Oriol Rosell: "¿Por qué a tu hijo le gusta el reggaetón?"
Autor de 'Matar al papito'
Oriol Rosell (Barcelona, 1972), crítico y divulgador cultural, hablaba con un editor sobre la posibilidad de escribir un libro. Hablaban de música, y en un momento de la conversación, éste le dijo: "¿Sabes qué me pasa? Que no puedo entender que a mis hijos les guste el reggaetón". Y Oriol le respondió: "¿Y no debería ser justamente este el libro?" Es de esa conversación que nace Matar a papito: Por qué no te gusta el reguetón (ya tus hijos, sí) (Libros Cúpula).
¿Por qué 'Matar al papito'?
— Uno de los conflictos que plantea el reggaetón es precisamente el trauma de la ruptura entre generaciones. Quería entender por qué la ruptura generacional es tan traumática. Creo que el fenómeno es análogo a lo que supuso la aparición del rock'n'roll, porque es evidente que hablamos de dos mundos irreconciliables.
¿Por qué irreconciliables?
— Los padres vienen de un tiempo preinternet. De un mundo en el que existía la Unión Soviética, o sea, en el que era posible imaginar algo políticamente distinto. Nuestros hijos han nacido en el turbocapitalismo, donde nada se puede concebir más allá de lo que hay. Y la música popular debe poder sintonizar con esos anhelos y deseos de la gente joven.
Mencionaba el rock. ¿Qué representaba el rock y qué representa el reggaetón?
— El rock'n'roll, de algún modo, es el momento en el que la juventud adquiere conciencia de ser juventud. Después de la Segunda Guerra Mundial existe un desarrollo del capital, de la cultura de masas, y esto hace aparecer un grupo que no es de niños ni de adultos. Aquí se inventa el imaginario de la cultura juvenil, que estallará en los años 60 cuando dicen: ¿por qué no podemos participar en la modulación de la realidad? Y es cuando está el auge de la contracultura y la idea de matar al padre.
¿Y el reggaetón?
— Es el fin del siglo XX en la cultura pop. Nos damos cuenta de que la promesa de la contracultura ha quedado liquidada. Una de las cuestiones importantes para entender cómo funciona la articulación más íntima del reggaetón es esa ausencia de imaginación, de imaginación política, sobre todo. En la música pop-rock blanca siempre estaba la promesa de una fuga posible, un lugar donde podías estar tú al margen de tus padres, del trabajo. Esto ha terminado. Un ejemplo muy claro está en los símbolos.
¿Qué significa?
— Las subculturas del siglo XX –heavys, punks, góticos– lo que hacían era tomar dispositivos que ya existían, como las chaquetas de cuero, y convertirlos en símbolos de rechazo, de autoexilio. Pero en las subculturas urbanas, como el reggaetón o el trap, los símbolos son los mismos dentro y fuera de la subcultura.
¿O sea?
— Louis Vuitton, Gucci... No se prevé otra forma de poder. Los símbolos de lujo son los únicos que se tienen en cuenta y son los mismos dentro y fuera.
Por eso, para los padres, es difícil de entender, ¿no? Se puede pensar: "Les he educado en la cultura del esfuerzo y el feminismo y acaba escuchando esto"…
— También debemos tener algo de confianza en los jóvenes. Es decir, si nosotros creemos que les hemos dado una educación feminista, anticapitalista, lo que quieras, ¿ ¿realmente creemos que una canción les hará cambiar?
¿Pero por qué les gusta?
— Entre otras cosas, porque ser joven comporta también un afán de transgresión. Y la música popular siempre ha sido machista; nace dentro de unas estructuras heteropatriarcales muy claras. Lo que ocurre es que hasta ahora ha habido una pátina de poesía, de metáfora. Y ahora no hay, pero vivimos tiempos muy explícitos. Basta con ver cómo te habla la gente en las redes sociales. No hay filtro alguno.
¿Y no es más sexista que otras letras?
— Es sexista, claramente, pero me recuerda la frase de "contra Franco se luchaba mejor". Pues contra el reggaeton también. Se lucha mejor que contra Sabina, que también es sexista."
Echamos atrás. ¿De dónde viene y cuándo nace?
— Debemos situarnos en Jamaica. Cuando se abole la esclavitud, muchos jamaicanos se marchan a Panamá, donde se estaba construyendo el canal, pero mantienen el contacto con Jamaica, escuchan reggae cuando sale a finales del 60 y acaban haciendo reggae en castellano. Esto llega a las comunidades latinas de Nueva York, donde están los puertorriqueños, que están participando en el nacimiento del hip-hop y el rap. De modo que se acaba mezclando con el reggae y esto triunfa en los caseríos, los barrios más deprimidos de Puerto Rico.
Por tanto, el reggaeton es la unión del hip-hop de Nueva York con el reggae de Jamaica vía Panamá.
