Música

Víctor Manuel: "Hay una España que detesto, la de esa gente que cree que España es suya"

Músico. Actúa en el Gran Teatre del Liceu el 7 de diciembre

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Víctor Manuel en el Hotel Catedral de Barcelona.

BarcelonaEl Gran Teatre del Liceu, el jueves 7 de diciembre, es una de las últimas paradas de la gira La vida en canciones (El escenario lo cura todo), con la que Víctor Manuel (Mieres, 1947) celebra su 75 aniversario. Será la segunda visita del cantautor asturiano a Barcelona este año, después de la actuación del 9 de febrero en el Palau de la Música. El repertorio: lleno de "grandes éxitos, las canciones que más reconoce a la gente". "Al final del concierto la gente siempre me dice: ¡no pensaba que conocía tantas canciones tuyas!", explica.

¿Puede que en esta última gira estés reconectando con Asturias, en el sentido de que estás recuperando repertorio de los primeros años?

— Sí. Ahora que hacemos balance, me parecía que merecía la pena dedicar un apartado acústico a lo que yo llamo canciones prehistóricas, que son canciones casi anteriores a mí, o al menos a lo que se conoce más de mí. Por eso recupero canciones de finales del sesenta. Y tengo un interés especial en cantar un par de canciones que estuvieron prohibidas en su momento, y otras que pese a no estar prohibidas me causaban muchos problemas cada vez que las tocaba.

¿Qué canción te daba más problemas?

— Hay una canción que no estaba prohibida, El cobarde, que siempre provocaba pequeñas catástrofes porque yo pensaba que era pacifista, pero se ve que también se interpretaba como antimilitar. En 1968 la llevé al Festival del Atlántico, en Tenerife, en el Puerto de la Cruz. Por un lado, fue la primera vez que me sentí reconocido y noté que lo que hacía merecía la pena. La canción ganó el festival... en la primera votación. Y entonces el gobernador militar de Canarias, que se llamaba Héctor Vázquez, dijo que no podía ganar. Rompieron las actas del jurado y volvieron a votar. Todo esto lo sabía porque tenía topos dentro del jurado, como Elfidio Alonso, de los Sabandeños. Efectivamente, volvieron a votar y ganó Tenerife tiene el seguro de sol, que cantaban Los Mismos. Al mes de cantar El cobarde entré en el servicio militar, y un gran recuerdo que tengo es estar haciendo guardia y que en la radio de la garita sonara la canción, y yo llorando como una magdalena, porque era una situación insólita.

Es una canción como la del desertor de Boris Vian.

— Era una canción muy naíf, de un tipo incomprendido, que no quiere pegar tiros. La escribí a raíz de leer un reportaje de Oriana Fallaci, que se había incrustado en el ejército estadounidense en Vietnam en 1967. Uno de los soldados con los que había hablado le explicó que no sabía por qué estaba allí, que no tenía nada contra aquellos señores. Y repetía constantemente: "¿Por quién lucho yo?".

Una de las canciones asturianas que cantabas en 1969 es La romería. En 1970 Serrat publica Fiesta. Ambas canciones hablan de lo mismo. ¿Lo ha comentado alguna vez entre vosotros?

— No, nunca.

Es que incluso coincide la imagen de la gente subiendo la cuesta...

— Es que con tu generación coincides en muchas cosas. La romería era también una canción muy naïf. Alguien podría pensar que cuando escribí El cobarde estaba metido en política, pero no tenía ni puta idea, ni de política ni de lo que ocurría en ese país. O cuando escribía Planta 14, que es una canción que estuvo prohibida muchos años: no la hacía contra nadie, sino porque me parecía algo de justicia reflejar la situación de los trabajadores de la mina.

Que podía ser de Víctor Jara, esa canción.

— Sí, es una canción extrema, muy dura, muy jodida. La grabé en Barcelona, en el Casino la Aliança de Poblenou, y quedó en un cajón ocho años, hasta 1977. Quizá alguien pensaba que yo estaba muy politizado, pero no tenía ninguna idea política. Me fui enterando de las cosas un poco más tarde, porque ni había pasado por la universidad ni mi padre me había explicado nunca lo que había pasado en casa, ni por qué habían fusilado a su padre. Eran unos años muy jodidos para ellos. Mi padre vivía acojonado. Fue más tarde, cuando empecé a leer y sobre todo a salir al extranjero, que encontré a gente que te contaban las cosas que tú desconocías totalmente. La primera vez que fui a México, me encontré con el hijo de uno que había sido alcalde de Mieres, y me contó que al terminar la guerra había pasado nueve años en la montaña, de maquis. Me contaba todas las cosas que había hecho y yo no podía creerlo; es decir, yo no tenía ni idea de nada.

Y estaba pasando prácticamente junto a tu casa.

— Sí.

¿Cuál es la canción que te ha dado más alegrías?

— Seguramente la que más alegrías me ha dado en todos los sentidos es Solo pienso en ti. La escribí en 1978, y entonces la discapacidad era infinitamente más invisible de lo que es ahora. Era un problema de casa adentro. Recuerdo las notas de prensa, que hablaban de dos chicos con problemas. En ningún momento se hablaba de la discapacidad. Mucha gente se me acerca y me da las gracias, y yo ya sé por qué me las dan, por Solo pienso en ti. Y es una canción que servía entonces y que sirve ahora, que es algo muy estraño, porque las canciones se agotan por el camino. Pero esta ha aguantado muy bien el paso del tiempo.

