Barça

Ansu y Camavinga, los hijos de África que quieren reinar en el clásico

Con 18 años, son hijos de unos padres que huían de la pobreza o, en el caso del madridista, de la guerra

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Fotomuntatge con Ansu Fati y Eduardo Camavinga.

BarcelonaCon 18 añitos, dos jóvenes aspiran a ser los protagonistas del partido más mediático del mundo, el Barça-Madrid. Por un lado, Ansu Fati, feliz con su nuevo contrato con el Barça bajo el brazo. Y, por el otro, el madridista Eduardo Camavinga, el único gran fichaje de este verano del Madrid, que pagó 31 millones al Rennes francés por un adolescente. Dos jóvenes que ya han sido internacionales con España y con Francia, pero que tienen las raíces en África. En un planeta cada vez más desigual, con más de 82 millones de refugiados y todavía más personas que huyen de la miseria para buscar trabajo lejos de casa, el deporte se ha convertido en una puerta de salida para muchas familias. Un hijo con un talento para marcar goles, encestar o ser el más rápido les puede cambiar la vida. Nada nuevo, puesto que el deporte siempre ha sido un ascensor social, que no para en todos los pisos, eso sí, pero, en un planeta cada vez más globalizado, casos como los de Ansu y Camavinga son más frecuentes.

"En los países con pasado colonial, como Portugal, Francia o Inglaterra, hace décadas que pasa. En España es un fenómeno más nuevo, puesto que no hubo una llegada de inmigrantes hasta más tarde", explica Fernando Mendes, del ACNUR, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados. El clásico entre el Barça y el Madrid, de hecho, se sigue en cada vez más rincones del planeta. En parte, porque es un espectáculo de primer nivel; en parte, porque muchas personas se ven reflejadas en jugadores que tienen raíces locales. En el Barça, Sergiño Dest tiene un padre de Surinam, Umtiti es nacido en Camerún y los padres de Ousmane Dembélé son de Mauritania y el Senegal. El joven Alejandro Balde es hijo de un padre guineano y una madre dominicana, Yusuf Demir es un austríaco de ascendencia turca y Memphis tiene sangre ghanesa. Martin Braithwaite tiene raíces en Guyana, la tierra de su padre.

Cada caso esconde una historia diferente. No es casualidad que tantos tengan raíces africanas, de hecho. En el equipo de Koeman, es el caso de Umtiti, Dembélé, Memphis, Balde y, por supuesto, Ansu Fati. En el Madrid, pasa con Karim Benzema (raíces argelinas), David Alaba (padre nigeriano), Ferland Mendy (hijo de senegaleses) y la nueva joven estrella de los blancos, Eduardo Camavinga, nacido en Angola.

Bori Fati, el padre de Ansu, celebra los goles o el nuevo contrato de su hijo haciendo sonar el claxon del coche cuando sale del Camp Nou. Es un hombre risueño que sabe que tiene un hijo que parece un regalo del cielo. Él se ha pasado años trabajando de lo que sea y ahora ya no tendrá que sufrir más. Como le pasa a tanta gente, Bori Fati es un poco de aquí, un poco de allá. "Soy un africano orgulloso, también soy sevillano, pero estoy eternamente agradecido a Barcelona y Catalunya", dice este hombre nacido en Guinea Bissau, donde jugaba a fútbol. Bori emigró a Lisboa, la salida natural, puesto que Guinea Bissau había sido colonia portuguesa y los vínculos eran fuertes.

En el estado, siguió jugando en equipos modestos mientras buscaba cómo ganarse la vida. Y se la ganaría en el sur de Sevilla, donde llegó a pedir comida por las calles antes de trabajar en las obras del AVE entre Madrid y la ciudad andaluza. También trabajó con el alcalde de Marinaleda, Juan Manuel Sánchez Gordillo, el sindicalista comunista que siempre llevaba un pañuelo palestino en el cuello. Su hijo se formó en el Peloteros de Herrera, donde el Sevilla lo fichó con un contrato de un solo año, puesto que el padre se olía que llamarían a su puerta clubes más grandes. Dicho y hecho. Primero, el Madrid. Y después, el Barça.

