Muere a los 93 años Miguel Milá, decano del diseño clásico catalán
Su ingente legado incluye clásicos incombustibles como las luces TMC, TMM y Cesta
BarcelonaEl diseñador Miguel Milá, que ha fallecido este martes a los 93 años, deja un legante desbordante, lleno de objetos icónicos como las luces TMC, TMM y Cesta, el banco Neoromántico y la chimenea A-14, algunos de los cuales continúan en el mercado después de medio siglo. Milá es considerado uno de los padres del diseño en el Estado, y al mismo tiempo parece que la parte aún más importante de su herencia es él mismo, la huella que ha dejado personalmente. Para darse cuenta, bastaba el contacto puntual con él con motivo de alguna presentación, leer sus entrevistas o mirar el documental que le dedicó Poldo Pomés en 2017.
"Hay una serie de características en la personalidad de Miguel Milá que hacen que la gente a su alrededor le admire y se sienta cómoda a su lado, lo que genera una predisposición extraordinaria hacia el aprendizaje", afirma el ingeniero Francisco Gaspar Quevedo al prólogo de la tesis doctoral que dedicó a Milá. "Posee un bagaje profesional como pocos diseñadores en España –continúa Gaspar–, lo que hace que podamos aprender mucho, pero es su carácter afable y cercano lo que hace que no sólo podamos aprender, sino que queramos aprender. Miguel Milá es una persona discreta, sencilla, práctica y natural [...]. Es disciplinado, pero no rígido, y aunque es diligente y responsable, tiene un gran sentido del humor y disfruta tanto del trabajo como del tiempo libre. Es un hombre de espíritu joven, por eso se entiende perfectamente con otras generaciones; de hecho, no permite que nadie le hable de usted”.
Así, no es difícil imaginarse que Milá habría quitado hierro a este elogio con alguna de sus frases impregnadas a la vez de ternura y socarronería, como aquellas en las que criticaba desde las duchas ininteligibles de los hoteles y la sobreactuación de los cocineros vanguardistas hasta en exceso de turismo en Barcelona, de la que, sin embargo, seguía enamorado. Sin olvidar tampoco los delirios estéticos de Donald Trump: "Ha cambiado la Casa Blanca y ha puesto la Casa Dorada", decía en una entrevista concedida en Antoni Bassas hace unos años.
La energía de Miguel Milá parecía inagotable. Había dejado de ir en moto hace pocos años, tras sufrir la copido, y estuvo involucrado en la retrospectiva más ambiciosa de su obra, titulada Miguel Milá. Diseñador (pre)industrial, que abrió sus puertas en febrero de este año en el Centro Cultural de Villa Fernán Gómez de Madrid. Coincidiendo con esa muestra recibió el premio Madrid Design Festival Award en homenaje a su carrera, y hace un mes el Ayuntamiento de Barcelona hizo público que le otorga la Medalla de Oro de la Ciudad de Barcelona como reconocimiento “a una trayectoria profesional que ha contribuido a la proyección internacional de la ciudad y del país".
Antes, Milá ya había recibido todos los grandes reconocimientos institucionales: el primer Premio Nacional de Diseño, que recibió en 1987 junto a André Ricard; la Cruz de San Jorge (1993); el Compaso de Oro del ADI italiano (2008); el Premio Nacional de Cultura (2010); y la Medalla al Mérito en las Bellas Artes. Y todo ello sin contar los ocho Deltas de Oro y los nueve Deltas de Plata que se llevaron algunos de sus trabajos. "A pesar de ser muy correcto y educado, no da demasiado crédito a lo que piensen los demás, y aunque es lo suficientemente flexible para cambiar de opinión cree firmemente en lo que piensa, y lo defiende a capa y espada", dice también Gaspar.
Liberarse del yugo de los estudios de arquitectura
Nacido en Barcelona en una familia aristocrática, Miguel Milá, que era el octavo de nueve hermanos, estuvo en contacto con el mundo del arte y la arquitectura desde pequeño: su tío Pere Milá y su esposa Roser Segimon encargaron la Pedrera a Antoni Gaudí. Y el segundo apellido de Miguel Milá es Sagnier, el mismo que otro de los grandes arquitectos del Modernismo, Enric Sagnier, del que era descendiente por su madre. Al diseño, Milá llegó por casualidad, después de abandonar sus estudios de arquitectura. De hecho, solía decir que uno de los días más felices de su vida fue el día en que había dejado sus estudios.
Pero el diseño no era un fenómeno extraño dentro de la familia, ya que su hermano Leopoldo, otro pionero, fue el diseñador de la motocicleta Impala. “Trabajaba en el estudio de mi hermano [Alfonso Milá] y de Federico Correa, y me gustó más el trabajo que los estudios. Me cansé de estudiar y, sobre todo, de los exámenes”, recordaba Miguel Milá. Como diseñador se consideraba "autodidacta", ya lo largo de su trayectoria realizó más de 240 proyectos. "En realidad soy un diseñador preindustrial –explicaba–. Me siento más cómodo con los procedimientos técnicos que me permiten corregir errores, experimentar durante el proceso y controlarlo al máximo. De ahí también mi preferencia por materiales nobles, que saben envejecer ".
Asimismo, Milá vivía el diseño tan íntimamente que en su libro Lo esencial. El diseño y otras cosas de la vida (Rosa dels Vents) explicaba que los primeros destinatarios de algunas de sus obras eran su esposa, María Valcárcel, y sus hijos, Juan, Gonzalo –con quien colaboró–, Micaela y Lucas. "A mi mujer también le he hecho collares, sandalias, cinturones, bolsos... En fin, de todo".
Algunos de los puntales de la filosofía de Miguel Milá son la economía de medios, los materiales nobles y el afán de intemporalidad, porque creía que los objetos "deben satisfacer al máximo con la máxima simplicidad". “Hay que emocionar con la simplicidad. Cuanto más simple es un objeto, mayor es la emoción”, aseguraba. Asimismo, insistía en que su afán era “satisfacer la necesidad de la gente” y que trabajaba para que le quisieran. Uno de los primeros hitos profesionales de Miguel Milá fue la creación de Trabajos Molestos o TRAMO, junto con dos amigos arquitectos, Francisco Ribas Barangé y Eduardo Pérez Ulibarri. Se trataba de una empresa de diseño y producción de mobiliario de interior de la que salieron las primeras versiones de las luces TMC (1958) y TMM (1961). Y en el terreno del interiorismo, brilló en la reforma del Hospital Clínic (1980-1984). "Le cambiamos completamente, le dimos un gran empujón, pero nos costó mucho convencerlos", recordaba. Más adelante, también hizo el diseño del pabellón catalán en la Exposición de Sevilla, las exposiciones de Tàpies en el Salón del Tinell de Barcelona y de Dalí en el Museo de Arte Contemporáneo de Madrid y la exposición Barcelona - París - Nueva York en el Palau Robert.
Más adelante, hacia los años 2000, Milá abrió su propio estudio, perfeccionó su técnica y presentó versiones optimizadas de algunos de sus trabajos. “Una luz está más tiempo apagada que encendida, así que hay que cuidar mucho su forma para que contribuya al espacio de la forma más emocionante posible”, decía cuando dio su archivo con más de 2.000 esbozos, planos y maquetas en el Museu del Disseny en 2016. En paralelo a su trabajo como diseñador, Miguel Milá fue profesor durante catorce años, en escuelas barcelonesas como Elisava y Eina.