Kate Lister: “La pandemia ha cambiado nuestra vida sexual”
Historiadora
La historia del sexo es un tema notoriamente difícil de investigar. Lo sabe de primera mano Kate Lister (Inglaterra, 1981), historiadora y profesora de la Escuela de Artes y Comunicación de la Universidad de Leeds Trinity. Acaba de publicar en España Una curiosa historia del sexo (Capitán Swing), en la que desmonta mitos y estereotipos sobre el sexo y todo lo que lo rodea a través de ocho capítulos escritos sin pudor y con mucho sentido del humor.
¿Hablamos poco sobre sexo?
— El lenguaje es una herramienta de control social muy poderosa: a medida que el sexo era reprimido, las palabras relacionadas con el cuerpo se fueron convirtiendo en tabú. Es muy importante hablar de sexo. Es la única manera de disipar la vergüenza y la historia nos ha demostrado lo perjudicial que es teñir de vergüenza las prácticas sexuales en todas sus formas. Creo que en general hablamos poco sobre sexo y entonces es cuando nos volvemos vulnerables. Tenemos que hablar. Y de placer, de masturbación, de pornografía, del amor, de las relaciones y de nuestro propio cuerpo.
Aun así, hablamos más que nuestros antepasados...
— Somos la prueba viviente de que nuestros antepasados tenían relaciones sexuales, pero la diferencia es que ellos no hablaban abiertamente, no.
No hablaban de sexo, ¿pero practicaban más?
— Es una pregunta difícil de contestar, porque no tenemos datos fiables. Una de las primeras encuestas sobre sexo la hizo un médico norteamericano en el siglo XVIII y las mujeres que participaron respondieron que tenían relaciones con sus maridos tres veces por semana. Si esto era cierto, entonces sí, tenían más sexo del que tenemos actualmente. Pero entonces no tenían Netflix... (ríe).
¿No disponer de muchos datos ni fuentes es uno de los inconvenientes principales a la hora de documentarse e investigar sobre la historia del sexo?
— Ocupa mucho tiempo y tienes que ser bastante metódico con lo que haces. Es muy importante aprender el lenguaje que utilizan en la época que investigas. Por ejemplo, si estás haciendo investigación en los archivos victorianos, no encontrarás la palabra prostituta. Entonces usaban términos como mujer caída o descarrilada. Así que gran parte de la investigación consiste en descubrir cómo hablaban sobre ciertos temas durante la época que nos toca investigar.
¿Y la información resulta sesgada cuando solo se cuenta con fuentes oficiales y no testimonios directos?
— Exacto. A pesar de que el documento más peculiar de estudios del sexo son los diarios personales. He trabajado con diarios que explican qué sentía una persona que estaba practicando sexo. Pero en general los documentos son registros médicos o políticos. Mi trabajo consiste en encontrar algunos ejemplos y analizar documentos oficiales para deducir qué hacían las personas comunes en diferentes épocas.
¿Qué legado sexual cree que estamos dejando nosotros para los historiadores del futuro?
— Es una buena pregunta, porque no solo no estamos dejando diarios personales, sino que ni siquiera estamos dejando papel. Todo lo que hagamos se encuentra en nuestros teléfonos y cuando desaparezcan no tendremos registros. Es un tema que preocupa a los archiveros e historiadores. De hecho, la Biblioteca Nacional de Londres está pidiendo portátiles personales para poder descargar el contenido. Quizás en doscientos años rebuscan en tu ordenador y descubren el sexting [envío de mensajes sexuales, eróticos o pornográficos, por medio de las tecnologías de la información] que mantuviste con alguna de tus parejas...
En el libro afirma que quizás nuestra época será reconocida como la del consentimiento sexual.
— Sí. Eso espero. Creo que es una cosa que está cambiando de forma radical. No es que nuestros antepasados no lo entendieran, pero para ellos la idea de quién podía consentir era muy diferente de la nuestra. Creo que ahora tenemos una comprensión mucho más amplia de las dinámicas de poder, por ejemplo, de lo que significa realmente consentimiento y cuando se puede retirar este consentimiento. Tenemos camino por recorrer, pero creo que es una conversación muy importante que está surgiendo con más fuerza gracias a las nuevas generaciones.
