'El último día' de Alejandro Bordanove: desesperanza sin dramatismo
El actor protagoniza en la Sala Atrium la obra de Lluïsa Cunillé dirigida por Xavier Albertí
- Autoría: Lluïsa Cunillé
- Dirección: Xavier Albertí
- Interpretación: Alejandro Bordanove
Xavier Albertí sobresale en la distancia corta. En un teatro de cámara como el que nos propone sobre la nueva obra de su gran cómplice Lluïsa Cunillé (una veintena de trabajos conjuntos): El último día, interpretada por un entregado cómplice más reciente, Alejandro Bordanove.
El último día es un monólogo escrito a partir de hechos biográficos que el actor protagonista trasladaba a Xavier Albertí y que éste reenviaba a Lluïsa Cunillé. Una obra de encargo en la que la autora aprovecha los inputs reales para crear una ficción: la historia de un joven de unos 25 años desde la mañana hasta la noche de un sábado cualquiera. O no, porque si bien sus actividades no difieren de las de cualquier sábado, éste tendrá el final que anuncia en el mismo título.
Los enigmas que suelen rodear las obras de Lluïsa Cunillé desaparecen en esta brillante narración literaria o, en todo caso, se esconden tras las relaciones que este chico de vida tranquila y ordenada establece con amigos, familiares y alguna desconocida . Unas relaciones de sana amistad, de solidaridad familiar, pero nubladas con un desazón contenido, con una especie de resignación sin esperanza. Un cuento al oído en un espacio vacío al borde de un piano de cola que sólo sonará unos instantes con la Sonata en sí bemol de Schubert, la última que compuso. En ese momento Albertí se pone ante las teclas blancas y negras y la narración salta de la primera persona a la tercera en un giro dramático que Cunillé ya había utilizado en Después de moi, le déluge.
Siguiendo el espíritu de contención interpretativa que imprimió en el monólogo de Josep Maria Miró El cuerpo más bonito que se habrá encontrado nunca en este sitio, en parte heredado de su maestro Joan Ollé, Xavier Albertí reta a Bordanove sometiéndole a un tiránico hieratismo que concentra cualquier emoción en el rostro, en unos ojos que anuncian el llanto que no estalla y que hablan de su tristeza y en el movimiento del dedo pulgar de la mano izquierda que delata el nerviosismo del actor y del personaje. Un reto que el actor supera con creces y una propuesta íntima, ascética para degustadores de lo mínimo.