El éxito insólito del guía malhumorado del Museo Palacio de Arte de Düsseldorf
El Museo Palacio de Arte de Düsseldorf, que expone colecciones de pintura, fotografía y artes gráficas, ha puesto en marcha una estrategia para incentivar las visitas: ha creado la figura de un guía muy peculiar, Joseph Langelinck, que no se caracteriza por su divulgación paciente y meticulosa, sino todo lo contrario. Hace un recorrido explicativo por el museo con un tono deliberadamente agrio y condescendiente. Busca la humillación de los visitantes, pone en evidencia su incultura y los hace sentir, según sus mismas palabras, "lo más ignorantes posible". Les exige respuestas a sus preguntas, les recrimina que miren el móvil, les echa la bronca si se separan del grupo y los riñe si se sientan en alguno de los bancos del itinerario. Por supuesto, se trata de un actor, Carl Brandi, que interpreta a este personaje rígido y agresivo que también cuestiona el criterio del museo y el valor de las obras. Se burla de algunas piezas expuestas y de los artistas, rechaza determinadas corrientes estilísticas y critica que algunas salas parezcan unos grandes almacenes. El Palacio de Arte ha bautizado la experiencia como el grumpy guide, el guía malhumorado, y ha tenido un éxito insólito. Empezó el pasado mes de mayo, y el show está tan solicitado que desde entonces enseguida se agotan todas las sesiones semanales. Según el museo, el público acepta de buena gana los exabruptos de Joseph Langelinck.
La propuesta le da la vuelta al papel tradicional del experto, pedagógico y atento, y lo transforma en un ser arrogante y cruel, explorando nuevos códigos para la divulgación cultural. En lugar de favorecer la accesibilidad y los vínculos emocionales positivos, se trabaja la atención de los visitantes a través del impacto y la violencia verbal.
Esta voluntad de transgresión, de subvertir el espíritu museístico, no es tan original. Conecta con la televisión de la honestidad brutal, la que ha alimentado el éxito de personajes como el Dr. House, interpretado por Hugh Laurie, o los monólogos de Ricky Gervais. O, en otro nivel, las salidas de tono de Risto Mejide como jurado de talent shows. Es también el legado de todo el odio que ha catapultado la masculinidad tóxica a los mejores rankings de youtubers y streamers. Inercias que combaten la posibilidad de un mundo más inclusivo y amable a través de la interpelación agresiva y el fomento de una supuesta verdad incómoda que sobrevalora la sinceridad. Se desprecia la sensibilidad como una virtud compartida y se destruye la tendencia a democratizar los museos. Despertar la vergüenza de la ignorancia, además, recupera la idea clasista de la cultura como espacio para las élites intelectuales. Ensalza la pedagogía de la dureza ahora que muchos consideran que la educación es tan blanda y dócil que idiotiza a las personas.
Sin embargo, resulta que funciona. Trae más visitantes al museo y da a la institución una repercusión mediática que no había tenido hasta ahora. Los canales televisivos y digitales de cultura se han hecho eco de la popularidad y efectividad del guía malhumorado, con la duda de si la gente tiene interés en el museo o en presenciar la puesta en escena de un escarnio. El crítico y ensayista John Berger cuestionaba la forma con la que los museos construían la mirada y los conceptos de poder, autoridad y jerarquía social. El grumpy guide lo lleva al extremo, incorporando una especie de obediencia emocional y de sumisión al relato que proporciona el propio museo. Es teatral y ficticio, pero parece que también resulta catártico y placentero.
Quizás se puede interpretar como una performance artística que alerta de esta afición por la amargura lúcida, pero también puede percibirse como una idealización de ese cinismo social cruel, desprovisto de valores, que gana terreno.