Sonoridades nórdicas en una gran noche de Mao Fujita
Magnificencia sonora de la Royal Philharmonic a propósito de Grieg y Sibelius en el Palau de la Música
- Palacio de la Música. 27 de octubre de 2025
Lo confieso: llegué tarde y me perdí la pieza daliniana de Albert Guinovart (La vida secreta). Pero mi acompañante, que llegó a la hora, me hizo no pocas alabanzas.
El retraso no impidió que quien escribe estas líneas pudiera disfrutar de la intensa interpretación del Concierto de Grieg en la menor. Y hay que decir que la intensidad con la que Mao Fujita le resolvió es de las que dejan huella. El pianista japonés es un fuera de serie y, a diferencia de muchos de sus colegas de ascendencia asiática, toca con alma y con conocimiento de causa. Y esto es doblemente sorprendente tratándose, además, de un joven virtuoso que en noviembre cumplirá unos 27 años descarados. Sin duda, no estamos ante un producto mediático al servicio de las grandes multinacionales de la música, sino ante un artista responsable, serio y con ganas y potencialidades por hacer grandes cosas. Y que, claro, exhibe un muestrario de pirotecnia digital que deja boquiabierto.
El otro gran estímulo de la velada era evidentemente una orquesta como la Royal Philharmonic frente a una de las mejores batutas del momento como es Vasily Petrenko. La característica sonoridad de la orquesta inglesa no ha perdido empeño a lo largo y ancho de su dilatada historia, desde que fue fundada por Thomas Beecham hace casi ochenta años. Es de celebrar que el sonido compacto, preciso y riguroso marca de la casa mantenga el listón tan alto, sea cual sea la batuta que tenga delante. Y Petrenko es un gran músico, espléndido cómplice de Fujita en el concierto de Grieg y protagonista indiscutible en la segunda sinfonía de Sibelius. Escrita después del célebre poema sinfónico Finlandia, la sinfonía irradia un postromanticismo de fuertes raíces nacionalistas y con evocaciones de las texturas nórdicas que en cierto modo también se encuentran en su colega noruego.
La velada estuvo impregnada de esta sonoridad fastuosa y generosa de las grandes noches orquestales en el Palau de la Música. Un auditorio que a veces parece hacerse pequeño frente a tanta magnificencia sonora. Concierto, pues, de los que merecen la pena, a pesar de habernos perdido la primera pieza (¡mil disculpas, Albert!).