Pearl Jam hacen valer su rock vitalista en el Sant Jordi
La banda estadounidense ofrece un concierto catártico que repasa a fondo su repertorio
BarcelonaPearl Jam son caros de ver, tanto por sus cuatro visitas contadas a Catalunya en sus 30 primeros años de carrera como por los 165 euros que costaban las entradas de pista del concierto que ofrecieron ayer en el Sant Jordi. Un precio difícil de digerir para los fans de la banda, no sólo porque la entrada del anterior concierto en Barcelona, de 2018, costaba sólo 98 euros (el incremento es, por tanto, del 68%), sino porque muchos aún recuerdan que, justo hace 30 años, el guitarrista Stone Gossard y el bajista Jeff Ament declararon en nombre de Pearl Jam en el Congreso de Estados Unidos para acusar a la promotora Ticketmaster de encarecer innecesariamente las entradas de los conciertos. Si a la incoherencia del grupo añadimos los problemas de salud que obligaron a cancelar las tres fechas anteriores de la gira, no hace falta decir que el concierto se presentaba en un ambiente enrarecido que, de hecho, ya le venía bien al post-punk abrupto y oscuro de los irlandeses The Murder Capital, teloneros de la noche.
Pero las dudas empezaron a desvanecerse cuando, puntuales, Pearl Jam irrumpieron en la oscuridad del escenario para arrancar el concierto con Footsteps, una cara B de los inicios de la banda, golosina para fans de largo recorrido, seguida por la emotiva Nothingman y el crescendo sostenido y explosivo de Presente tense. Con sólo tres temas, un sonido perfecto y una voz poderosa, Pearl Jam conquistaron un Sant Jordi casi lleno. “¡Buenas noches!”, saludó Eddie Vedder en catalán, contento de volver a “la mejor ciudad del mundo”. “En las últimas semanas han sido muy duras –añadió en castellano–, sufrimos penas y dolores. Y hoy queremos disfrutar con ustedes del mejor show de nuestras vidas”. Y vaya si pusieron ganas, empujados por la intensidad de Given to fly o la calidez melódica de Elderly woman behind the counter in small town.
La iluminación tenebrosa inicial y un escenario sobrio remarcaban el protagonismo de la música: sin tirar de hits, removiendo el fondo de un repertorio versátil en el que no desentonan las piezas del reciente Dark matter (Scared of fear, Wreckage y, sobre todo, Upper hand), Pearl Jam parecían decididos a hacerse valer como gran referencia del rock americano de los 90, asumida ya sin contradicciones su condición de clásicos del género. Y así, una punzada de electricidad sacudía al Sant Jordi cada vez que sonaban los primeros acuerdos de temas tan queridos por los fans como Jeremy, Corduroy o Even flow, con un Mike McCready más guitar héroe que nunca y un Vedder comunicativo y carismático sin necesidad de poses mesiánicas ni florituras vocales. “Está siendo uno de los mejores conciertos de la gira, espero que sintáis la energía”, decía el cantante, que lidera la banda con convicción y naturalidad, acompañado por el motor engrasado de la sección rítmica que forman las líneas cálidas del bajo de Ament y la potente batería del ex-Soundgarden Matt Cameron.
La emoción de Vedder
Repescas inesperadas del siempre infravalorado No code como el escupitajo punk Habit o una etérea In my tree convivían con golpes ganadores como Better man –¿la interpretación más populista de Vedder?– o un Porch incendiario y crispado con el que el grupo quemó las naves antes de marcharse del escenario. Todos menos Vedder, que se quedó solo con la guitarra acústica cantando Just breath y recordando con la voz rota los últimos días en el hospital, las dificultades para respirar y la emoción de volver a tocar con una banda como Pearl Jam. “Nos va a costar mucho olvidar esta noche”, dijo, y no será el único. Nuevamente con la banda, la catarsis definitiva llegó, y no podía ser de otra forma, con un Alive más significativo que nunca, vitalismo épico hecho de guitarras desatadas con McCready sacando fuego de las seis cuerdas y el Sant Jordi entero levantando el puño y gritando con Vedder. Y aún quedaban fuerzas para terminar la noche un pletórico Baba O'Reilly de los Who que Pearl Jam han tocado tantas veces y desde hace tantos años que, con el permiso de Pete Townshend, ya es casi una canción suya más.