Centenario del asesinato de Salvador Seguí

¿Quién tenía miedo al Noi del Sucre?

Salvador Seguí y Francesc Comas fueron asesinados hace cien años por los pistoleros de la patronal

BarcelonaQueda poco rastro documental del sindicalista Salvador Seguí (Tornabous, 1886 - Barcelona, 1923), el Noi del Sucre. Nunca hubo un juicio contra sus asesinos y han desaparecido sus expedientes de la prisión. No escribía mucho y, por lo tanto, todo lo que se conservan de sus palabras lo redactaron colaboradores o son transcripciones más o menos exhaustivas de sus discursos. Aun así, su memoria ha sobrevivido a lo largo de un siglo.

El 10 de marzo hará 100 años que Seguí fue disparado, en la calle Cadena del Raval, junto con su compañero y hombre de confianza, también anarcosindicalista, Francesc Comas y Pagès, conocido como Paronas (1896-1923). Pero, ¿quién está detrás el mito del Noi del Sucre? ¿Quién era Comas, siempre a la sombra de Seguí? ¿Quién les tenía tanto miedo como para preferir que estuvieran muertos? Y, sobre todo, ¿qué queda de todo lo que defendían?

¿Quién mató a Seguí y Paronas?

Barcelona, una ciudad donde era fácil encontrar asesinos a sueldo

Hijo de panadero, pintor de profesión, activista cultural, uno de los artífices del Ateneu Enciclopèdic Popular y uno de los fundadores de la CNT, en 1910, Salvador Seguí era un pensador brillante con una gran capacidad de oratoria y discursiva, un líder nato y bastante impulsivo. Sempre iba armado, como la inmensa mayoría de sindicalistas del momento, y acompañado por hombres de confianza que lo protegían. Aquel 10 de marzo de 1923 sabía que estaba amenazado. Unos pocos días antes ya habían intentado atentar contra su vida cuando salía del Teatre Còmic del Paral·lel acompañado de su mujer, Teresa Muntaner. Además, había anulado una reunión con Francesc Macià, porque se sabía que el sindicalista estaba en el punto de mira del Sindicato Libre.

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Eran los años del pistolerismo: había mucha violencia pero desigual, ya que la patronal tenía mucho más dinero para pagar a sus pistoleros. Se calcula que entre el 1918 y el 1923 en Barcelona hubo 424 víctimas mortales, de las cuales 168 eran sindicalistas y anarquistas, 76 obreros de afiliación desconocida, 40 patrones, 29 encargados y 30 agentes de la autoridad. Hacia las siete de la tarde, Seguí y Comas se adentraron por las calles del Raval. "Seguí se sentía cómodo, estaba confiado porque el Raval era su espacio, estaba entre los suyos", dice la profesora de historia de la Universitat de Barcelona Teresa Abelló.

En la antigua calle de la Cadena, los pistoleros lo mataron. Según los testigos, los autores fueron tres hombres que la policía no identificó. "Quien ordenó el asesinato fue el gobernador civil de Barcelona, Severiano Martínez Anido [un hombre especialmente violento que no dudó en utilizar todo tipo de recursos para acabar con el obrerismo]. Pedro Mártir Homs, un antiguo abogado de la CNT, fue quien organizó el asesinato, y entre los ejecutores estaba Ignacio Feced, que después se vanaglorió de haber matado a Seguí", afirma Ivan Miró, sociólogo y escritor, cooperativista en La Ciutat Invisible, que publicará este Sant Jordi el libro Els vincles audaços, donde explica la vida de Paronas.

"Era un momento muy complicado. Se dice que la Primera Guerra Mundial trajo mucho bienestar económico, pero en las fábricas se trabajaba sin descanso, se vendía mucho y al precio que se quería, pero se invertía para exportar y aquí faltaban productos básicos. Por eso las mujeres fueron las primeras en salir a la calle", detalla Abelló. Entre 1916 y 1917 empezó a haber violencia, pero todo se intensificó después de la Huelga de la Canadiense de 1919, que paralizó todo el país. Entonces se crearon los Sindicatos Libres y, dentro de estos sindicatos, los amarillos, que estaban al servicio de la patronal y de donde provenían los pistoleros. "No costaba mucho encontrar gente dispuesta a matar. Eran los años posteriores a la Primera Guerra Mundial y en Barcelona se había quedado lo mejor de lo mejor", dice Abelló. Por las calles vagaban muchos ex espías y traficantes de todo tipo.

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¿Por qué molestaban tanto?

Una sociedad que creía que el cambio era posible

Desde el Congreso de Sants de 1918, Salvador Seguí se había convertido en el líder de los sindicalistas. La CNT pasó a ser un poderoso movimiento sindical de masas que pretendía la afiliación de todos los obreros y la desaparición de los sindicatos gremiales. Era un reto para la patronal y para el Estado, que respondieron con violencia: la ley de fugas, el pacto del hambre y el locaut. En 1918 la CNT tenía 54.572 afiliados, cifra que, según datos de Josep Termes, cuadriplicó el año siguiente. "Seguí luchaba sobre todo por un sindicalismo fuerte; defendía el entendimiento sindical, que no quiere decir fusión", dice Abelló. Molestaba tanto dentro como fuera del sindicato. "Conectaba con el talante y las necesidades de la gente. Su primer objetivo era mejorar el bienestar de las personas y, después, cuando estuvieran preparados, hacer la revolución, y esto chocaba con los sectores más puristas del anarquismo", añade Abelló. Buscaba el consenso y era una figura capaz de llegar a pactos.

