El mundo del Girona no se acaba en el partido de ida (0-0)

El equipo de Míchel, a pesar de ser superior, empata contra el Tenerife y tendrá que ganar en el Heliodoro

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Stuani protegiendo una pelota

GIRONAEl Girona ha pasado un largo camino en el que han caído entrenadores, se han marchado futbolistas y ha variado el modelo. Un recorrido en el que el corazón se ha ido rompiendo, una y otra vez. Se han llegado a desgarrar carnés, bajo impulsos de rabia. Porque las decepciones provocan que te lo cuestiones todo. Menos una cosa, claro: el sentimiento. Probad de hacer entender a los 11.303 aficionados gerundenses que no soñaran si hacía una semana que compartían ilusiones. Probadlo si os atrevéis, porque todavía quedan siete días llenos de instantes en los que todo el mundo idealizará el futuro. El empate ante el Tenerife (0-0) provoca que la eliminatoria se resuelva en el Heliodoro, en el que a los rojiblancos solo les vale la victoria si quieren subir a Primera.

No hay adjetivo que pueda ni acercarse a lo que se vivió en Montilivi, entregado a la causa y dispuesto a defender el escudo como si esta fuera la primera vez que lo hacía. Pero no, no era la primera y tampoco será la última. Unidos por todos los imprevistos que han tenido que sufrir durante este tiempo, el estadio se afanó en lucirse, bajo un ambientazo de gala que diga lo que diga la categoría es de Primera.

Míchel bajó del autobús aplaudiendo a la gente que hacía rato que esperaba, como aquellos que lo hacen en los santuarios rogando ver un milagro. Presionaba los puños con fuerza, igual en el interior de un vestuario que salió revolucionado al terreno de juego. Intimidó un rato, era claramente superior y tuvo las ocasiones más claras. Bien, de hecho, tuvo todas las ocasiones: las dos de Baena, pero no era el momento.

La eliminatoria contra el Eibar dejó una lección: el mundo no se acaba en el partido de ida. Prohibida la sobreexcitación en el terreno de juego, se buscaba el gol sin enloquecer. El Tenerife disfrutaba de la monotonía; Baena e Iván Martín, no, ellos querían pasárselo bien. El Girona mordía, corrigiendo los errores con velocidad, anticipándose con una presión envidiable. Tomaba precauciones y recuperaba la pelota rápido; pero no sabía superar líneas, después. Tampoco era el momento.

Lo probó Valery, el único gerundense del Girona que sudaba sobre el campo, cogiendo el testigo de Eloi, Granell y Pere Pons. Cómo se echan de menos, ellos que siempre daban todo lo que tenían y un poquito más. El momento no llegó nunca, ni con una falta de Aleix Garcia al final que hizo levantarse a todo el mundo del asiento. Tranquilos, que todavía queda el partido de vuelta.

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