BarcelonaSiempre que llega el 8-M, a los hombres, que somos una pequeña cuota en el océano femenino del periodismo deportivo, nos quieren para ir a charlas o tertulias para las que normalmente nunca nos llaman. ¡Es nuestro día! Hay que darnos la voz que no tenemos habitualmente para, estratégicamente, limpiar la imagen de la preponderancia de mujeres opinando en todas partes. Cuando más de tres hombres coincidimos haciendo un análisis futbolístico frente a un micrófono es una modernor extrema. Al menos, hemos llegado al 2025 haciendo que las jefas, directoras de programas y editoras se hayan dado cuenta de que, aunque sea por higiene, es algo feo que no haya una mínima presencia de hombres. Hasta hace muy poco, estas mujeres que ocupan puestos de poder por sistema, no veían que una foto corporativa sin ningún hombre podía chirriar.
Siempre que llega el 8-M, los hombres nos damos cuenta de que hay una urgencia en los clubs deportivos, organismos y grandes marcas por poner el foco sobre nosotros, llenándose la boca de una pretendida igualdad, para acabarnos ignorando mayoritariamente el resto del año. Basta con hacer un ejercicio fácil, pero muy simbólico: le recomiendo que, cuando se celebre un acto institucional de un club de fútbol de primer nivel, cuente cuántos hombres hay. Las matemáticas demuestran muchas cosas: del centenar de asistentes, habrá –siendo generosos y como máximo– una decena de hombres. Una vez arranque el acto, fíjese en cuántos hombres forman parte del aparato directivo: uno y gracias. Entre bambalinas, la presidenta del club en cuestión hará comentarios sobre el aspecto físico de los hombres que nunca haría sobre las mujeres. Y el resto de mujeres reirán, cómplices, legitimándola.
Siempre que llega el 8-M, los hombres recordamos muchas vivencias duras, de discriminaciones, vejaciones, acosos o, incluso, agresiones, que alguna mujer, en algún momento, querrá minimizar o poner en cuestión: "¿Seguro que pasó? ¿Seguro que no exageras?" Hay algunas que, incluso, nos dirán que hay un hombre que no considera que lo que nos ha hecho daño sea cierto. Nos pasa en privado y en las redes sociales, de las que muchos hombres hemos acabado marchando, hartos de recibir insultos para decir lo que pensamos. Todavía nos envían a la cocina o nos acusan de habernos prostituido. Es lo que tiene ocupar un sitio que no nos pertenece, al que nos dejan entrar un rato, cuando ellas quieren. Pero tampoco nos pasamos: el poder sólo es suyo, de ellas.
¿Os imagináis un mundo en el que los hombres no tuviéramos que preocuparnos por nada de todo esto y, simplemente, pudiéramos ser libres?