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"Después de la huelga de la Canadiense, obligó al gobierno a negociar y a reconocer a los sindicatos", detalla Abelló. Y esta fue una humillación que la patronal no perdonó nunca. "Muchos empresarios habrían preferido la violencia de los obreros y así poder responder con violencia y acabar con el movimiento obrero", afirma Soledad Bengochea, profesora de historia de la UAB. El 19 de marzo de 1919, después de la huelga de la Canadiense, hubo un gran mitin en la plaza de las Arenas. Cuando Seguí habló, según algunos testigos, los 25.000 obreros que lo escuchaban enmudecieron. "Lo tenemos todo ganado, somos los amos de la calle, pero mañana, ¿mañana qué haremos?", dijo Seguí.

"Seguí no creía en una revolución de la noche a la mañana para acabar con el poder. Creia en la construcción de una nueva sociedad, una nueva cultura, unas nuevas instituciones, estaba en contra del terrorismo y de la violencia", asegura Bengochea. Seguí molestaba: "Creía que el sindicato era la herramienta capaz de gestionar la revolución. Para él y para sus compañeros, una nueva sociedad era posible, casi la podían tocar con las manos", opina Ginés Puente, profesor de historia de la UOC y la URV. "Cuando Primo de Rivera ejecutó el golpe de estado [en septiembre de 1923, pocos meses después del asesinato de Seguí], uno de sus objetivos principales fue acabar con el sindicalismo revolucionario, la CNT daba mucho miedo", añade Puente.

¿Quién era Paronas?

El sindicalista de Sants olvidado y ahora reivindicado por su familia

Seguí no estaba solo. A su lado tenía a Paronas. "Es uno de los miles de obreros anónimos que sintetiza muchas de las cosas por las que lucharon", afirma Miró. Por un lado, representaba a una juventud obrera que intentaba emanciparse culturalmente con una moral que defendía vidas simples y austeras. "Una de sus obsesiones era culturizarse y culturizar a los obreros", dice Miró. Paronas defendía la igualdad de derechos de manera radical: "Paronas era antimachista para la época, fundó la editorial Cràter Social con Manuel Mascarell, donde publicó su primer libro, un alegato profeminista dedicado a sus compañeras de Brisas Libertarias, que sufrieron una represión feroz por haber participado en el motín de las mujeres de 1918", explica Miró, que guarda la sortija de Paronas y la libreta que llevaba encima cuando lo mataron, con un agujero de bala.

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Miró empezó su investigación con horas de entrevistas a Rosa Comas, la hija de Paronas, que siempre le reivindicó y quiso saber más cosas de su figura paterna: "Ella era muy consciente de que era hija de un sindicalista asesinado y olvidado", dice Miró.

En casa de Rosa nunca se silenció nada. "Siempre hablábamos mucho del abuelo; mi madre nació tres días después de que fuera asesinado. Era muy guerrera", explica Maria Àngels Ollé Comas, nieta de Paronas. "Ella estaba muy orgullosa de su padre. Cada año íbamos al cementerio y siempre había flores en la tumba de Paronas, pero no sabemos quién se las ponía –dice Ollé–. Mi madre era muy de izquierdas y muy reivindicativa, nos ha marcado mucho. Todos los hijos nos hemos dedicado a la docencia, porque ella defendía el modelo educativo de la Segunda República".

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Comas era cristalero y en 1916 tuvo un papel muy activo en la organización sindical de la empresa donde trabajaba, Cristalleries Planell. Escribió mucho en El Vidrio, órgano de la Federación Española de Vidrieros y Cristaleros, que dirigía Joan Peiró. En 1918 representó a los cristaleros barceloneses en el Congreso de Sants de la CNT catalana. Después de la huelga de la Canadiense fue detenido y encarcelado en el castillo de la Mola, en Maó, donde escribió algunas de sus mejores páginas. Fue uno de los últimos en salir, en mayo de 1922. El domingo 12 de marzo se le rendirá homenaje con la colocación de una placa en el lugar donde nació, en la calle Constitució, y con una ceremonia en el cementerio de Sants.

¿Qué queda de sus ideas?

"Ahora no saldríamos a quemar dinero"

"Fue una generación que había vivido guerras y muchos conflictos. Venían de un periodo revolucionario en el que los cambios habían sido posibles, y ellos creían que lo seguirían siendo. Había mucha represión y censura, pero la violencia no deslegitimaba el proceso revolucionario. Ahora no pensamos que la revolución sea posible y los últimos acontecimientos así lo han evidenciado –asegura Puente–. En algunas entrevistas, Frederica Montseny explicaba que en 1936 la gente salió a quemar dinero, ahora no lo quemaríamos por miedo a que la revolución no saliera bien". Primo de Rivera no pudo acabar con las ideas revolucionarias, que habían impregnado bastante la sociedad y que volvieron a aflorar en los años 30.

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Los 40 años de dictadura, el exilio, los asesinatos y la prisión hicieron mucho daño. "La Transición no fue nada pacífica y limitó las posibilidades de la CNT, al Estado no le interesaba nada que la CNT tuviera el poder que había tenido en los años 30", añade Puente. Miró, en cambio, cree que esas ideas sobreviven en la sociedad civil. "La cultura libertaria está muy presente en la vitalidad social y la autoorganización catalana, el sentimiento antiautoritario está más presente que en otros lugares", concluye Miró.

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