“El Madrid ofrecía más dinero, pero Albert Puig vino a casa. Nos vino a visitar, diciendo que el Barça lo quería. Y que sería el lugar ideal para Ansu. Que lo veríamos triunfar. Y escogimos el Barça. Ansu ha recibido ofertas, pero quiere triunfar en el Barça. Cuando se lesionó y se rompió la tibia y el peroné, en 2015, Puig vino al hospital, nos cuidó”, explicaba refiriéndose a Albert Puig, el técnico de Cambrils que dirigió La Masia cuatro años. El resto de la historia es ya conocida. El hijo de ese trabajador que dejó su tierra solo con una maleta ahora es representado por Jorge Mendes, el superagente del mundo del fútbol. Su nuevo contrato con el Barça les asegura el futuro a todos. Ansu, por cierto, siempre ha dejado claro que quería seguir en el Barça. Es un joven agradecido que sabe dónde quiere estar.

Eduardo Camavinga, jugador del Madrid, durante el partido contra el FC Sheriff en el Bernabéu

Si la familia de Ansu huía de la pobreza, el caso de Camavinga es todavía más dramático. Sus padres, Sofia y Celestino, provienen de la República del Congo, tierra de donde huyeron en los años 90, en los últimos años de la guerra civil que dejó más de 400.000 muertos. Y miles de refugiados. "Como al lado está el país más grande de África, la República Democrática del Congo, se habla menos del caso del otro Congo, pero este también vivió una guerra civil cruel", explica Fernando Mendes.

Camavinga nació en un campo de refugiados de congoleños en la Cabinda, una región de Angola. Aquí vivió los dos primeros años de su vida. "No tengo muchos recuerdos, pero mis padres me explican lo duro que fue vivir en aquellas condiciones", ha explicado el jugador. Los Camavinga huían de la Guerra del Congo y atravesaron la frontera para entrar en una tierra donde también había guerra. La Cabinda no está conectada por tierra con el resto de Angola. Es un pequeño enclave entre los dos Congos rico en petróleo donde buena parte de la población quiere ser independiente. "Tenemos miles de personas de la Cabinda que huyeron al Congo y miles de congoleños que huyeron a la Cabinda. Huían de sus guerras locales e iban a campos de refugiados en un país con otra guerra", dice Mendes, que admite que trabajar en la zona no siempre fue fácil. Aquí nació el jugador del Madrid, en Miconje, en un hospital de campaña.

Al final, los Camavinga pudieron obtener permiso para marcharse a Francia, puesto que la República del Congo había sido colonia francesa. Y se adhirieron a un programa para refugiados. Los primeros años cerca de Rennes, en la Bretaña, tampoco fueron fáciles: un incendio en la casa donde vivían hizo que lo perdieran todo. El fútbol de su hijo los salvó. "De pequeño practicaba yudo, un deporte que le gustaba a su madre. Pero fue el fútbol el que nos ayudó. Un día le dije que él nos sacaría a todos de pobre, viendo cómo jugaba", explicaba a la prensa francesa Celestino. El yudo, de hecho, es un deporte que el ACNUR utiliza mucho en los campos de refugiados porque permite "educar en valores de respeto pero también fomenta cuidar el cuerpo y ser competitivo", dice Mendes. Todavía hoy Camavinga sigue este deporte, a pesar de que su fuerte es el fútbol.

"Al día siguiente de perder la casa que mis padres habían empezado a construir, fui a entrenar y estaba tranquilo, sabía lo que tenía que hacer", explicaría el jugador, que ahora tiene como representante a otro superagente, Jonathan Barnett. En un mundo de extremos, los agentes que tienen los mejores apartamentos en Londres o Lisboa persiguen a los hijos de los inmigrantes y los refugiados. Por una vez, el mundo funciona a la inversa.

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