Trata una temática que no suele aparecer en las canciones.

— La verdad es que me he especializado, involuntariamente, en temáticas que no estaban en las canciones y, sobre todo, haciéndolo con sutileza suficiente para no caer en la cosa lastimosa o lacrimógena. Bien, esto quizás hace que cueste más entenderla. Tienes que armarte un poco el rompecabezas a partir de la letra de la canción.

¿Crees que la ternura fue la salvación de los cantautores políticos?

— La ternura y muchas más cosas. Cuando dicen cantautores, parece que todos seamos iguales, pero somos todos diferentes. Me pueden clasificar como cantautor político, y tengo canciones políticas, aunque sobre todo tengo canciones de amor, que además son las que mejor han funcionado porque abarcan mucho espectro de población. Pero con las que he dado la lata son las canciones políticas, evidentemente, con las que he tocado los huevos.

¿Qué canción compondrías ahora para explicar la situación política mundial?

— Ahora es muy difícil. En el último disco sí tenía canciones muy políticas, pero sobre cosas concretas, como la gente que intenta llegar a nuestro primer mundo.

También tienes canciones como Digo España, de 2018, que todavía resuenan en el presente.

— Sí, Digo España es una canción claramente hecha para ahora. Soy de una edad determinada y educado de una forma determinada. Y soy de los que piensan que somos mucho mejores juntos, con el país mejor juntito que disgregado. Me he ocupado de España en varias canciones. Escribí una para Ana [Belén] hace años, España, camisa blanca de mi esperanza. También hice un pasodoble chungo, chungo, Soy de España, y en San Sebastián me multaron por "posible antiespañolismo". Volviendo a Digo España, envié la letra a gente que me merece crédito como David Trueba, Iñaki Gabilondo y Serrat, para ver qué les parecía. Cuando la aprobaron, la tiré para adelante.

Digo España también habla de los símbolos reapropiados por la extrema derecha.

— Sí, esto es lo que menos se explica, y es en lo que más insisto. Hay una España que detesto, que no puedo soportarla, la de esa gente que cree que España es suya y que los símbolos son suyos y que te pasa la bandera por la cara, o se le ponen al perrito en el cuello. Todo esto me horroriza.

¿Desastres como lo que está sucediendo en Ucrania o ahora mismo en Palestina te harían componer una canción?

— Me paraliza todo esto. Por ejemplo, el problema de Palestina es tan complejo... Por un lado, ves que los que aparentemente están defendiendo a Palestina son unos auténticos hijos de puta o se comportan como unos hijos de puta. Y los israelíes, bueno, se ve lo que están haciendo: es como si porque existía ETA hubiéramos bombardeado San Sebastián. Pero también entiendes la rabia de una gente que dice que quiere defenderse. Es de tal complejidad que no es posible albergarlo en una canción. Deberías explicarlo antes de cantarla.

¿Cómo asumes la desaparición de compañeros de generación como Pablo Milanés, o el hecho de que otros dejen los escenarios, como Joan Manuel Serrat?

— Pues con sensación de vacío. Pablo era el enfermo crónico con más salud que he conocido nunca, y por eso piensas que son inmortales, pero no, hay un momento en que la vida dice lo suficiente. Y en cuanto a la retirada de Joan, no me gusta que se haya retirado, porque en la última gira estaba cantando estupendamente y defendiendo su trabajo. Es cierto que también hay quienes han lo han dejado porque se han cansado, o que tienen pánico escénico periódicamente. Pero es que a mí no me pasa nada de eso, yo lo paso muy bien. Es un trabajo tan entretenido, tan maravilloso, que no hay nada comparable. No hay ninguna profesión donde te aplaudan cada tres minutos, y donde sientas tanto reconocimiento, y donde vas como tirando pequeñas semillas y es como si nacieran las flores a medida que las tiras. Esto es impagable.

¿Lo has pensado alguna vez en términos de adicción?

— Hombre, algo tiene, de adictivo, evidentemente. Por eso hay gente que no sabe cerrar la puerta, y si no se la cierras en las narices no se van nunca. Tiene algo de eso. Finalmente, claro, lo que te echa del escenario es si no va el público. El día que dejas de tener público ya sabes que tienes que irte a casa. Esto es una señal inequívoca. Pero mientras no ocurra esto, intentas alargarlo. Y si ves que estás bien físicamente, que te puedes defender cada noche... Llevo 90 conciertos en esta gira y no he suspendido ninguna. Esto te anima más.

El 7 de diciembre actúas en el Liceu, y el 17 terminas la gira en Madrid. ¿Tendrá este concierto en Madrid algo especial?

— No, hago todos los conciertos iguales. No he invitado a nadie. Un poco porque me da corte, porque los he convocado tantas veces, que ahora prefiero hacerlo solo. Y también porque no tengo en la cabeza nada parecido a una retirada, que entonces sí quizás convocas a gente a cantar y tal. Es como un punto y aparte, y continuaremos.

¿Y no modificas el repertorio o arreglos en función del recinto o la ciudad?

— Nada, nada. Además, ¿sabes dónde debo decir esto? Cuando voy a sitios pequeños. El otro día fui a un pueblo junto a Benidorm, La Nucia, que tiene un auditorio precioso. Hablas con la gente que lleva el concierto y tienes que asegurarlos y jurarlos, y casi firmarlos en un papel, que el concierto será exactamente igual que lo que haré en el Liceu o en el WiZink Center. No cambia absolutamente nada.

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