En ‘Una historia curiosa del sexo’ desmiente la teoría de que los vibradores se inventaron para curar la histeria en la época victoriana. ¿Por qué motivos cree que se hizo tan popular esta historia, cuando no era cierta?
— Porque es una historia genial. ¡Si incluso han hecho películas en Hollywood! Es muy divertido imaginarse a los médicos victorianos usando vibradores con sus pacientes. Esta historia viene de un libro que se titula La tecnología del orgasmo, de la historiadora Rachel P. Maines, a quien se le ocurrió esta idea, pero hay muchas teorías que lo desmienten. De todos modos, aunque los victorianos no usaran vibradores para curar la histeria, hacían otras cosas muy raras, como los aterradores masajes pélvicos que aparecen ilustrados en el capítulo Sexo y máquinas.
Hace un par de años que el libro se publicó en inglés. ¿Hasta qué punto diría que la pandemia de covid ha cambiado las relaciones sexuales? ¿Sería un capítulo aparte?
— Totalmente. Se han llevado a cabo muchas investigaciones y estudios durante la pandemia para intentar comprender cómo ha impactado en la vida sexual de las personas. Primero existía la idea de que nacerían muchos bebés a raíz del confinamiento. Pero esto no ha pasado. De hecho, la tasa de natalidad ha caído. Se ha demostrado que las personas no se excitaban debido al estrés del confinamiento y la incertidumbre, y ahora que estamos saliendo de esta situación se está viendo un crecimiento de swingers [intercambio de parejas], de relaciones poliamorosas o abiertas. La pandemia ha cambiado nuestra vida sexual, pero creo que todavía queda mucho para saber de qué manera.
Hablaba de ‘swingers’, de relaciones abiertas y de poliamor. En el libro asegura que la sexualidad no encaja con las casillas creadas por los humanos. ¿Por qué cree que tenemos la necesidad de etiquetarnos?
— No creo que necesariamente necesitamos etiquetas o catalogarnos. Considero que venimos de un tiempo en el que estas etiquetas eran muy importantes y podían hacerte entrar en prisión o no. O que te condenaran a muerte o no. Y ahora empezamos a entender la sexualidad como una cosa más fluida. No somos simplemente heterosexuales u homosexuales. Cuanto más permisiva sea nuestra sociedad, menos etiquetas y categorizaciones necesitaremos, pero para poder deshacernos de ellas, antes necesitamos que todas estas etiquetas no tengan consecuencias. Me fascina y me gusta ver que las nuevas generaciones empiezan a intentar no etiquetarse ni catalogarse.
Como tampoco dan tanta importancia al pelo corporal, uno de los temas principales del capítulo ‘Sexo e higiene’...
— Exactamente. Para estas nuevas generaciones, los pelos no son un tema relevante. Lo dejan crecer y ya está. En general no vemos mucho pelo púbico, puesto que en el porno y en las películas no se visibiliza y parece que sobre todo las mujeres tenemos que seguir unas reglas sociales muy estrictas. Así que espero que sean estas nuevas generaciones las que nos salven de nuestro miedo al pelo corporal. Quien quiera depilarse de cuerpo entero que lo haga, pero que sea una cosa que él o ella quiera, no por vergüenza porque la sociedad lo mire con recelo.
El cine y la televisión también han relacionado la menstruación con el miedo, la incomprensión y la vergüenza. ¿Se está perdiendo finalmente el miedo de hablar de una manera más natural y desde una perspectiva femenina, tal como lo aborda en el libro?
— Creo que es importante que las mujeres tengamos el derecho de decir que la regla hace daño, que es dolorosa y desagradable. Que la menopausia es real y es una mierda, que las pastillas anticonceptivas te pueden hacer sentir mal y que los sujetadores son muy muy incómodos. Creo que ya no se espera que no nos quejamos y que estemos calladas, pero todavía queda mucho camino por recorrer.