Música

El funk-rock de una noche de junio con Red Hot Chili Peppers

49.000 personas acompañan al grupo californiano en el primer concierto sin restricciones pandémicas en el Estadi Olímpic desde el 2019

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Anthony Kiedis, Flea y Chad Smith durante el concierto de Red Hot Chili Peppers ayer al Estadio Olímpico Lluís Company

BarcelonaEl carisma del bajista Flea, la presencia del guitarrista John Frusciante y el recuerdo de unos cuantos grandes éxitos, algunos con más de treinta años de historia, eran suficiente reclamo para ir al Estadi Olímpic Lluís Companys a ver a Red Hot Chili Peppers. Además, como si en estos tiempos de metaversos y virtualidades el grupo quisiera rescatar el valor primigenio de la música, dispusieron un escenario grandioso pero austero, sin pasarelas ni plataformas ni elementos móviles: solo una gran pantalla al fondo, otra en la parte interior del techo y dos laterales gigantes, un juego de luces sin estridencias y, claro, un sonido a un volumen muy respetable, a la altura del recibimiento dispensado por el público, sobre todo del griterío con el que reaccionó cuando el realizador mostraba a Frusciante en las pantallas. Es realmente impresionante el aprecio que le demostró el público, 49.000 personas según informó la promotora Live Nation; prácticamente lleno el aforo de 50.000.

Chad Smith, Flea y John Frusciante durante el concierto de Red Hot Chili Peppers en el Estadi Olímpic.

Con intermitencias más o menos largas, estos héroes del funk-rock psicodélico de los años 80 y 90 han llegado al 2022 con disco nuevo, Unlimited love, el álbum que certifica el regreso de Frusciante al grupo después de una década dedicada a aventuras personales de cariz electrónico. Y lo defienden en cantidad suficiente, dedicándole la cuarta parte de un repertorio de directo de una veintena de piezas. El repertorio, eso sí, anda inexorablemente hacia las joyas de la corona de Blood sugar sex magik (1991), el disco con que los californianos se volvieron más que superventas. Aquel toque funk que tan pronto elevaba baladas como desataba un frenesí adrenalínico continúa vivo, y de alguna manera constituye todavía hoy el rasgoo distintivo de la banda. De su vida anterior, de momento pocos testimonios en esta gira.

Después de una introducción a cargo del guitarrista, Flea y el batería Chad Smith, salió el cantante Anthony Kiedis para cantar Can’t stop y poner en marcha un primer bloque muy enérgico, con riffs de guitarra realmente poderosos como el del final de Dani California y solos de bajo marca de la casa. La química escénica entre Flea y Frusciante da vida a la banda en temas nuevos como Blacksummer, The heavy wing y Aquatic mouth dance o cuando baja la intensidad rítmica, porque pese al despliegue de energía, los Red Hot Chili Peppers del 2022 administran sus fuerzas, a veces dentro de una misma canción, como hicieron en The Zephyr Song, pausada hasta el estallido rítmico final. Gestionar las fuerzas hace que en el medio tiempo, allí donde crecen temas como Otherside y Californication, la voz de Kiedis, todo flequillo, bigote y pecho al aire, dé lo mejor y pueda elevarse en aquella épica extrañamente melancólica que ayer fue tan celebrada. Y con tantas ganas como había de un gran concierto de rock.

Como no podía ser de otro modo, estas ganas fueron recompensadas en el tramo final de la actuación, primero con la alentadora Give it away, el funk más rapeado que cantado en el que Frusciante hace maravillas a la guitarra y Flea salta como si no estuviera cerca de cumplir 60 años. Y después, en el bis, con Under the bridge, que recibió la respuesta de un estadio entregado que a continuación se mostró diligente en el estribillo de By the way; "Standing in line / to see the show tonight / And there's a light on / heavy glow". Un final bastante simbólico para una hora y tres cuartos de Red Hot Chili Peppers.

El regalo de Nas como telonero

Si el Primavera Sound ha inaugurado la temporada de macrofestivales, la banda californiana se ha encargado de abrir la de los macroconciertos al aire libre con la primera actuación sin restricciones pandémicas en el Estadi Olímpic desde la de Ed Sheeran el 7 de junio del 2019. Hacía tres años que no se repetía el ritual habitual: cerca de 50.000 personas andando montaña arriba, buen ambiente generalizado y ganas de amortizar la entrada, que en este caso costaba entre 56,75 y 142,75 euros.

En esta gira que empezó el 4 de junio en Sevilla, los Red Hot Chili Peppers premiaban a los que llegan antes con dos teloneros de altura. Uno los acompaña toda la gira: Thundercat, el alias del bajista Stephen Bruner, que hace unos años pasó por el Sónar. El otro telonero va cambiando: en Sevilla fue Beck (un día después de actuar como cabeza de cartel en el Primavera Sound) y en Barcelona, Nas; poca broma, el autor de Illmatic (1994), uno de los mejores y más relevantes discos de hip hop de la historia. En otras ciudades habrá teloneros como A$AP Rocky y Anderson Paak. Nas, acompañado de DJ y batería, salió vestido de blanco y azul veraniego, con sombrero también blanco y una N muy gorda y muy reluciente colgada en el cuello. Todo ello muy vieja escuela Costa Este, como su flow, modelo y ejemplo para cualquier rapero que ha querido ser relevante. Casi treinta años después, temas como Represent continúan siendo bombas infalibles. Nas empezó con poco público, pero poco a poco consiguió que la gente se acercara hacia el escenario. “Barcelona, ¡necesito energía!”, pidió, y la tuvo con la pista del Olímpic convertida en un mar de brazos afanando en seguir el ritmo. No pasa cada día que te planten una leyenda de este calibre como telonero.

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