Música

Samantha Hudson: "A mi abuela tanto le gusta Jesucristo como su limpia trans"

Música y activista

BarcelonaMusa de la generación Z. Celebridad de internet, con 362.000 seguidores en Instagram. Activista trans. Música y performer. Podcaster en Bombificadas. Lengua afilada y looks imposibles. Samantha Hudson presentará el álbum Música para muñecas en la sala Razzmatazz de Barcelona, ​​el 8 de noviembre, con Hadas de teloneras. En este nuevo disco explota las dos caras que lo han convertido en un referente queer: el arrebato arrebatado de la música electrónica y la sensatez de la conciencia política. Encima de los talones de aguja sube un cerebro privilegiado.

Tienes 26 años pero hace diez que lanzaste el primer sencillo, Maricón. Cuando miras atrás, ¿qué sientes? ¿Notas la velocidad, el abismo, el orgullo de dónde has llegado?

— Todas estas cosas. Orgullo, porque he vivido momentos muy complicados para una niña adolescente. Piensa que mi primer single ya me costó una excomulgación, recogieron firmas para expedientarme y echarme del instituto. Lo cierto es que podría haber salido todo muy mal pero, dentro de lo peor, creo que lo he hecho genial. Música para muñecas es una especie de diario personal muy sentimental que reflexiona sobre la identidad, sobre el miedo, sobre sentirse perdida, y es precisamente porque giro la vista atrás y me doy cuenta de que quizás no estaba preparada para todas estas situaciones. Siento vértigo, cuando pienso en ello.

El público te ha visto crecer en vivo. ¿Cómo ha condicionado esta mas masiva exposición tu evolución personal, profesional e incluso física?

— No me ha condicionado mucho porque esta exposición la he tenido porque siempre he sido honesta y auténtica. Vengo delunderground más soberano, de cantar en antros abominables, a veces sin micro, a veces sin escenario, pero yo seguía sacando mis canciones y haciendo mi proyecto. La atención ha venido para ser Samanta. Y puedo presumir de tener un público buenísimo: la gente que me sigue confía en mi propuesta y empatiza con mi mensaje, no es una atención frívola o insustancial.

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¿Sus conciertos son un espacio fuera de la virtualidad para que las comunidades disidentes se encuentren?

— El público de los conciertos es muy diverso, desde una madre que ha venido con su niña trans, menor de edad, hasta una abuela con su nieto mariquitulio. Un grupo de lesbianas, gays de 30 años, una pareja de heterosexuales que se han encontrado de repente con las puertas del infierno abiertas y están disfrutando como las que más. Es una mezcla tan chula y tan satisfactoria que, cuando estoy en el escenario, me siento llena porque es como si mirara el futuro a los ojos.

Vendes de la música pero tu faceta mediática como activista queer e icono trans ocupan mucho espacio. ¿Tienes la sensación de que se eclipsan o que suman?

— Siempre he concebido mi obra artística como un todo. Mi vida es mi obra y mi obra es mi vida. Cierto es que muchos medios de comunicación, en estos tiempos que corren, más que sobre el disco me preguntan sobre la actualidad política, porque soy una persona que se implica y quiero responder con la verdad. Son las normas del juego y tú debes saber aprovecharlas. Tengo un altavoz para hablar de cosas que no se están hablando en algunos medios, formatos o sectores, y quiero utilizarlo para ofrecer una visión crítica de la realidad.

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Esta crítica es evidente en el disco. Nueve temas de música electrónica festiva pero profundamente políticos en las letras. Empezando por el título, Música para muñecas. ¿Quiénes son las muñecas?

Chorros, muñecas, es un término que surgió en la cultura ballroom de los años 80 y que servía para referirse a las mujeres transexuales racializadas que estaban muy operadas y, por tanto, estaban llenas de plástico. Después se ha convertido en un término paraguas para definir a las personas trans, que es el target que yo interpelo con este álbum, aunque es muy universalizable. Quería hacer una música de una muñeca para sus muñecas, de una persona disidente para otras personas disidentes. Es una especie de diario personal que narra las experiencias de una persona trans persiguiendo sus sueños en una gran ciudad, que es mi vida y la vida de mis amigas y muchísimas personas del colectivo. Sí, tiene un componente político. Muñeca era una metáfora muy chula, porque existe esa dicotomía...

Según cómo se lea muñeca puede ser muy machista...

