Andrés Calamaro revive 'Honestidad brutal' con más respeto que nervio
El músico centra en su mejor disco el repertorio del concierto en el Poble Espanyol
BarcelonaSensaciones confrontadas en el concierto de Andrés Calamaro en el Poble Espanyol. El reclamo era poderoso: un repertorio centrado en Honestidad brutal (1999), uno de los mejores y más temerarios discos de rock de la historia. 16 de las 22 canciones que ha tocado este viernes pertenecen a ese doble álbum fruto de tormentas emocionales y narcisismo politoxicómano. Ha habido respeto por ese material tan incandescente y una notable corrección instrumental a cargo de un sexteto vestido de rock, pero ha faltado nervio en la interpretación, como si los 25 años que han pasado hubieran puesto una distancia insalvable; sin embargo, una distancia terapéutica, porque las autoridades sanitarias seguramente no recomendarían seguir viviendo intensamente dentro de aquella jaula de obsesiones enfermizas, amores perdidos, relaciones abolladas, reproches corrosivos y autoindulgencia narcótica. Tampoco tendría sentido pedir al Calamaro de 62 años que recorra el abismo como lo hacía a finales de los noventa.
Por otra parte, se agradece que no haya sido un concierto caótico como el del Liceu de 2019, esa noche que decidió que insultar a Viggo Mortensen por haber hecho unas declaraciones contra Vox era más interesante que hacer despegar las canciones. De hecho, ha hablado poco, apenas para recordar que en treinta años ha tocado en todo tipo de escenarios barceloneses, "menos el del Bagdad" porque nunca había preparado "un show erótico de categoría", y para desear suerte en el RCD Espanyol, "el único club de barrio de Barcelona", que este domingo se juega el ascenso a Primera, que "es adonde pertenece" [como perico, hay que agradecer el comentario]. También ha dejado constancia, con un deje de ironía, de que Honestidad brutal es "un disco muy apreciado en Barcelona": "Fue mi primera y única portada en la revista Rockdelux" [en realidad, la portada fue a propósito del disco posterior, El salmón (2000)]. Charlar menos ha evitado que se enredara en parlamentos sobre los códigos de conducta del macho reaccionario y ha dado todo el protagonismo a un cancionero extraordinario.
Calamaro, camiseta negra, gafas oscuras y gorro azul, ha empezado calentando con el blues-rock de No va más, el tema, al final del álbum, que constataba que la amante lo había despachado. El primer pico de intensidad ha llegado con la melodía de Cuando te conocí. El público la ha recibido con entusiasmo, y Calamaro la ha defendido como es debido, aunque no pudo evitar un gallo, animal de compañía habitual en los conciertos del músico argentino, que a menudo sabe integrarlo como recurso expresivo. Ha sonado también la profundidad dub de Las heridas, la distorsión más oscura de El día de la mujer mundial, el temblor dylaniano de Son las nueve (con el diálogo entre el teclado y la guitarra acústica) y el aire enrarecido del lamento del crooner de Los aviones (que ha terminado con un fragmento de El ratón de Cheo Feliciano).
La memoria es cruel e injusta, porque reclama revivir las sensaciones que transmitían estas canciones escritas a un milímetro de la desesperación y la inconsciencia, y Calamaro las interpreta sin cargar las tintas en el drama: manda el recuerdo de la brutalidad emocional de la canción por encima de una interpretación más serena que no persigue el quebranto emocional en directo. Eso sí, el nivel es tan alto que solo hace falta un poco más de nervio para que todo adquiera otra dimensión, que es lo que ha pasado en el final de Clonazepán y circo o en Paloma, ovacionada tan pronto como ha sonado el riff de guitarra. Aquí Calamaro ha desafinado sin complejos, pero el público ha rescatado la canción cantándola y llevándola a la categoría de los momentos memorables. Citas al margen de Honestidad brutal cómo Flaca, Alta suciedad y Días distintos han completado una hora y tres cuartos de concierto a propósito, es necesario repetirlo, de uno de los mejores discos de rock la historia.