La afirmación más política en el mundo del fútbol es precisamente la que hacen quienes insisten en que no se puede mezclar política y fútbol. Es una afirmación heredera del famoso consejo del dictador: “Haga usted como yo y no se meta en política”. Huyamos de los apolíticos: siempre caen hacia el mismo lado.
El fútbol de selecciones –como los Juegos Olímpicos: a veces da incluso vergüenza recordar obviedades– es una gran exaltación del nacionalismo y, por tanto, una mezcla obscena de deporte y política. Camisetas que representan naciones, banderas, gritos tan identitarios como absurdos (“¡¡¡Yo soy español, español, español!!!”).
Los malabarismos que muchos independentistas catalanes hacen para justificar ir a favor de España me parecen entrañables e imposibles. Que si la calidad del fútbol, que si los jugadores catalanes, que si los jugadores del Barça. Yo no soy nacionalista (y, menos aún, nacionalista español). Por eso sigo la Eurocopa desde la distancia y sin pasión alguna. Como en otros ámbitos de la vida, celebro la alegría de amigos míos que son felices con las victorias de su selección. Pero no entiendo cómo, desde una conciencia nacional catalana, se pueden celebrar las victorias de la roja.
Pero la distancia y la frialdad no implican un desinterés por el mundo que me rodea. Y, como todo el mundo, estoy admirado por el talento de un niño de 16 años (el sábado cumple 17). Y me gusta que sea de padre marroquí y madre guineana. De barrio popular y con conciencia de clase. Me gusta porque el país que quiero es diverso y porque me repugna la creciente xenofobia que estamos sufriendo tanto en Catalunya como en España.
Sin seguir la roja, celebro la lectura política de esta selección. Y disfruto de los equilibrios que la (extrema) derecha española hace para celebrar patrióticamente unas victorias que les han dado un catalán y un vasco que son –por origen y clase social– todo lo contrario a la España que ellos quieren.
Hay que ser muy xenófobo para estar en contra de Lamine Yamal y Nico Williams. Solo los más extremistas lo están. Pero la diferencia entre estos dos chicos y miles de otros ha sido su talento natural para chutar un balón y la suerte. Que nadie piense que demuestra su no xenofobia disfrutando con su juego y sus victorias. No ser xenófobo con triunfadores no te hace mejor. En una sociedad democrática y diversa no hay que ser futbolista para tener derechos y ser reconocido como ciudadano.