Crítica musical

Telemann 'delicatessen' servido con genes histriónica excelencia por L'Apothéose

Una velada con la lucida participación de la flautista Dorothee Oberlinger en el Palau de la Música

El Apothéose y la flautista Dorothee Oberlinger en el Palau de la Música.
2 min
  • Palacio de la Música. 4 de marzo de 2024

Medio Palau de la Música (y aún mal contado) para la presencia en el escenario modernista del conjunto español L'Apothéose con la lucida participación de la flautista de Aquisgrán Dorothee Oberlinger. Una velada al servicio de seis conciertos de Georg Philipp Telemann, el prolífico compositor alemán autor de un catálogo con –parece– tres mil obras. De entre ellas, seis deliciosos conciertos que pudimos paladear en el Palau de la Música y entre los que destacó muy especialmente la flauta de pico.

Oberlinger es una solista más que virtuosa, que no se deja llevar por el exhibicionismo fácil y que despliega su arte al servicio del matiz, de la expresión e incluso del sentido del humor en partituras ofrecidas con acabados perfectos, como la conclusión del Concierto para flauta de pico y fagot en fa mayor, por no hablar de los sinuosos giros orientalizados del presto conclusivo del Concierto para flauta de pico y traverso en mi menor que ponía punto final a la segunda parte. Verdaderas piezas de orfebrería a las que no fueron ajenas las partes solistas destinadas al oboe (Josep Domènech), el fagot (Eyal Streett) o la flauta travesera (Laura Quesada), casi siempre en diálogo con Oberlinger.

La puntual vacilación en la afinación del violín frotado por Víctor Martínez fue un episodio anecdótico y debido sin duda a la fragilidad de un instrumento que puede desafinarse sólo mirándolo, porque el citado concertino fue capaz de enhebrar las mil y una filigranas de unas obras sencillamente magistrales y en las que los signos de los tiempos barrocos quedan subrayados de forma incontestable. Fieles a una estilística repleta de un rigor filológico sin aspavientos, los miembros de L'Apothéose fueron capaces de mantener bien atento a un público poco numeroso pero acólito de la causa telemanniana, consciente de que se les ofrecía un plato relleno con delicadeza, bien cocinado y condimentado con las mejores especias. Y es que en un repertorio así es difícil dar gato por liebre. Y el menú fue servido con indiscutible y nada histriónica excelencia.

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