Salman Rushdie: "Los manuscritos no arden; desgraciadamente, los escritores sí"
La inteligente defensa de la libertad de expresión que hizo el escritor en el PEN Catalán
BarcelonaDesde que el ayatolá iraní Ruhollah Jomeini emitió en 1989 la fatua que llamaba a asesinar Salman Rushdie, el escritor ha defendido la libertad de expresión con una conciencia y una determinación que no tenía antes. "Si antes del ataque a la novela Los versos satánicos me hubieran preguntado si estaba a favor de la libertad de expresión, habría dicho «Sí», pero no lo había pensado mucho", admitía Rushdie en el discurso inaugural del diálogo El valor de la palabra organizado por el PEN Catalán en el marco del Fòrum Barcelona 2004. "Tampoco habría hablado mucho, porque cuando hay bastante aire para respirar parece que no tenga ningún interés comentar que es necesario tener suficiente aire para poder respirar. Entonces alguien empieza a cortar el suministro de aire y te das cuenta bastante rápidamente de la importancia de tener aire para respirar, y empiezas a ajetrearte. Y, ciertamente, esto es lo que me pasó. Tuve la necesidad de hablar sobre la respiración de aire intelectual y de darme cuenta que solo era una de las muchas personas que empezaban a sentirse asfixiadas", añadía el autor de Los hijos de la medianoche.
En aquel discurso, elocuente y ejemplar, Rushdie recuperaba con orgullo una frase de la novela El Mmaestro y Margarita de Bulgákov, en la que el maestro, un escritor, le recordaba al demonio que "los manuscritos no arden". Era una manera de transmitir "el poder de la literatura para sobrevivir a la persecución". El mismo Rushdie, sin embargo, congelaba el entusiasmo intelectual: "Los manuscritos no arden; desgraciadamente, los escritores sí. Revisando la historia de la literatura, creo que uno de los problemas no ha sido la supervivencia del libro, sino la supervivencia del escritor". Uno de los ejemplos más dramáticos fue el del poeta y novelista argelino Tahar Djaout, asesinado por el Grupo Islámico Armado el 2 de junio de 1993. "La manera de asesinarlo fue realmente penetrante: uno de estos extremistas islámicos le dio una pistola a un hombre que estaba en una esquina y por la cual tenía que pasar de camino al trabajo. El hombre vendía pitillos. Le dieron la pistola y una suma de dinero que probablemente no llegaba a los diez dólares en moneda local, y le dijeron que disparara a aquel escritor cuando pasara por allí, cosa que hizo. Le disparó por diez dólares. Desgraciadamente, esta no es una historia única en absoluto", advertía Rushdie.
Rushdie también recordaba con tristeza que Voltaire acostumbraba a decir que "los escritores tendrían que vivir cerca de la frontera porque en el caso de encontrarse con problemas siempre podrían atravesarlas", pero que, "desafortunadamente, esto ya no funciona, o no necesariamente". Aun así, la experiencia propia llevó a Rushdie a reflexionar sobre la libertad de expresión, y a compartir "una lección elemental": "La lucha por la libertad de expresión empieza cuando te piden defender una cosa que no te gusta". A continuación explicó un caso que le afectaba personalmente.
Dos años después de la publicación de Los versos satánicos (1988), en Pakistán se hizo una película cuyos héroes eran unos comandos que tenían la misión de asesinar a Rushdie. El escritor era presentado como una especie de monstruo... y moría debido a un rayo: "¡Asesinado personalmente por Dios!", decía Rushdie. El caso es que los productores del film pidieron el permiso de exhibición en el Reino Unido. "Lo denegaron porque era claramente difamatoria en muchos aspectos", explica el escritor. "Así que, al final, me encontré inmerso en una batalla por la libertad de expresión al mismo tiempo que un acto de censura me estaba defendiendo. Esto fue difícil porque, por un lado, no quería aquella batalla y, por otro, la película era realmente muy desagradable. Al final escribí una carta al consejo que da los certificados a las películas y les dije que no me opondría a la emisión del film y que no tomaría acciones legales, etc. A consecuencia de mi intervención, se dio un certificado a la película y los productores alquilaron una gran sala en la ciudad de Inglaterra con más población musulmana, y no fue nadie porque la película era muy mala. Esta me parece una demostración fantástica de la postura a favor de la libertad de expresión", dijo Salman Rushdie.