Jenni Hermoso es el símbolo de un 8-M avanzado

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Luis Rubiales y Jorge Vilda

BarcelonaEstos días de Rubigate, la sororidad brota por todas partes. Es emocionante constatar que la lucha feminista ha servido de algo, aunque sea para poner nerviosos a quienes han desacreditado sistemáticamente a las compañeras por no tener pene. Algunos incluso tuvieron que pretender que estaban informadísimos de los problemas de las jugadoras cuando nunca les habían dedicado ni cinco minutos. No les ha faltado espacio para pontificar en su latifundio de tertulias y columnas de opinión. Sin embargo, esta vez sí ha habido mujeres más allá de las cuotas, y la sensación de empoderamiento generalizado ha sido catártica. Basta con ver cómo se ha esparcido masivamente un artículo de Gemma Herrero en Jot Down denunciando las prácticas machistas endémicas en el periodismo deportivo. Todo esto no va solo de un ámbito: la revuelta es colectiva.

La gestión negligente que la Federación Española ha hecho de los días posteriores al beso no consentido ha contribuido a atizar un incendio altamente necesario. Jenni Hermoso es ya el símbolo de un 8-M avanzado que ha sido como una explosión social inesperada. La violencia machista está en el centro del debate con una vehemencia sin precedentes en un país que hace 22 años criminalizaba a Nevenka Fernández. Esto, amigas, es mérito único y exclusivo de las que hemos salido a las calles a levantar la voz. Demuestra que unidas podemos cambiar conciencias y tendencias políticas. También es cierto que tener un enemigo como Rubiales allana el camino para que muchos de los que ignoran nuestras proclamas cada marzo tengan suficiente vergüenza torera como para no querer situarse en el mismo bando que el baboso de Motril. Pero a estos que disimulan también los sabemos señalar en nuestras cenas.

La referente Alexia Putellas dice que el legado que buscan es que las futuras generaciones de jugadoras puedan centrarse exclusivamente en el fútbol. Vamos, lo que hacen los hombres en todos los terrenos profesionales. Lo que destaca Alexia no es ninguna tontería: la igualdad la alcanzaremos cuando ninguna de nosotras tenga que perder ni un gramo de energía en pensar si le harán comentarios sobre cómo va vestida, si cobrará lo mismo que ese hombre que hace exactamente el mismo trabajo, si podrá acabar de hablar en una reunión sin que la interrumpan o si, el día que tiene un problema de salud, le harán un buen diagnóstico a pesar de que la medicina considere el cuerpo masculino como el cuerpo universal. Ahora es más fácil pensar que sí, que el legado que reclama Alexia es posible de conseguir. Esto ya es más importante que haber ganado el Mundial.

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