"No se puede escribir la historia de Italia sin fijarse en los catalanes"
El historiador británico David Abulafia narra las luchas por el control del Mediterráneo entre 1200 y 1500
Barcelona"No se puede escribir la historia de Italia entre 1200 y 1500 sin fijarse en los catalanes y sus ambiciones", explica el historiador británico David Abulafia (Twickenham, 1949). Profesor emérito de historia del Mediterráneo en la Universidad de Cambridge, es autor de ensayos traducidos al castellano como El descubrimiento de la humanidad, El gran mar. Una historia humana del Mediterráneo yUn mar sin límites. Una historia humana de los océanos. Ahora, por primera vez, se le puede leer en catalán, con La lucha por el dominio del Mediterráneo. La gran expansión catalana de 1200 a 1500 (Velas y Vientos). En el libro, traducido por Oriol Ràfols, el historiador aborda los conflictos ocurridos en el Mediterráneo entre 1200 y 1500 por la supremacía política y naval y por el control de su centro, Sicilia, y la parte meridional de Italia.
Abulafia pone el foco sobre todo en los gobernantes de Catalunya-Aragón y las luchas contra sus rivales en Italia y en el resto del Mediterráneo, la casa de Anjou. "Siempre me interesé mucho por Italia, sobre todo desde el momento en que me di que la historiografía no prestaba mucha atención al sur de Italia y Sicilia. Estudiarlo me llevó inevitablemente al mundo catalán", explica el historiador. Abulafaia reflexiona sobre hasta qué punto detrás de las conquistas había motivos políticos, dinásticos y comerciales. "No podemos subestimar las ambiciones de los monarcas ni tampoco los beneficios que sacaron", asegura.
Una conquista con pocos recursos
Cita como ejemplo la conquista de Sicilia por parte de Pedro el Grande. "Si en 1282 se hubieran hecho apuestas (y Carlos de Anjou era amante de las apuestas, incluso se le criticó por jugar a dados durante una cruzada en Oriente en 1248), Pedro no habría parecido muy buena elección. De hecho, al principio los sicilianos eran más proclives a las ciudades más proclives a las ciudades restauración de la monarquía. Pedro arrancó desde la última fila y emergió como un ganador convincente", afirma. Pedro estaba en el norte de África en 1282, la víspera de la invasión de Sicilia. ¿Era casualidad que estuviera tan cerca de las costas italianas justo en el momento en que los sicilianos se levantaron contra Carlos de Anjou? Una vez le invitaron a Sicilia a ser coronado por derecho de su mujer, Constanza, Pedro el Grande exitoso a deshacerse de la mayoría de sus enemigos. Sus recursos eran muy inferiores a los del rey angevino de Sicilia, pero tenía algunas ventajas: la excelente destreza de sus capitales navales, con una flota pequeña pero efectiva, y el apoyo en los momentos críticos de la población de Sicilia.
Según el historiador, en el siglo XIII los catalanes no tenían ningún programa nítidamente enfocado a crear un imperio. "Lo que John Seeley dijo del Imperio británico se puede aplicar casi al dedillo a la confederación catalanoaragonesa. Los gobernantes no se dieron cuenta hasta mediados del siglo XIV de lo logrado", detalla. En concreto, Seeley dijo: "Hemos conquistado y colonizado la mitad del mundo sin darnos cuenta". A Pedro el Grande le sucedió Jaime II. "Se le conoció como Jaume el Just, pero también podría haber ganado el título de Jaume el Hipocondríac o Jaume l'Astut. Consiguió engañar a los angevinos y al papado", asegura Abulafia. Con las conquistas de Cerdeña y el auge de Mallorca, que se convirtió en un emporio por el que pasaban una gran variedad de productos de todo el mundo, llegó la edad de oro del comercio catalán. Se establecieron importantes rutas que enlazaban la Europa mediterránea con el mundo musulmán y el océano Índico y se dejaron atrás las animosidades entre genoveses, pisanos, florentinos y catalanes.
El problema de la religión
"Si los monarcas catalanoaragoneses no hubieran reclamado Sicilia, quizás hubieran desarrollado igualmente un comercio muy intenso hacia el norte de África. Barcelona siempre había salido beneficiada de su posición en el Mediterráneo Occidental", afirma Abulafia. Los monarcas eran muy conscientes de que podían sacarle muchos beneficios. Uno de los problemas era conciliar una realeza cristiana con tener que gobernar sobre un gran número de musulmanes y judíos. En según qué momentos y lugares, se optó por soluciones drásticas, como la expulsión de musulmanes y judíos, o venderlos como esclavos. Hubo también más tolerantes, como permitirles practicar su religión con restricciones. Para algunos monarcas, esta última opción era también una fuente de ingresos, porque los judíos, por ejemplo, podían pagar una gran cantidad de dinero y quedar exentos de asistir a los sermones católicos.
"Había una cierta cultura en aquella época en la Península Ibérica. No hablaría de convivencia, pero judíos y musulmanes formaban parte del tejido social, al igual que había ricos y pobres, nobles y campesinos. Era simplemente la realidad del momento, pero había presiones, como las que ejercían Ramon de Penya musulmanes y judíos", afirma el historiador, maravillado por la figura de Ramon Llull. “Estaba claramente en contra de la conversión forzada y estaba convencido de que podía demostrar la autenticidad del cristianismo mediante una demostración lógica. Libro del gentil y los tres sabios absolutamente fascinante. La otra cara de la moneda es que no parece que Llull lograra convertir a nadie en todos sus viajes", explica Abulafia.
Todo ese esplendor no fue eterno, y con los años la Corona catalanoaragonesa estuvo cada vez más subordinada a Castilla. Aun así, el historiador británico defiende la figura de Ferro. de su vida, existe un intento de volver a la política que se había ejercido desde la Corona catalanoaragonesa, como las conquistas en el sur de Italia y las campañas en el norte de África. Además, se casó con Germana de Foix con el objetivo de tener un hijo que heredara a Catalunya y Aragón y quería volver a dividir la península Ibérica", detalla Abulafía. Una diferencia importante con sus predecesores es la expulsión de los judíos. "Si pensamos en su abuelo Alfonso, eso habría sido impensable. De hecho, el hijo de Alfonso, Fernando I, el rey de Nápoles, acogió a muchos judíos expulsados de la Península en 1492".