Gaudí

Una ciudad que soñaba con ser infinita

Aquel 1921 se anexionó Sarriá y se empezó a construir el metro

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Una imagen histórica de Barcelona con la Monumental en un primer plan

La Barcelona de 1921 sería difícilmente reconocible desde la mirada de alguien del siglo XXI. En aquel momento, la ciudad tenía sueños grandilocuentes: quería ser una gran metrópolis con grandes avenidas y grandes monumentos. Eran años muy agitados y de fuertes oleadas migratorias: entre 1920 y 1940, Barcelona atrajo el 90% de la población que llegó a Cataluña y, en 1930, tan solo cuatro de cada diez residentes eran nacidos en la capital catalana. A lo largo de las primeras tres décadas del siglo XX, Barcelona duplicó la población hasta llegar al millón de habitantes. Las condiciones de la población más humilde eran bastante insalubres, había núcleos de barracas en diferentes puntos de la ciudad: al frente marítimo, en el Poblenou, en Sant Andreu, en Montjuïc y en el Poble Sec... Los inventos domésticos todavía no habían llegado a la mayoría de casas y el lavadero –había en todos los barrios– era un punto de encuentro.

La Primera Guerra Mundial había beneficiado a Catalunya, pero no a todo el mundo por igual: se triplicó la producción, pero los precios subían a un ritmo mucho más acelerado que los salarios. En aquellos años intensos, otra ciudad nació a la sombra de la ciudad industrial: el Barrio Chino. Era un barrio portuario de primer orden que atraía públicos de toda condición social, y por donde circulaba la cocaína fácilmente –los camareros la pasaban en cajas de cerillas–. Había sexo barato y diverso, emociones fuertes, músicas de todas partes y toda clase de espectáculos. Los bares del Barrio Chino tenían clientes tan ilustres como la actriz Margarida Xirgu, el premio Nobel Jacinto Benavente, el actor Douglas Fairbanks, la filósofa Simone Weil o el poeta Jean Genet.

Los barcos insignia de la educación

En Barcelona, sin embargo, no todo era frenesí. Se habían ejecutado algunos de los grandes sueños de la Mancomunidad constituida en 1914, como la Escuela Industrial. Había también un inmenso proyecto educativo: se construyeron escuelas y se emprendió una renovación pedagógica que tendría una vida muy corta. El mismo 1921 se construyó uno de los barcos insignia de aquella renovación, la Escuela del Mar.

El periodista holandés Hulb Luns, del diario Amsterdamer, hablaba con admiración de este centro educativo: “¡Cómo estaríamos de orgullosos si pudiéramos tener en Zandvoort o Scheveningen lugares como estos, y detrás de sus ventanas, abiertas al mar, pudiéramos tener las más bellas decoraciones murales que se pueden imaginar! Ojalá pudiéramos enseñar a los visitantes un refectorio tan bello y modernamente amueblado, modelo de buen gusto, o el despacho del médico de la escuela, o las máquinas perfeccionadas de higiene, como se ven en la Escuela del Mar”.

Madrid decide anexionar Sarriá

“La ambición de Barcelona en aquel momento era crecer en el espacio, se soñaba con un Eixample infinito, una ciudad sin límites –explica el historiador Daniel Venteo–, era un sueño desmesurado”. La capital catalana miraba hacia afuera, era expansiva y anexionadora; ambicionaba grandes avenidas y grandes monumentos. “A partir de 1931, con la Segunda República, se cambia la visión, se quiere hacer ciudad con la ciudad, gestionar la ya construida y mejorarla desde dentro”, añade Venteo.

Aquel 1921 se decidió desde Madrid la anexión de Sarriá en Barcelona. Era una unificación que se había intentado sin éxito varias veces, pero siempre había tenido la oposición de Sarriá, hasta que la correlación de fuerzas políticas la hizo posible en un Consejo de Ministros el 1 de noviembre de hace un siglo. En mayo del 1920, Barcelona también había crecido por el lado del Llobregat: se había anexionado 908 hectáreas de la zona de Marina del Hospitalet para encajar la Zona Franca.

Dinero para construir el metro

Un proyecto que se había intentado muchos años antes y que finalmente se hizo realidad fue la construcción del metro. Se lo consideraba el transporte del futuro y Barcelona lo quería porque lo tenían Londres o Nueva York, pero la apuesta económica no llegó hasta 1921, cuando el Banco de Vizcaya se asoció con el Banco Hispano Colonial, Arnús-Garí, Tranvías de Barcelona y Ferrocarriles de Catalunya para constituir la sociedad Gran Metropolitano de Barcelona S.A. Les obras empezaron el 21 de mayo del 1921 y la inauguración llegó el 30 de diciembre del 1924: un tramo de 2.714 metros que unía las estaciones de Lesseps, Diagonal, Aragón –el actual Paseo de Gràcia– y Cataluña. El 1922 también se constituyó la Compañía General de Autobuses, que empezó explotando cuatro líneas.

No era una ciudad donde se pudiera pasear tranquilamente. Fueron los años del pistolerismo, de los atentados y de los fusilamientos. El 20 de enero del 1921, el gobernador Martínez Anido aplicó la ley de fugas, que consistía básicamente en soltar a los detenidos y matarlos por la calle. Aquel mismo día murieron tres sindicalistas a disparos. Anido no duró mucho más en el cargo: el 24 de octubre de 1922 fue destituido por haber montado un falso atentado contra él mismo con la intención de ejercer más represión. No había término medio en aquella Barcelona de 1921. El somatén se constituyó en una milicia antifascista, pero la violencia generaba más violencia. El 17 de junio se produjo un atentado contra el alcalde Martínez Domingo y, aquella misma noche, fue asesinado el secretario general de la CNT. En 1923, el golpe de estado de Primo de Rivera daría un nuevo vuelco a la agitada historia de la capital catalana.

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