Rapa nui, el catalán que casi acaba con una cultura
Joan Maristany, un navegante del Masnou, atacó la isla de Pascua en 1862 y se llevó a centenares de hombres que quería vender como esclavos. Su nombre todavía provoca pesadillas en la isla
Situada en medio del océano Pacífico, la isla de Pascua se esconde en un rincón del mapa cuando la miran ojos europeos. Pero para los habitantes de Rapa Nui, como es conocida en la lengua local, la isla es el ombligo del mundo. Un paraje que ha fascinado a miles de personas, gente dispuesta a jugarse la vida para llegar a ella, como el noruego Thor Heyerdahl, que en los años 40 se dedicó a cruzar el Pacífico con una nave de troncos y cuerda que imitaba las de antes de la llegada de los europeos a América. O el aragonés Jesús Conte, un hombre de letras que en 1987 le dijo a su familia que se iba a dar una charla en Madrid y ya no se supo nada más de él, hasta que apareció en la isla de Pascua, donde aprendió la lengua local y escribió uno de los libros mejor documentados sobre la historia local.
En 1989, quien llegó a la isla fascinante con los moáis y los relatos locales fue Francesc Amorós, de La Garrotxa, licenciado en historia por la Universidad de Barcelona. Conte le explicó que redactando su obra no conseguía resolver un misterio: descubrir la identidad del navegante español que en 1862 había atacado la isla y había secuestrado a cientos de personas para convertirlas en esclavos. En los documentos británicos, se hablaba del capitán Marutani del barco Rosa y Carmen. Amorós resolvió el misterio: se trataba de Joan Maristany i Galceran, un marinero del Masnou. En Barcelona, encontró el contrato del viaje de la corbeta Rosa y Carmen, que confirmaba que Maristany era el capitán de aquel barco que había recibido permiso para zarpar de Barcelona hacia Callao, en Perú, en teoría para practicar comercio legal. Pero esa expedición casi acabaría con toda una cultura.
‘Pirata y negrero’
Maristany murió en 1914 a los 84 años en el Masnou, después de vivir los últimos años de su vida con su hermana, en paz. Su figura fue contada por el historiador local Joan Muray en el libro Pirata i negrer. Joan Maristany Galceran, donde recupera la historia de un marinero nacido en una familia de gran tradición marinera. Cuando Maristany se hizo a la mar, los británicos ya habían prohibido el tráfico de esclavos. Y perseguían cualquier nave extranjera que lo practicara. Y como las naves británicas controlaban el Atlántico, quien quería llenarse los bolsillos traficando con personas buscaba otros sitios para hacerlo. Maristany se la jugó en el Pacífico, aguas llenas de vividores sin escrúpulos de todo el mundo que buscaban esclavos. Muchos de ellos catalanes. "En los archivos británicos tenemos información de 220 expediciones catalanas de 1821 a 1845. En el Masnou, que no pasaba de los 4.000 habitantes, teníamos 800 capitanes", explica Muray. De estos, una pequeña parte fueron esclavistas. Muray ha documentado menos de una decena. Pero un solo barco podía hacer mucho daño. Terminar con cientos de vidas.
Maristany, que probablemente ya había practicado el esclavismo en la costa africana -en expediciones donde habría perdido un ojo-, acabó de reclutar a marineros en el Callao y formó una flota de ocho naves. El 23 de diciembre de 1862 llegó a la isla de Pascua por la noche. Para atraer a la población local, dejó en la playa un montón de objetos relucientes. Cuando los nativos se acercaron a ellos curiosos y pensando que eran comerciantes, los hombres de Maristany capturaron a más de 300 personas. Aunque la cultura local ya no vivía una época de esplendor, la isla seguía manteniendo una casa real, un sistema de clanes y una gran cultura musical. Y Maristany casi acabó con esa cultura. En 1877 quedaban 110 personas en la isla, mientras que en 1862 había 4.000. El historiador local Cristián Moreno explica: “El nombre de Marutani ha pasado de generación en generación. Es cierto que cuando llegan los europeos la época dorada de la cultural local ya había pasado, pero ese ataque casi acaba con la gente de Rapa Nui, ya que se llevó a los hombres jóvenes”.
Tras el ataque, las ocho naves se separaron. Dos regresaron a Perú para vender 303 esclavos. Las otras seis siguieron su viaje hacia la zona de Tahití, donde una de las naves fue apresada por las autoridades francesas, ya que los habitantes locales reconocieron a un niño que llevaba preso como el heredero de la tribu principal. Las demás siguieron capturando esclavos en la zona de las islas Cook. El 10 de junio, después de medio año navegando, Maristany decidió regresar a Perú para hacerse rico. Pero no lo consiguió. Justo cuando él estaba haciendo razias, las autoridades peruanas habían prohibido la entrada de cualquier barco que no pudiera acreditar que todos sus tripulantes estaban en él de forma voluntaria, después de firmar un contrato. Y el nombre de Maristany aparecía en una lista de personas buscadas. Al saberlo, parece que echó por la borda a muchos esclavos, aunque los que habían llegado antes sí habían sido vendidos y trabajaban en minas o plantaciones. Algunos fueron liberados gracias a las gestiones de un obispo. Desgraciadamente, los que volvieron a casa no lo hicieron solos: llevaban la varicela, que acabó de castigar a la población local.
¿Y Maristany? Al parecer, la armada española le ayudó a escapar y nunca pisó Perú, donde le habrían juzgado. De paso, abandonó en Callao a la mujer y los hijos que tenía. Entonces muchos marineros tenían dos familias: una en las Américas y otra en Catalunya. Los fantasmas del pasado no le persiguieron. Y su nombre fue olvidado hasta que Amorós descubrió que Marutani era Maristany, mal escrito.