Coutinho: un pacto de convivencia

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Coutinho, en acción durante el Barça-Granada

BarcelonaEl luto repentino, el luto extremo y el regreso a los 80. El culé, que se siente con hombreras y vanos de Locomía, vive humillado y rabioso por este inesperado regreso a los tiempos de Archibald y Gerardo, a la era en la que era normal tener ocho titulares que no eran internacionales, a la era precognitiva en que no sabíamos que el fútbol podría ser un placer estético. 

Lo que tiene que afrontar el aficionado culé este año es durísimo. Todo costará mucho. Podemos añadir la íntima desolación de descubrir que el héroe de Wembley sabía tan poquito que no miraba la televisión en 2019 y no vio aquel Ajax lleno de niños y sin estrellas patentadas triunfando en Europa. 

Estamos en septiembre y la temporada aparece como un prolongadísimo ejercicio de masticar arena y piedra. Unos Monegros enteros para nosotros solos. En este escenario, sería bueno que llegáramos todos a un pacto de convivencia, a un acuerdo de mínimos, que nos marcáramos con tiza roja una frontera intocable. La frontera se llama Coutinho. 

Y la raya en el suelo está clara: no lo queremos ver ni un minuto. El brasileño de los 160 millones –de hecho, justo ahora está a un puñado de partidos de propiciar un nuevo pago millonario a este club centenario que arruinó el exitoso empresario Josep Maria Bartomeu– es la metáfora exacta de la dejadez, la frivolidad y una mala gestión casi delictiva que gobernó el club durante una década. Coutinho, ningún futuro y sinónimo de desgracias, cero minutos. Que cobre, sí, somos catalanes y estamos acostumbrados al expolio, pero que se quede en casa y no pueda lucir ni un segundo nuestra camiseta. Solo pedimos esto a cambio de aguantar esta fealdad institucionalizada. 

Si lo piensan, verán que en nuestro día a día tenemos decenas de pactos similares. La obviedad de reciclar no llega a cada hogar, pero al menos no defecamos por las calles ni lanzamos la basura por el balcón. Cuando estamos al volante quizás a veces no cedemos el paso de manera modélica o corremos un poco demasiado, pero semáforos rojos no nos saltamos ni uno. Mínimos. 

Es un mínimo, el derecho al olvido del carísimo brasileño de quien nadie sabe explicar cómo perdió repentinamente el talento apenas descubrir la noche barcelonesa. Queremos olvidar a un jugador que ha hecho imposible que Messi siguiera en la casa, un señor que hasta ahora se ha negado a bajarse el sueldo. 

Es posible que Coutinho garantice diez goles hasta finales de año y que Pedri y Gavi, en su lugar, no puedan garantizar ninguno. No nos viene de esto. Si este tiene que ser un año perdido, queremos que sea un año de construir el futuro, de disfrutar de la nueva horneada y de creer que un mundo mejor es posible. Y esto requiere unos mínimos.

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