Música

Rozalén: "Me duele cuando me dan consejos de moralidad o me dicen cómo debo pensar"

Música. Publica el disco 'El abrazo'

6 min
Rozalén en el bar Mediterráneo de Barcelona.

BarcelonaLas canciones de Rozalén (Albacete, 1986) combinan historias personales, algunas muy íntimas, con sonoridades de raíces profundas y ramas que despegan más allá de las normas de la jardinería musical. Después de reunir diferentes tradiciones ibéricas cantadas en asturiano, catalán, euskera, gallego y diferentes acentos de castellano en el disco Matriz (2022), ahora publica El abrazo (Sony, 2024). Es un álbum marcado por la muerte del padre y de la abuela que musicalmente incorpora toques de folclores latinoamericanos diversos, como la champeta y el bolero (y la colaboración de Carlos Vives), pero también de rumba, sinfonismo cinematográfico, electrónica e incluso rap. Habla de todo ello en Barcelona, donde volverá el 23 de mayo para actuar en el Liceu (con las entradas agotadas de hace días) dentro de la programación del Guitar BCN.

Has estado un año y medio sin realizar conciertos. ¿Por qué paraste tanto tiempo?

— Por imposición, y lo entendí perfectamente, porque creo que tengo un problema de adicción al trabajo o que estoy encima de esa ola de producir, producir, producir, y esto es enfermizo.

El abrazo muestra a la vez tu querencia por el folclore, también el latinoamericano, y pequeños detalles más experimentales, como el efecto de voz en el bolero Tuya, que parece de una María Dolores Pradera del siglo XXI.

— Quiero experimentar cada vez más, sí, pero hay algo que lo unifica todo: me he dado cuenta de que las letras las quiero escribir yo, porque tengo una forma muy peculiar de hacerlas y porque cuento mi vida. Ahora, en lo que se refiere a la sonoridad, estoy abierta a todo.

En el disco explicas tu vida. Hay amor y abrazos, pero también pena por las ausencias.

— Sí, hay estas dos vertientes. Está la parte de amor, luminosidad y diversión, y luego están las que llamo "claras oscuras". Entonces, por ejemplo, que es una canción supernostálgica de mi infancia, que tiene producción al estilo de Johnny Cash con eléctrica y órgano Hammond y ya está. También la canción de mi padre, Todo lo que amaste, evidentemente. Y la de mi abuela, Ceniza. Diría que mi parte favorita del disco es la nostálgica, pero es que incluso en las alegres también noto cierta nostalgia. Sácame la pena es un buen resumen: aunque me doy cuenta de que la vida también es eso, quítame la pena y llévame a bailar.

¿Tu padre murió mientras estabas de gira?

— No. Había estado cuatro días con mi madre y mi padre en Albacete. Cuando me iba lo abracé, sin imaginar que sería el último abrazo. Y al día siguiente murió de repente mientras dormía. Yo firmaría eso, morir durmiendo. Lo que cuento en la canción es que me sucedieron cosas físicas, como perder la voz. Aún hoy sigo sin recuperar la forma en que cantaba antes. También me quedó un temblor en la mano.

Y Ceniza habla de la muerte de la abuela.

— Ella murió antes, en el 2020, que aunque fue en noviembre continuaban las restricciones de la pandemia. En el hospital solo estaba mi madre, el tío José Manuel –que después murió también de un cáncer muy horrible– y yo, que íbamos turnándose. Y el corazón de mi abuela dejó de latir cuando estaba conmigo. Esta canción es de gratitud a las profesionales de paliativos, que realizan el trabajo con mucha ternura. Con la abuela charlaba mucho. Me decía: “María, ya he vivido lo que tenía que vivir. Era una supermujer. Y ahora estoy aquí. Soy un trapico. Ya me toca”. Me pareció muy bonito vivir esta forma de morir. También me obsesioné mucho con lo que ocurre físicamente. Me decían las enfermeras que antes de morir se nos afilan las facciones. Por eso en la canción hablo de la carita de duende y de la piel de cera, y estiro el hilo de la metáfora, de una flor que era un tallo fuerte y se convierte en una flor que se marchita. Y de esa ceniza nazco yo. O sea, la vida es esto.

¿A quién le cantas La cara amable del mundo?

— A mi sobrino, pero pienso en muchos de los niños que vendrán. Me están afectando mucho todas las violencias que hay en el mundo, como lo que está pasado en Gaza. Cuando estaba escribiendo esta canción vi vídeos de niños descuartizados; era algo muy, muy, muy doloroso, muy desagradable. Y me planteo qué mundo les dejaremos a los que vienen. Es un pensamiento que también está ahí cuando me planteo el tema de la maternidad. Detrás de esta canción está el deseo de que ojalá sepamos mostrarles la cara amable del mundo, que ojalá tengan una infancia feliz.