— Claro, lo que hace apasionante la historia del reggaetón es que realmente no nace en un sitio concreto, nace de la circulación. Es un producto de la migración.
¿Y es de pobres?
— Totalmente, de hecho, no nos sorprende la ambición económica o material de los artistas de hip-hop, porque entendemos que son afroamericanos que salen del gueto y quieren salir del gueto como sea. Y el reggaetón es exactamente el mismo pero en el marco hispanoamericano.
Y en 2004 ocurre algo importante: aquella música se convierte en universal.
— Con Gasolina lo revienta todo. En España ya había habido antes otros hits cómo Papi chulosin embargo, Gasolina, Daddy Yankee triunfa en todo el mundo. Es una canción que se cantaba en Japón. Y esto es un cambio de paradigma: ¿cómo podía ser que la hegemonía lingüística en el mundo del pop fuera la lengua castellana?
Esto es un cambio para la industria.
— Y en la mentalidad de la gente. Y molesta especialmente a España, porque yo creo que el rechazo al reggaeton tiene mucho rencor postcolonial. Siempre ha habido una jerarquización en la que España estaba por encima de Latinoamérica, y nos han pasado la mano por la cara en lo comercial. España nada pinta en el mapa global del pop.
¿Pero estos recelos con el reggaetón sólo se han dado en España?
— En Estados Unidos han pasado con la comunidad afroamericana. Pero no con los latinos, o no con igual intensidad.
Se dice que es una música sin mensaje.
— Siempre existe una parte de romantizar el pasado. Como si no hubiera existido algo que decía "She loves you, yeah, yeah, yeah". Por cada Rage Against the Machine y cada The Clash había 50 Madonnes, no jodamos. Cierto, no hay mensaje, pero es una generación que me atrevería a decir que son cínicos precoces. Tienen claro que la música no va a cambiar nada, es entretenimiento. Y es interesante si lo vinculas con el baile en estas culturas.
El baile es un elemento central.
— Y, en cambio, ¿cuándo has visto a algún hombre blanco que no fuera drogado bailando por el gusto de bailar? No somos una cultura de baile. En cambio, nuestros hijos e hijas tienen la concepción de la música como un dispositivo de baile, no un dispositivo seudoliterario para escuchar a Bob Dylan.
Dice que a la generación más adulta sí les gusta Calle 13, porque tiene mensaje.
— Y es interesante, porque son de los pocos que no nacieron en los barrios pobres; vienen de la clase media cultivada. Y lo que hacen es un discurso básicamente como el de Manu Chao con el dembow.
Bad Bunny, en su último disco, dice "¿Cómo Bad Bunny va a ser el rey del pop, cono reguetón y dembow".
— Hay algo que el éxito es la mejor venganza. Pero a mí no me fascina que los pobres sean estrellas; esto lo hemos visto con el fútbol. Me fascina que quienes no son pobres, los hijos de la clase media blanca, se identifican con el discurso del gueto, y no con la tradición lírica de la música pop.
¿Y por qué ocurre esto?
— Creo que tiene que ver con una conciencia de precarización muy profunda. Son chicos que están sintiendo todo el día que van a vivir peor que sus padres, que están muertos de miedo con la inminencia de una catástrofe climática, que ven cómo los sueldos no dan para pagar un alquiler. Por eso todos los valores precedentes han dejado de tener sentido. Toda la cultura del esfuerzo, todo el mito de la meritocracia, todo esto se ha hundido. Y cuando en las canciones hablan de la preeminencia del dinero, fíjate en que no dicen: "He trabajado mucho y he ganado todos estos billetes". No, al revés. Dicen: "He ganado estos billetes", y no quieras saber cómo. Y el mérito está en haberlos ganado de forma fácil y rápida. Si ya nadie se cree que trabajando mucho puedas llegar a tener la vida que te han dicho que es una buena vida, una vida lujosa, ¿qué esperabais de las canciones?
Dice que el último disco de Bad Bunny es un punto de inflexión. ¿Por qué?
— Ha sabido convertirse en el gran embajador de Hispanoamérica, tomar tradiciones musicales de diferentes lugares y crear discurso. Está consiguiendo cosas que no se habían visto y que nadie había conseguido. Ni los Rolling Stones ni nadie. Fenómenos así no pueden ignorarse.
Dice que cuesta entenderlo también por esa moda de la eterna juventud.
— Claro, el problema no es matar al papito, el problema es que el papito se dé cuenta de que es papito. Porque yo tengo 53 años, y no me siento mayor. Pero, a ver, tengo 53 años. Y decimos que vuelve Oasis, como joven. Pero la realidad es que ves a tu hijo escuchando reggaeton, tú no entiendes nada y de ahí el trauma: ostras, ya no eres joven.
A ti no te gusta.
— No soy un gran fan, no. Pero creo que no hace falta que me guste para poder hablar de ello con cierto rigor o para poder hacer el análisis que yo propongo.