El empresario que hizo posible que Mies van der Rohe pudiera hacer en 1929 el pabellón alemán en la Exposición Internacional de Barcelona, icono mundial de la arquitectura moderna, es el mismo que años más tarde fabricaría el gas Zyklon B que mató a millones de personas en Auschwitz y en los otros campos de exterminio. Casado con la aristócrata Lilly von Mallinckrodt, Georg von Schnitzler era un alto dirigente del conglomerado químico IF Farben (Bayer, Basf, Agfa...), que en 1923 ya formaba parte de las tropas de asalto nazis –las SA– y que jugó un papel decisivo en el apoyo financiero en el partido de Hitler, del que se hizo miembro en 1937.
En Lliçó d’arquitectura (Ensiola), Antoni Vives se ha metido en la piel de esta pareja, unos Georg y Lilly que después de sobrevivir a la guerra y de salir prácticamente indemnes, en 1953 tratan de reconstruir su mundo desde la nueva casa que se han hecho en Murnau, Baviera, ciudad donde en 1933 más de la mitad de la población había votado a Hitler. Lejos de los focos, ahora viven "como si nada hubiera pasado". Este es el lema de Lilly. Como si la barbarie del Holocausto no hubiera existido y fuera posible reconstruir su glamuroso círculo de amistades de los viejos tiempos, hecho de artistas de vanguardia y burgueses. Las élites que tenían que hacer grande a Alemania.
En 1945, Georg casi consiguió escaparse a España. Lo pillaron con las maletas hechas. Juzgado en Nuremberg, de los cinco años de condena solo cumplió uno. Los meses pasados en prisión de Spandau ya quedan atrás. En el salón de la nueva casa tienen el cuadro Gesellschaft Paris, de Max Beckmann [hoy se puede ver en el Guggenheim de Nueva York]. Mientras esperan la llegada de unos invitados a cenar que tardan más de la cuenta, con un whisky en la mano, rememoran la amistad con Mies, que a través del pabellón barcelonés querían que propagara "el nuevo espíritu de Alemania": la practicidad, la simplicidad, la sinceridad. Less is more. Ellos salen en el cuadro, igual que el político francés colaboracionista Anatole de Monzie. El vestido rosa que lleva Lilly es el mismo que se enfundó en la gran cena de la Exposición del 29. Goebbels también admiraba el pabellón, la apuesta de la pareja, que lo pagó. La compañera brillante y discreta de Mies también se llamaba Lilly, Lilly Reich. Cuando el nazismo cerró la Bauhaus, Reich le regaló a Lilly y a George una silla MR, para poder sentarse en el corazón de la modernidad alemana.
El matrimonio no recuerda, en cambio, la fábrica de IG Farben en Monowitz, al lado de Auschwitz, donde su amigo Albert Speer facilitó a Georg miles de hombres torturados por el hambre y la miseria. Trabajadores esclavos. Producían goma sintética para los neumáticos del frente. Y todavía menos que produjeron y se enriquecieron con el gas Zyklon B, con el que se asesinó a millones de personas, una Solución Final que Georg conocía. Detrás de un silencio oscuro, Georg prueba de soterrar sin éxito la sombra de su amigo Landmann, el alcalde judío de Frankfurt hasta 1933, un social liberal de una gran visión y empujón. Murió de frío y de hambre en un escondrijo en Holanda. No lo ayudaron.
La noche avanza y Georg y Lilly se consumen en la soledad y los recuerdos. Son unos supervivientes de una monstruosidad. Su memoria es selectiva. Él, más atormentado, se ha hecho católico. Necesita el perdón. El olvido es imposible. El pasado los perseguirá hasta el final de sus días.