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Carlos Cuevas: "No debe ser más peligroso vivir en Montcada i Reixac que en la avenida Pearson"

Actor

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BarcelonaA Carlos Cuevas i Sisó (Montcada i Reixac, 1995) le coinciden estos días el estreno de la película El 47, en la que interpreta el papel de Pasqual Maragall, y la vuelta a los teatros catalanes de Jauría, la obra documental sobre la violación en grupo cometida por la Manada. Tiene 28 años, la edad en la que algunos se incorporan al mercado laboral, pero él lleva ya más de 20 trabajando bajo los focos. Cuevas ha reconducido la popularidad precoz de Ventdelplà o Merlí en una trayectoria intensa y comprometida. Esta conversación la comenzamos en las periferias de siempre y la terminamos con las nuevas masculinidades.

La última película que has estrenado es El 47, en el que interpretas al personaje de Pasqual Maragall. ¿Cuál es el último recuerdo político que tienes de Maragall, si es que tienes alguno?

— Probablemente, cuando dejó la política y anunció tener Alzheimer. Soy nacido en 1995, su etapa en la alcaldía no la viví y la de presidente de la Generalitat sí, pero yo era un niño de siete u ocho años.

Que ya trabajaba...

— Que ya trabajaba, sí, y cotizaba a la Seguridad Social, je, je... Sinceramente, recuerdo más las imitaciones en el Polònia que su figura política. Luego, por interés personal y sobre todo ahora con la película, he leído y hablado mucho sobre Pasqual Maragall.

Es que en la película, sin imitarle, te pareces.

— Ya, tío. A mí me llamó el director, Marcel Barrena, convencido de que me parecía mucho. Que tenía los ojos almendrados, la nariz hacia arriba y que él me veía. Sí es verdad que con el bigote, el cabello oscurecido y unas lentillas oscuras hay una retirada con el Pasqual Maragall joven. Lo que decidimos es no imitar su voz. Habría sido absurdo realizar una interpretación demasiado excéntrica, porque además habría intoxicado a Manolo Vital, que es el protagonista de la historia.

¿Qué te ha dicho la familia Maragall?

— Estaban muy contentos. Los conocí el día del estreno y estaban emocionados de ver este homenaje a su padre o abuelo, alguien que imaginó una Barcelona cosmopolita y abierta al mundo, aquella clase política que sí tenía ganas de ensuciarse las manos y hacer bien las cosas.

El 47 explica el secuestro de un autobús para reivindicar la llegada del transporte público a Torre Baró. Tú eres del pueblo junto a Torre Baró, de Montcada i Reixac, y la última noticia que he leído de Montcada es que el tren atropelló a una chica de 17 años en un paso a nivel. Han pasado casi 50 años entre una noticia y otra, ¿qué significa esto?

— Que los márgenes y las periferias están más olvidados y menos cuidados, parecen ser menos importantes que lo que se hace de cara a la galería, de cara al turista. La periferia reclama muchas cosas, vive mucha gente, en Montcada i Reixac llevamos pidiendo el soterramiento de las vías desde hace más de treinta años, no sé si han muerto más de 170 personas [182], todos conocemos a alguien que ha sufrido un accidente. Es muy peligroso. Yo creo que sí es comparable con lo que reclamaba Manolo Vital para Torre Baró. Reclamamos una seguridad, unos servicios básicos, unos derechos dignos. No debe ser más peligroso vivir en Montcada i Reixac o en Torre Baró que en la avenida Pearson, no debe ser más cansado.

¿A ti te ha marcado de alguna forma ser de la periferia?

— Yo creo que absolutamente, es de dónde vienes, es la clase social a la que perteneces, la lengua que se habla, los referentes musicales. En mi barrio se escuchaba Estopa y la gente no iba de vacaciones a la Costa Brava. Está claro que te configura.

Albert Om conversando con Carlos Cuevas antes de empezar la entrevista.

Tú tienes 28 años y llevas 20 trabajando. ¿Eres joven o eres mayor?

— Soy joven, ¿no? Soy un joven envejecido. Un joven cansado, como los futbolistas, que los ves con 30 y parece que tengan 50, ja, ja...

¿Eso lo dices de cachondeo?