— Exacto, es el objeto en el que hemos proyectado los roles de género y los estereotipos que rodean la feminidad. Pero también ha sido un objeto en el que las personas trans queer han proyectado su sueño vital, porque se veían reflejadas, mientras el mundo reprimía su feminidad. Hay muchísimas personas del colectivo que no podían jugar con muñecas y no podían llevar ropa femenina. Mientras que para algunas mujeres la feminidad era una imposición, para otras era una conquista.

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¿Cómo te relacionas tú con esa feminidad?

— Mi trayectoria respecto al género siempre ha sido muy natural, muy orgánica, de permitirme jugar y experimentar con mi expresión sin límites, incluso desafiando a mi escuela, mi familia, que siempre ha sido mucho supportive pero había cosas que no entendían. Desde pequeña vivía con la disyuntiva: puede que me comprendan, pero puede que no. Yo sabía que no estaba haciendo nada mal, ya lo largo de los años ha sido así: si yo era un mariquita, era un mariquita; si era una persona no binaria, me sentía así; si quería ponerme medias de red y embadurnarme la cara como un monstruo, lo hacía. Siempre he comprendido que la metamorfosis, el cambio, es la única verdad del ser humano y que si entendemos que somos seres poliédricos es comprensible que juguemos con distintas facetas.

La aparición en medios generalistas, como Masterchef en TVE, o en otros programas como entrevistada, ¿la vives como un sitio para conquistar por la disidencia de género? Porque también será un espacio de incomodidad.

— Para mí la existencia por lo general es un espacio de incomodidad. El mundo me desconcierta. No comprendo el cielo, no comprendo el espacio, no comprendo la belleza de una flor... Todo me parece tan raro que he aprendido a desarrollarme dentro de esa incomodidad. La televisión es para divertirme, para promocionar y porque siento que hay discursos que las nuestras ya les saben. Mis amigas, el colectivo, podemos debatir y reforzar ideas, pero ya conocemos estos conceptos. Ir a Pasapalabra y saber que mi abuela Margarita me está viendo, mi madre me está viendo, y las madres que me dicen comprender más el género de su hija. Esto refuerza la idea de que no está en vano, que esté allí, no es una frivolidad. Es importante conquistar los espacios mainstream y ser una embajadora de los márgenes en la normatividad.

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El disco comienza con Liturgia y, como Algo muy raro, haces referencia a la religiosidad. A veces también llevas cruces. ¿Por qué? ¿Crees que crece el interés por la religión católica entre los jóvenes? Pienso en el nuevo disco de Rosalía pero también en la película Los domingos, de Alauda Ruiz de Azúa.

— Cuando era pequeña, era una persona muy católica. Aunque mi familia es completamente laica, a mí me gustaban la fe religiosa y la iconografía cristiana. La religión hegemónica, que nos han impuesto, forma parte de nuestro patrimonio cultural y pertenece a todas ellas. Muchísimas tradiciones están atravesadas por esta iconografía, ¿por qué no jugar? Y, sobre todo, ¿por qué no debería ser hereje? ¿Por qué no permitir el sacrilegio? ¿Por qué no permitir la blasfemia? Para mí nunca ha sido cuestión de pervertir los símbolos, sino de utilizarlos para expresar también mi universo, no sólo para reproducir las mismas violencias de siempre o para ejecutar el mismo orden establecido. Mi crítica a Maricón era hacia la institución católica, pero la fe religiosa o tener un interés por la espiritualidad no me parece mal.

¿No te parece retrógrado?

— No. Es peligroso el conservadurismo. Las posiciones reaccionarias, reafirmar los roles establecidos, una mujer tradicional, un hombre tradicional, la familia tradicional, los conceptos monogámicos heteropatriarcales cis me repelen. Pero vuelvo a mi abuela Margarita, que me quiere muchísimo y nunca me ha cuestionado, y sin embargo a ella le encanta ir a la iglesia, le encantan los santos. Si tanto te gusta Jesucristo como tu limpia trans, me parece genial. No le iré a la contra, no le diré lo que debe oír. Quizás haya un interés en la espiritualidad porque hay una pérdida masiva de sentido. Hay una generación muy perdida y le cuesta encontrar una razón de existir, una identidad —por la precariedad, por el contexto político que estamos viviendo, por un futuro incierto, una ola reaccionaria—, y cuando no tienes un sentido siempre recurres al más categórico.