El amor y la pena son las dos corrientes principales del disco. Pero hay una canción, Mis infiernos, el rap que haces con Kase-O y con R de Rumba, de Violadores del Verso, que tiene un tono distinto.

— Sí, es la rabiosa. Y aquí sí que está el punto de cagarme en el odio y el black mirror donde vivimos. Este desahogo me ha sentado que te cagas. Y, además, para mí ha sido un ejercicio de composición. Soy de una generación que ha escuchado músicas muy distintas. Me encanta el punk, el folclore, el rap. Y Kase-O, que tengo la suerte de que es amigo mío, siempre me decía que debía animarme a rapear. Escribí con rítmica rapera, pero cantando la melodía. En la canción saco la rabia por las veces que me he sentido injustamente juzgada.

¿Has tenido esa sensación? Porque eres una artista...

— Muy querida, sí, pero he tenido y tengo linchamientos horribles. Me han dicho cosas horribles, y me da mucha rabia.

En la letra de Mis infiernos hablas del paternalismo de los señoros, de la gente que te evalúa, de los que te juzgan...

— Y desde muchas partes. También desde la izquierda. Me duele cuando me dan consejos de moralidad o me dicen cómo debo pensar, o cuando dicen que no soy suficientemente radical para ellos y me hacen la cruz. Dicen cosas muy dolorosas. Y por eso les digo: "¿Qué sabrás tú de mis infiernos? ¿Qué sabrás tú de cómo me siento ahora?". Es el cáncer de ahora, que todo el mundo es experto en todo y todo el mundo te dice qué debes hacer, qué pensar; y si no eres exactamente como ellos piensan ya no lo vales. ¡Pero es que esto es imposible! Si conocieran realmente lo que piensan los artistas, no les gustaría ninguno, porque nadie pensará exactamente como tú piensas. Por ejemplo, no hay ningún partido político ni político con el que coincida al 100%, porque es imposible. Por eso debe existir el diálogo y la comprensión.

¿Tenías claro que la rabia la expresarías a través del rap?

— [Ríe.] No lo sé, pero me he encontrado muy bien. Lo he gozado mucho cantando, sobre todo el estribillo, cuando digo que qué sabrás tú de mis infiernos, que estoy harta de tus consejos de moralidad y que me encantaría verte en mi sitio, a ver cómo traerías esa presión. Suerte tenemos, que la música es terapia, y he volcado de todo: amor, luto, rabia...

¿Tu formación como psicóloga hace que seas más consciente de ello?

— Sí. Con la canción de mi padre hice una terapia de choque. Me encerré tres o cuatro días, y además fui muy gore. Me puse la ropa de mi padre, coloqué velas y sus fotos y fue como: "Ahora me enfrentaré al duelo. Y me acompañarás tú, padre mío. Sentiré que me abrazas y haremos una canción". Sabía que cuando saliera de casa habría un antes y un después. Lloré mucho, recordé, reí... Fue una terapia de choque en toda regla.

¿Cuál es el mejor recuerdo que tienes relacionado con la música? ¿Y cuál lo peor? O lo que querrías olvidar.

— Lo mejor supongo que cantar con mi familia, oír cantar a mi madre mientras cogíamos olivas. Y un recuerdo doloroso... Diría que ninguno, pero sí que hay cosas que me han hecho aprender. Por ejemplo, hay algo que me hizo escribir la frase "No vuelvas a desear bajar de un escenario". Me llevaron a uno de esos mercados de música, en Buenos Aires, con gente mirándote y juzgando lo que estás haciendo. Esto no tiene nada que ver con lo que ha sido la música para mí desde pequeña. Sentí que nadie me estaba escuchando. Otras veces, en los bares, nadie me escuchaba pero yo lo disfrutaba igual y acababa metiéndome la gente en el bolsillo. Por ahí no supe gestionarlo. Quise bajar del escenario y todo.

Por cierto, ¿en directo mantendrás la parte electrónica de Todo sea igual?

— Sí, por supuesto. Es de las que más me gusta del disco. Con los amigos de Albacete, nuestro festival siempre ha sido Viña Rock. Tengo ese puntito punky, de rave, de hacer el salvaje.

Los cantautores también bailan.

— Yo sobre todo. El otro día estuve viendo a Soziedad Alkoholica, y la gente me miraba como... Bien, muchos ya lo sabían, que me gustan muchos grupos como Angelus Apatrida [la banda de thrash metal de Albacete]. Me encanta disfrutar de la música en todas sus facetas.

En el disco anterior cantaste Amor del bo en catalán con Sílvia Pérez Cruz. ¿Sigue siendo una referente?

— Siempre. Lo es y lo será. Aunque tenemos códigos musicales distintos, en algunas cosas estamos muy juntitas. Por ejemplo, me halagan mucho cuando dicen que tengo alma vieja como ella, que parece que seamos de otra época.

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