— Me tuve que espabilar de muy jovencito. Eres el pequeño en todas partes, siempre en contacto con gente adulta, las conversaciones son obligatoriamente más adultas, y creces y te espabilas más rápido. Pero ya me gusta eso. Es una vida singular, pero todo se nivela. Con 21 años la diferencia era mayor con mis compañeros de generación. Ahora estamos todos igual, trabajando y pagando facturas.

Si miras hacia delante, podrías estar 50 años más como actor. ¿Cuál es la última vez que has pensado "Yo no me jubilaré actuando"?

— Leía a alguien que decía que los artistas no se jubilan, los artistas se mueren. Creo que siempre tendré ganas de trabajar en esta profesión. Siempre habrá un papel en el que pueda hacer algo, tenga la edad que tenga. Me queda mucha carrera todavía, he hecho mucha –teatro, cine, televisión, en inglés, en castellano, en catalán– pero me da la sensación de que tienen que venir muchas cosas, tengo mucha hambre. Soy ambicioso, no siento que tenga una ambición tóxica, sé decir que no, sé decir que no para descansar, para cuidar mi carrera, elegir muy bien los proyectos, que mi carrera me represente artísticamente, políticamente, que me vaya a dormir tranquilo, que no me acueste pensando por qué has hecho esto, no deberías haberlo hecho, te ha tentado el dinero...

¿Cuál es la última vez que has tomado un trabajo sólo por dinero?

— No, no, nunca lo he hecho. Sólo por dinero, no. Siempre he tenido ahorros, porque me he organizado bien y me ha ido muy bien. A veces he aceptado trabajos porque no había otro. Y como decía Fernando Fernán Gómez: “No me gusta mucho esta película, ¿cuál hacemos?” "Es que sólo hay esta". "Pues ésta".

A diferencia de un escritor, que puede trabajar más solo, un actor no puede controlar todo.

— Sí, sí, mandamos muy poco. Mandamos cero. No mandamos ni la toma que se monta, ni la música que se pone sobre las palabras que decimos, ni el cartel de la película, ni el actor con el que trabajamos. Mandamos muy poco, por eso tengo ganas de mandar yo y de dirigir. Somos una pieza muy pequeña de un engranaje muy grande.

¿Cuál es la última vez que has sentido envidia de otro actor?

— Andaaa [silencio]. ¿Envidia? Me lo pienso, porque quiero responderte de verdad. ¡Qué difícil! La tengo muy bien trabajada, la envidia. Me identifico más con la admiración que con la envidia. Muchas veces dices: "Uau, me encantaría hacer esto, ¿por qué no tuve la agenda libre? ¿Por qué no opté a este personaje? ¿Por qué no me cogieron?" Admiro a muchos compañeros míos. Somos una generación de actores que somos muy amigos entre nosotros, no sé si esto ha ocurrido siempre.

¿Qué reclamabas en la última manifestación en la que has participado?

— Muchas han sido este año, por ejemplo, contra el turismo masivo en Barcelona. Recuerdo también haberme manifestado por la cuestión antirracista, salir el 8-M, también por la cuestión ecologista, por la liberación de Palestina, por ejemplo. Hay muchas causas que nos interpelan como generación y creo que debemos seguir al pie del cañón. A Manolo Vital le tocó reclamar un autobús para su barrio, a nosotros nos tocan otras cosas. Preguntarnos qué tipo de modelo de ciudad deseamos para Barcelona. Si queremos unos coches de Fórmula 1 derrapando por el passeig de Gràcia o queremos una ciudad verde donde podamos andar tranquilos.

¿Ha habido algún compromiso que hayas expresado públicamente y te haya traído problemas?

— Sí, siempre. Yo prefiero tener una opinión y que haya gente en contra que no tener ninguna opinión. Para mí, no tener una opinión es un síntoma bastante pobre. Cada vez que hago una entrevista se me caen palos.

Pensaba en el 1 de Octubre, en el que tú fuiste a votar.

— Era una época muy caliente, nos picaron el pico a todos, yo tenía veinte años, para contextualizar el momento. Pero no somos actores. A mí el perfil de actor que dice “Yo sólo quiero que se conozca por mi trabajo”... Perfecto, pero eres ciudadano, vecino, tienes un altavoz y puedes decidir a quién acompañas.

Los papeles que eliges también son una decisión política. La última obra de teatro en la que participas es Jauría. ¿Cuándo te pones en la piel de uno de los miembros de la Manada que violaron aquella chica qué te pasa por la cabeza?

