Lalo López: "A veces pienso que he llevado a la Fundación Tony Manero hacia la autodestrucción"
BarcelonaAbandonad toda esperanza, ahora toca hablar desde la rabia y con las tripas en la mano. La imagen es exagerada, pero ayuda a entender lo que ha querido hacer el guitarrista Lalo López (Barcelona, 1976) una vez cerrada la etapa con la Fundación Tony Manero. López se estrena en solitario con Lalo malo (Gutifunk Achilisound Discos, 2022), un disco feroz, crítico y autocrítico que deja de lado el funk y el soul, y adopta las maneras del blues, las baladas criminales y la spoken word para expresar decepciones y malestares sociales, personales y artísticos. Lo presenta este sábado en la Sala Upload de Barcelona (21.30 h), dentro del ciclo Curtcircuit. Por cierto, no lo busquéis en Spotify: Lalo López, crítico con las imposiciones de la industria musical, predica con el ejemplo y prefiere trabajar con la plataforma Bandcamp.
¿Lalo malo es tu What's going on?
— Son palabras mayores esto. En aquel disco Marvin Gaye hizo un retrato de la sociedad norteamericana del 1971. En mi caso, quizás he hecho más un Hear, my dear, que es el disco de 1978 en el cual Marvin Gaye, recién divorciado, muestra sus miserias. Es más un punto de no regreso, el testigo de la vida de un músico en la Barcelona del siglo XXI después de haber vivido una etapa de expansión musical como la que vivimos en los 90 y a comienzos del 2000, y seguramente el final de este sueño y de este modo de entender y hacer música.
¿Y qué expectativas tienes ahora?
— No pretendo llegar a un gran público. Refleja el final de aquella aspiración de poder vivir de tu creatividad y tu esfuerzo dentro del mundo del arte y de la industria cultural. Este disco no es el que espera de mí la gente que me seguía por la Fundación Tony Manero, pero al mismo tiempo también veo que es una de las únicas salidas coherentes que tengo yo como artista: profundizar en esta vertiente más de autor, mostrar mi visión de las cosas siendo consciente de que estoy fuera de la modernidad de la música negra actual.
Pero tampoco tendría sentido entrar en un círculo revivalista, ¿no?
— Nunca he pretendido ser un artista revivalista, aunque parezca un poco contradictorio. Quizás cuando empezamos con los Manero, porque la manera que teníamos de aprender los códigos del género era haciendo versiones. Pero si te fijas, con los Manero siempre hemos ido esquivando lo que la gente esperaba de nosotros. Cuando querían que continuáramos haciendo versiones, pasamos a hacer temas propios; cuando querían que continuáramos haciéndolas en inglés, nos pasamos al castellano. A veces pienso que he llevado a los Manero hacia la autodestrucción y he tenido la suerte de que el grupo me ha seguido. Al final estábamos haciendo música de baile diciendo cosas de señores de 40 años. ¿Qué sentido tiene esto? La gente de 40 años ya no va a la discoteca y los chavales no quieren que les hables de tus hijos y tu familia, que es lo que hacíamos nosotros.
El disco va más allá de la crisis personal. Pienso en canciones como Presente cruel, La ciutat y El blues de la miseria.
— Supongo que por la cultura política de mi familia, siempre he sido muy consciente del mundo que me rodeaba. Estoy bastante conectado con esta ciudad, con mi cultura de antepasados emigrantes que vinieron a Catalunya para trabajar y vivieron en Can Tunis; soy un hijo de la España derrotada y lo he querido reflejar. Me interesa mucho conectar mi vida con mi obra.
¿El músico Gil Scott-Heron es un referente para ti incluso a la hora de cantar y de presentarte en esta nueva etapa?
— Totalmente. En la música afroamericana entré por la escena más psicodélica del funk, pero fue con Gil Scott-Heron con quien descubrí las posibilidades expresivas que tenía la música negra: no era solo para entretener o hacer bailar, sino que también podía transmitir una visión crítica de la sociedad y esto me apasionó. Para mí fue muy duro escuchar el disco Y'm new here (2010) de Gil Scott-Heron: de repente el autor de la esperanza y de la crítica social lúcida explicaba cómo había caído en las drogas y cómo se había roto por dentro; mostraba el fracaso sin tapujos. Mi disco conecta con esta sensación: ¿cómo puedo articular un discurso creativo a partir de todo este escombro? Son 25 años de música y ahora mismo ¿qué puedo hacer? ¿Para que me ha servido todo esto? Y se trataba de convertir esta desorientación en música, darle un sentido.
¿Y tenías claro que lo harías en formato casi de cantautor o rapsoda en vez de hacer un disco de soul bailable?
— Cuando los Manero acabaron, tenía dos opciones: tirar hacia una música de baile, un funk más adulto y más de autor, o dar este paseo mucho más introspectivo, autocrítico y referencial. Como hago espectáculos sobre Marvin Gaye y Otis Redding, quizás se esperaba un disco de soul y es posible que lo haga en un par de años, pero ahora lo que me pedía el cuerpo era esto, porque también te tengo que decir que tampoco puedes tener toda esta bilis y este pesimismo dentro y mantenerlo sepultado eternamente. Mi idea era: evidentemente, este disco no me hará mejor persona ni hará que desaparezcan estos sentimientos, pero al menos los utilizaré para algo; quería darle un sentido artístico a todo ello.
A pesar de las nubes oscuras, en el disco también hay espacio para la sensualidad y el sexo.
— Siempre está. Esto es culpa de Miguel Gallardo y del underground barcelonés que mamé. Soy hijo de las bajas pulsiones y siempre he tratado de afrontar el sexo desmitificándolo. En el rock, pero también en otros estilos, manda la estética del macho seguro de sí mismo, guapo... y nosotros somos unos blanquitos de la Barcelona del siglo XXI con nuestros problemas de "Me corro antes de tiempo, ¿cómo lo gestiono?" Sempre me ha parecido interesante construir una sexualidad real. El deseo y el sexo es un juego apasionante, me gusta desmitificarlo y reírme de él, también.
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