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Ya. Verdades inamovibles.

— Mientras no sea una verdad dogmática o que reproduzca las mismas violencias de siempre, a mí me parece genial que intentes averiguar quién es Dios, qué es la energía, qué es la espiritualidad para ti, que te concedas ese margen. Porque la espiritualidad siempre ha sido ese espacio contemplativo, de reflexión y de preguntarte cómo funcionan las cosas. En un mundo tan rápido y acelerado, donde ya hay tantos estímulos que nada tiene sentido, quizás hay una generación muy interesada en la espiritualidad precisamente porque otorga un sentido a la experiencia de estar viva. Es verdad que es algo peligroso. Pero la estética mongil no me parece más peligrosa que la hipersexualización. Porque no olvidemos que el patriarcado nos quiere castas, virginales y devotas, pero también nos quiere putas y desnudas. Esta doble vara misógina para observar la feminidad existe por un lado y por otro. Cuando haces una propuesta artística debes saber quién eres tú, quién es tu público y cuál es tu contexto. No quiero anticiparme a la crítica a Rosalía. Me parece muy nutritivo que haya debate.

En Disforia y en No sé quién soy abordas las dudas sobre la identidad. ¿Cómo vives el tener que pensar y explicar todo el rato?

— Siempre se ve el hecho queer como un monstruo, y los monstruos viven alejados de la sociedad. Por tanto, el monstruo lo ve todo desde fuera y eso le permite ser consciente de las estructuras de la sociedad y hacerse preguntas muy provechosas, pero al mismo tiempo está obligado a hacer su camino solo y eso da mucho miedo. Cuando eres un niño que duda de quién es, de cuál será su identidad, su género, estás buscando la respuesta a una pregunta que todavía no sabes cuál es. Mi posición es que en la incertidumbre está la verdad y en el equilibrio está la virtud. Muchas veces no hace falta encontrar una respuesta sino nuevas preguntas que te obliguen a ver la vida desde un prisma distinto. Mi género es esa confusión, esa incógnita perpetua, esa indeterminación, es un cuestionamiento. Es verdad que es agotador pero es que yo tampoco podría ser una chica que viste de beige, quiere tener hijos y casarse por la Iglesia. No es mi papel. Hay gente que está contenta con esto y es también fantástico.

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En Algo muy raro explicas la sensación de no ser aceptada. ¿Aún te sientes así, a veces?

— Diría que no, y es una conquista de la que me siento muy orgullosa. Sobre todo en mi entorno: tengo unas amigas buenísimas, tengo una relación perfecta con mi familia, y esto es un privilegio siendo una persona del colectivo. Pero siempre vives con la idea de que puede que no sea así, que quizás nunca nadie de tu entorno llegue a entender quién eres o lo que vives al 100%. Estás en un estado de alerta permanente y esto es una violencia sigilosa a la que te enfrentas siempre. Es esa sensación de niña desprotegida, como una enana con un aura muy triste. También creo que debemos deshacer la idea de que la vida de las personas LGBT está marcada por el trauma y que somos la violencia que hemos sufrido. No podemos hacer como no existe, porque es fundamental para combatir las injusticias y llegar a un cambio social real, pero creo que el colectivo también ha logrado tejer una red de cuidados y apoyo que es sensacional.

Es el mensaje de empoderamiento y hedonismo feliz de Hot, Full lace y el tuck y Me la pela.

— Quería retratar todas mis vivencias y dentro de ese mundo travesti tan catastrofista encuentras la felicidad. La canción con La Zowie es pura lujuria y la canción con Villano Antillano va de montarte de pies a cabeza y salir a la calle para dejar a todo el mundo con la boca abierta.

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¿Qué es lo mejor y lo peor de ser Samantha Hudson?

Oh, my God! Lo mejor es ser una loca capaz de metabolizar todos los problemas y traumas en anécdotas divertidas. Y poder dedicarme a lo que me gusta y vivir de esto; me siento una privilegiada. Lo peor es que muchas veces esta loca se coma a la niña temblorosa que tiene miedo. Es el amor y el odio. Me siento muy querida pero también te expones a ser la diana de un colectivo muy reaccionario. Me han hecho muchísimo daño a lo largo de mi vida, pero también mucha gente me ha dado cariño, respeto y una admiración genuina que a mí, la verdad, me echa a llorar.