— Ha sido muy incómodo. Todos teníamos ansiedad, al principio. En el primer ensayo yo estuve muy cerca de un ataque de ansiedad. Miguel del Arco [el director] nos dijo “Prohibido hablar de estos tíos como monstruos, estos tíos son gente normal. Tienen parejas, tienen madres, tienen amigos, se duchan todos los días”. Una de las cosas que más incomoda a los espectadores es que te vienen hombres y mujeres y te dicen “Ostras, es que hay momentos que hace mucha gracia y que me cae muy bien”. Un violador puede tener sentido del humor. Si fuera tan fácil identificarlos... Si desconfiaras desde el minuto cero nadie iría con ellos ni a la esquina.

¿Cómo ves a los hombres, últimamente?

— Fatal, está muy difícil y lo hablamos con mis amigos. Cada vez que se separa un amigo heterosexual pensamos: "No pasa nada, en dos días encontrarás una tía estupenda", porque hay millones de tías estupendas. En cambio, cuando se separa una chica hetero, todos decimos: "Qué drama lo que te vas a encontrar, el tóxico, el narcisista, el maltratador", o sea, el patio está fatal. Lo tenemos que trabajar mucho, charlando mucho entre nosotros, escuchando mucho, yendo a terapia quien pueda permitírselo. El panorama está fatal.

¿Cuál es la última vez que te has cabreado porque te hablaban más de tu físico que de tu trabajo?

— Ah, hubo una época que me pasó mucho, hasta que entendí que con su pan se lo coman, que cada uno hable de lo que quiera, que yo haré mi trabajo. Sí, estoy muy tranquilo y muy en paz ahora mismo con esto. Creo que también he elegido de forma muy consciente a los personajes que he hecho en los últimos años para despistar este relato.

¿Qué relato?

— Pues que a veces se ha hablado por igual de mi físico que de mi trabajo. Mi cuerpo, mi físico, no debe ser objeto de debate. He hecho series juveniles, series adolescentes en las que los personajes tienen descubrimientos sexuales, escenas con poca ropa. Yo no he escogido mi físico, lo que sí escojo es mi trabajo. Pero nos vamos haciendo mayores, también, y hago otros personajes, creo que he elegido muy bien para que el foco esté en otro sitio. Llevar años en esta profesión también significa que no puedes controlar lo que digan de ti, y menos en las redes sociales. Un día oí que Twitter es como las pintadas de los lavabos. Le doy ese valor: un tuit me parece una pintada en un lavabo de una estación.

¿Cuál es la última canción a la que estás enganchado?

— Venga, me lo pones muy fácil: estoy escuchando en bucle El borde del mundo, que es la canción de Valeria Castro de la peli El 47. Me parece preciosa, hoy me he duchado con esa canción.

Las últimas palabras de la entrevista son las tuyas.

— Acabaré invitándote para que vengas a ver Jauría, porque creo que es un espectáculo que te puede gustar y que puede interesarte como hombre y como periodista. Me hace mucha ilusión volver con este espectáculo y sentir que nuestro trabajo, más allá de ser algo estético, también tiene ese componente social, político y que puede cambiar la mirada que mucha gente tiene sobre el mundo.

Carlos Cuevas posando en el Hotel Seventy antes de la entrevista.
Cuando el entrevistador llega tarde

Entra muy puntual, minutos antes de las 11 h, en el Hotel Seventy de Barcelona, con una bolsa negra colgada y el casco de la moto aún puesto. Saluda a todo el equipo, se sienta y pide un cortado. Todo esto que acabo de escribir me lo han contado después, porque yo estaba tan tranquilo haciendo tiempo en casa, convencido de que habíamos quedado a las 12 h.

Cuando llego, veinte minutos tarde, sonrisas, abrazo y ni un solo reproche. Carlos Cuevas trata a todo el mundo de forma exquisita, también a los cámaras, a los que acaba invitando a una de las funciones de Jauría . Antes les ha pedido cuál sería el plano de la entrevista, para saber si se le vería de cuerpo entero. Se ha pasado el verano rodando una película en Grecia y ahora ya comienza las lecturas del texto de L'herència , una obra que estrenará en el Teatre Lliure a principios de año, de seis horas de duración.

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