmente lúcida me parece la descripción de Caballero/Jòdar como un hombre desclasado, que no tiene mucho que ver con la literatura de barrio de los Marsé y compañía y que, en cambio, comparte energías profundas y poderes míticos con periféricos insobornables como el telúrico y selvático Baltasar Porcel y el humanista sabio Jesús Moncada.